Por:

Félix Terrones

El año pasado nos sorprendió con el fallecimiento de Gregorio Martínez (Coyungo, 1942). En lo personal, me resultó difícil hacerme a la pérdida de una de las voces narrativas que había seguido más de cerca. A lo largo de sus libros, en los que mostraba un estilo único, articulaba oralidad con cultura enciclopédica, algo a lo que Martínez supo dar espesor en un lugar real, pero que desde su literatura adquiría consistencia literaria, Coyungo, pueblo donde nació, al que elevó a la categoría de mito literario. Todo esto sin olvidar el erotismo con el que, desde Canto de sirena (1977), enfatiza los cuerpos y su poder subversivo, en una propuesta estética donde lo popular, con todo su exceso, vitalidad y espontaneidad, interactuaba con la historia y el arte occidentales. Y esto nunca los oponía —popularidad y cultura—, sino que, sin mezclarlos, los modulaba en una propuesta literaria intensa y original, donde los cósmico y lo genital se alían con fuerza. De hecho, como muy pocos autores en nuestras letras, Gregorio Martínez dio forma a un estilo donde erotismo es sinónimo de experiencia total y abarcadora. Felizmente, para nosotros, sus lectores, el autor no se había ido del todo pues dejaba inédito una especie de testamento literario del cual acaba de ser publicada la primera entrega: Orígenes (Peisa, 2018).

Editorial: Peisa Páginas: 249

El libro, que no me atrevo a llamar cuento, ni novela o memorias, se despliega alrededor de quince secciones, acompañadas de un exordio y una breve sección final. Es precisamente en el exordio que, entre bromas y veras, la voz narrativa propone una definición de lo que es Orígenes: “Más que un relato de ficción, quizá este sea solo un texto de fricción, un almanaque, una piedra de toque”. Además de definir en función de lo que no es, Martínez explica por medio de imágenes que, en su sucesión, manifiestan el carácter heteróclito de su texto. Esto le permite afirmar sin hacerlo, así como subrayar la imposibilidad de clasificar un escrito que es a la vez testimonio, mistificación, alegato y acrobacia sin malla de seguridad. Hablar de lo que es el libro, me lleva a detenerme en el personaje principal, esa especie de nativo del universo, aborigen cosmopolita, que es Toribio Cutipa, alter ego de Gregorio Martínez. Antes de continuar prefiero rescatar el pasaje en que se relata la aparición de Cutipa:

En la polvorienta ranchería de Coyungo, lejos de Nazca, Toribio Cutipa había nacido así, runtomacho congénito, hecho en el acto un mismísimo pájaro pinto, aunque nunca jamás tan vistoso como lucía en el monte, entre los guarangales, el majestuoso pájaro carpintero, real pico de marfil, tricolor, pariente del extinguido ivory-billed de los manglares de Louisiana que todavía sobrevivía en Coyungo, su último reducto, pájaro hirsuto y picudo, ordinario y corriente, más bien a imagen y semejanza del rojinegro martín pescador; pájaro color lucacha, pesquisidor más de camarón dormido que de liza pejebala”.

Como se desprende de la cita, el gran leit motiv de Orígenes es el del nacimiento. De hecho, para que el lector pueda asistir al nacimiento de Toribio Cutipa tiene que haber dejado detrás numerosas páginas de relato. En la misma vena de autores como Günter Grass, Machado de Assis y, desde luego, Lawrence Sterne, Gregorio Martínez propone toda una narrativa del nacimiento de su personaje, especie de Gargantúa costeño, en la que el lenguaje elabora historias, reflexiones, teorías aplazando el momento único del alumbramiento. El lenguaje como momento previo al nacimiento, la escritura como antesala de la existencia: el cuerpo del texto está hecho de elucubraciones vitales, desaforadas y digresivas, que van anunciando algo que no cristaliza del todo y que el lector esperará hasta el segundo tomo, titulado Canícula, para poder conocer.

Gregorio Martínez (derecha) y el poeta Cesáreo ‘Chacho’ Martínez.

Si Orígenes hace pensar en grandes textos de la literatura que la convención denomina universal, es porque plantea una manera bastante personal de dialogar con la tradición. Si ya mencioné el carácter proteico e inclasificable de su forma, como muchas de las grandes creaciones literarias, me parece conveniente hacer un apunte en cuanto a su horizonte de enunciación. Porque la literatura de Gregorio Martínez no enuncia desde esa subalternidad tan actual de gran parte de la literatura latinoamericana, fascinada con literaturas más “prestigiosas”. Nada más alejado del propósito estético e ideológico de Martínez que mimar expresiones literarias a las que se buscaría igualar pero que, antes que nada, se imita mal y extemporáneamente. Lo mismo que en libros como El pez de oro, de Gamaliel Churata, aunque respetando las singularidades de cada uno, en Orígenes estamos frente a un texto que en su sincretismo opera una inversión significativa. Ya no se trata de seguir un modelo importado sino de ser original en la circulación de las estéticas a nivel global, cristalizar una propuesta abarcadora. Recuerdo, en ese sentido, lo escrito en Transculturación narrativa de América latina por Ángel Rama, quien sugiere que lo genuinamente latinoamericano sería aquello consecuencia de una cosmovisión, una lengua y una técnica que obedecieran al esfuerzo de descolonización espiritual. Pese a haber escrito esas líneas hace casi cuatro décadas, cuando pensamos en Gregorio Martínez, además de su actualidad, descubrimos que hay autores que todavía plantean su literatura como un espacio de agónico y creativo de combate.

Gregorio Martínez falleció en Arlington, Estados Unidos. Cuentan que su vida en Norteamérica lo había instalado en un ambiente refinado, lleno de cultura. Pese a haber pasado una gran parte de su vida ahí, el autor de Canto de sirena decidió que sus cenizas reposaran en la Plaza de Armas de Coyungo. Su viuda, acompañada de sus familiares y amigos, fue recibida por el alcalde y las demás autoridades del pueblo. Dicen que hubo banda de músicos. También que hubo sentidas palabras antes de que la urna, transportada por la sobrina, fuera enterrada. La escuela de Coyungo, cerca del rió Grande, se llama “Gregorio Martínez”, cómo no. En una carta al peruanista francés Roland Forgues, Gregorio Martínez le contó que un tal doctor Maguiña le había escrito solicitándole autorización para que la Biblioteca del Poder Judicial de Ica llevara su nombre. “Prácticamente lo envié pal carajo”, termina la anécdota en su carta. Lo que todavía no ha terminado es la publicación del ciclo Pájaro Pinto, del cual Orígenes es la primera entrega. Toca, pues, esperar a que se cierre la historia, llegue a su silencio final, que no es muerte, sino recuerdo, la voz de ese autor tan insobornable como imaginativo que fue Goyo, hijo dilecto de, “la polvorienta ranchería de Coyungo, lejos de Nazca”, como está escrito en Orígenes.

 

*Puedes leer más reseñas del autor en su página personal: Félix Terrones

*Foto principal: Archivo Hildebrando Pérez Grande, publicada originalmente en El Dominical

 

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