Por:

Gianfranco Hereña

No es la primera vez que tus personajes son paridos en este escenario: una Lima decadente que no se conforma con ser un elemento más de la narración sino que es también la protagonista. Quienes te hemos leído anteriormente descubrimos que hay una columna vertebral entre ésta y otras publicaciones ¿Crees haber encontrado en la ciudad un escenario donde narrar te resulte cómodo? ¿O es más bien esa incomodidad en la que viven tus personajes el motivo para darlos a conocer?

Me parece que hay una pugna entre el narrador y los personajes con relación al entorno bestializado y feroz de la urbe. Una ciudad paranoica y cruel que no busca conocerte, sino morderte, que más que establecer relaciones interpersonales, propugna colisiones epidérmicas u óseas. Sin embargo, los personajes parecen no sentir lo mismo que la narración flotante, más que sobrevivir y luchar, ellos reinan. Son entidades especiales, llenas de privilegios y prodigios que se deslizan por una Lima decadente y ruinosa, donde se anticipa un terremoto que los aplasta, pero que ellos, así demolidos, tercos, pendejos y cancheros, siguen de pie, no solo soportando, sino gozando, salseando, rockeando, calatos y erectos, eufóricos y llenos de una vida desbordante que de alguna manera los redime de ese infierno de derrumbes y demoliciones. Yo no creo haber encontrado escenarios, ni tonos como recomienda Piglia, yo pienso más en espíritu, ese estropajo anímico que te lleva no solo a hablar y sentir, sino a vivir pequeños universos que te duelen tanto, que crecen tanto dentro de ti que es como si en vez de historias, estuviera sacando tumores fuera de mi cuerpo. Una excrecencia que sino la traduzco en letras y la encapsulo en un libro, me mata, me jode. Por eso escribo, para adquirir un espíritu nuevo y no joderme.

De un tiempo a esta parte, la adopción de la marginalidad como trama parece estar empezando a ganar terreno gracias a algunas publicaciones  ¿Cómo abordar un tema que parece tantos rostros?

No estoy al tanto si está ganando terreno, pero si es así, me parece que es natural y hasta honesto en un país que tiene más de marginal que de cualquier otra cosa. Yo abordo la marginalidad desde dos aspectos: uno testimonial y otro simbólico. Lo primero se basa en historias que más que verosimilitud tenga realidad de alto voltaje viajando entre las venas y las tripas. Me fascina trabajar con sustancias vivas, intensas, que son o hayan sido verdad, porque tienen un sabor especial. Y una vez que tengo la historia me gusta tragármela un poco cruda y con todas sus espinas, porque pienso que así me hará más daño y podré escribir lo suficientemente lacerado. Porque solo herido puedo hacerlo. Lo segundo es que no basta con escribir una historia basada en hechos ríspidos que arañen y marquen, tienen que rasguñarte también la siquis, el pensamiento, tienen que hacerte leer una segunda historia más allá de la historia. Una en clave simbólica, sino sería mero documentalismo más o menos eficiente, o una bien redactada crónica contrabandeada como novela. Para mí lo simbólico siempre estuvo presente desde que me enfrenté a un teclado. En todas mis obras. Es como La metamorfosis de Kafka, no solo cuenta la historia absurda de un hombre que se transforma en un insecto, sino que a la vez, cuenta una segunda historia en clave simbólica que es el drama absurdo del hombre contemporáneo. En Maestra vida conté la historia de una mujer que se venga de un marido que la parasita, pero también estaba contando en símbolos al artista que se rebela ante un sistema mezquino que se apropia de su obra artística. En La sinfonía de la destrucción es igual, cuento el drama de un joven que se ve traicionado por una ciudad que le ofrece una dudosa educación y que lo termina pervirtiendo, para contar a su vez y en clave simbólica el drama de un Perú emergente que se ve traicionado por el discurso de progreso basado en la educación.

Yo no creo haber encontrado escenarios, ni tonos como recomienda Piglia, yo pienso más en espíritu, ese estropajo anímico que te lleva no solo a hablar y sentir, sino a vivir pequeños universos que te duelen tanto, que crecen tanto dentro de ti que es como si en vez de historias, estuviera sacando tumores fuera de mi cuerpo.

En Maestra Vida retratabas la historia de un alumno y su maestro, que era una especie de guía y a modo de «sensei» le enseñaba cómo sobrevivir a ciertos episodios. En La sinfonía de la destrucción son más bien los personajes que pese a vivir dentro de la más absoluta miseria, buscan ser felices a su manera. Y es que simplemente no tienen a nadie y deben ingeniárselas. Apelando un poco al cliché ¿Será que se ríen de ellos mismos para no llorar? o mejor dicho ¿Qué hace que una persona asuma el sobrevivir como un acto cotidiano y no como una maldición eterna?

Es interesante cómo se deconstruye una mirada desde fuera. Uno de lejos puede ver a gente aplastada y arrastrándose, pero conforme uno se va acercando, entendiendo sus códigos de moral, convivencia y prestigio social, uno entiende que está ante ejercicios intensos de vitalidad. Que no sobreviven, que reinan como ya lo he repetido en otras ocasiones. Y si sufren no lo hacen tan diferente a los que están fuera de su entorno. Debemos verlos no con ojos exotistas de turistas o periodistas sensacionalistas, sino con la reflexión antropológica y sociológica de saber que el mundo social dentro de las culturas (y las llamadas subculturas) son ámbitos interesantes, que dicen mucho de ellos pero que a su vez también nos dicen mucho de nosotros mismos y de nuestra voluntaria o involuntaria incomprensión. El  barrio bravo es sabroso, intenso, lleno de carnavalización permamente. Los excesos, la droga el sexo desaforado no es sino una extensión casi natural de su esencia. Por eso su magnetismo, ese secreto encanto de verlos reinar en mundos enrarecidos, duros, incluso sórdidos, pero puros, brillantes, llenos de gloria destilada siempre a su manera.

Sorprendió el uso del chat como recurso narrativo. Quiero decir, es un elemento que había visto en publicaciones de raigambre más juvenil más no en una novela contemporánea. Sin embargo, encaja bien ¿Te pareció arriesgado proponerlo dentro de la estructura?

Más que arriesgado, me pareció necesario. Creo que los entornos virtualizados deben y tienen que entrar en la ficción novelesca no solo en sus referencias, sino en sus formas, para que desde allí se reflexionen, critiquen, validen o descarten. Le pasó a las misivas, las cartas entraron exigiendo sus formas, ya no como referidas por los personajes, sino ya con sus formatos de estructura incorporados en la novela. Incluso se comenzó a hablar sobre elementos epistolares y hasta sobre novela epistolar. Luego pasó con los correos electrónicos y tenía que pasar con los post, inbox y usos de emoticons de las diferentes plataformas de redes sociales que ofrecen chat (cajas de conversación). Lo interesante es que al usar este tipo de recursos uno adopta una distancia crítica y observa cómo la realidad puede ser suplantada y el lenguaje precarizado por lo icónico. Y a su vez, tiene que reconocer que su uso si bien es cierto rebaja el lenguaje escrito, es un potente medio de comunicación. La novela, por lo menos, La sinfonía de la destrucción, no se guarda nada, apunta a estos medios y los muestra desde las tripas, como un ejercicio de disección del lenguaje contemporáneo.

 

¿Consideras que a estas alturas has consolidado una voz narrativa o que más bien estás en proceso a lograrlo?

Más que consolidar creo que he posicionado mis mundos narrativos en los sectores que más se familiarizan con mi estilo. Esto implica no una voz, sino varias voces narrativas. La polifonía me parece una seductora idea de esquizofrenia y posibilidad. Por eso en las novelas suelo meterme en ambientes duros, oscuros, donde habitan seres cínicos, insuflados por una alma cruda pero a su vez aguijoneados por un amor y ternura dolorosos. Esa contradicción me parece fascinante. En cambio en los cuentos me fascina picotear otras almas, quizá no ser Pedro Novoa y jugar a ser otro escritor con otra voz, con otro espíritu y obviamente con otras obsesiones. Por eso el mejor halago ha sido cuando alguien me dijo que el cuento Inmersión que ganó el Caretas, parecía haber sido escrito por cualquiera menos por mí. Entonces me di cuenta, que ese oscuro dial que manubrio en silencio cuando escribo, aún funciona. Aún puedo no ser yo y que la literatura aún pueda seguir sonando: sinfónica y destructiva, pero ya libre de mí. Un hijo independiente, que ya solo le pertenece a los lectores.

 

BONUS TRACK

¿Qué estás leyendo ahora?

 

Estoy por terminar La procesión infinita de Diego Trelles, Sombras en el agua de Jorge Monteza, El arte antiguo de la cetrería de Paul Baudry, Esta casa vacía de Marco García Falcón, Nada especial de Goyo Torres, Algunas muertes de Miguel Ángel Torres Vitolas,  El Semental de Carlos Freyre, El barco de San Martín de Juan Manuel Chávez, Textos detrás de los textos de Dennis Arias Chávez, releyendo Pasos pesados de Gunter Silva, Matagente de Rodolfo Ybarra  y leeré un manuscrito potente llamado Gangrena del escritor Christ Gutiérrez.

 

 

 

 

 

 

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