Por:

Félix Terrones

De un tiempo a esta parte, una gran mayoría de las noticias provenientes de Venezuela están dedicadas a su agitada actualidad social, económica y política. Por eso, negligimos que Venezuela también es un país con una excelente literatura, tal y como se encarga de recordar la nueva publicación de la editorial Pre-textos. Dirigida por los estudiosos Antonio López Ortega, Miguel Gomes y Gina Saraceni, Rasgos comunes aborda la producción poética del siglo XX a partir del, siempre problemático, prisma de lo nacional. ¿No va contra el principio mismo de la poesía —lenguaje abierto a la búsqueda permanente, siempre en contacto con diversas tradiciones lingüísticas y artísticas— delimitar “nacionalmente” una producción? Pese a este reparo, susceptible de ser planteado a cualquier antología con las mismas características, los antólogos operan el milagro de presentar un volumen que sintetiza la diversidad poética, así como delinea los rasgos principales de una tradición.


Desde Francisco Lazo (1869-1909) hasta Luis Enrique Belmonte (1971), pasando por Rafael Cadenas (1930), Blanca Strepponi (1952) y María Auxiliadora Álvarez (1956), entre otros, la poesía venezolana ha conocido diversas expresiones, se ha impregnado de multitud de escuelas y corrientes, así como también ha experimentado infinitas rupturas que han marcados sus derroteros. En el trayecto, los poetas se han formado en la escuela del compromiso político que los ha empujado al exilio, donde no solamente adquirieron una perspectiva con respecto de sus realidades nacionales (y latinoamericanas), sino que también enriquecieron sus expresiones poéticas personales. Desde la poesía que busca una identidad nacional —en la idiosincrasia del paisaje, con una mirada impregnada del romanticismo— a la que pareciera arrancarle al silencio, cierta forma de delirio, cuando no locura, una expresión que en su intimidad se abre como una herida, la poesía venezolana ha vivido el siglo “con intensidad y altura”, para recordar a mi compatriota César Vallejo. De esto dan prueba los poetas antologados, cada uno a su manera.

Si bien, por razones obvias, se ha privilegiado el resultado global, los editores han tenido la sensibilidad y el tino de presentar a cada uno de los poetas antologados con una nota previa al conjunto de textos escogidos. Además, abren el volumen con un prefacio que sitúa con precisión la especificidad de la poesía venezolana en el contexto latinoamericano. Resulta muy interesante la mirada que mezcla interés literario con conocimiento histórico y político, sin olvidar la sociología de la literatura; en otras palabras, la progresiva —aunque accidentada— autonomización de lo poético en las latitudes venezolanas. A lo largo de la antología, por otro lado, se subrayan las tensiones entre orientaciones sociales e individuales (o personales), lo oral y lo letrado, sin olvidar lo coloquial, lo que se considera autóctono y la influencia extranjera, entre otros aspectos. Como es evidente, a diferencia de otras expresiones culturales, la sumatoria de todos estos elementos no explican de manera exhaustiva la poesía (pues ésta es el resultado de otros aspectos, misteriosos, inconscientes, inefables, que se mantienen en el revés de las palabras). En cualquier caso, la antología manifiesta la riqueza y complejidad de toda una tradición poética. En lo particular, he disfrutado descubriendo a poetas como la ya mencionada María Auxiliadora Álvarez o María Clara Salas (1947). Sí, felizmente, también hay buenas noticias que llegan de Venezuela.

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