Por:

Félix Terrones

La Madona de los coches cama, originalmente publicada en 1925, entre las dos grandes guerras, es una novela escrita según el modelo del folletín, en capítulos breves que se suceden, uno tras otro, siempre para añadir nuevos elementos a la historia. Quizá esa sea la mayor cualidad de la novela; es decir, la de tener una intriga en la que, sin descanso, se mezclan elementos amorosos, sociales y políticos.

En ella ocupa un lugar muy especial Lady Diana Winham, una aristócrata sin reparo alguno en ser libre, dentro de una sociedad londinense hipócrita y cucufata. Es precisamente en medio de esa Londres que la denominada “Madona de los coches cama” corre el riesgo de perder su fortuna y, por lo tanto, exponerse al escarnio público. Para evitarlo, envía a Gérard Séliman, su valet y también un príncipe aventurero, a que viaje hasta Rusia. En el país eslavo, apoyaría las negociaciones orientadas a que Lady Diana reivindique la propiedad de unos pozos petroleros. No obstante, en el país comunista el príncipe se enfrentará con la temible Irina Mouravieff, amante del camarada Varichkine, con quien Lady Winham planea casarse para salvar su fortuna y, de paso, sorprender a todo Londres.

La editorial afirma que La Madona de los coches cama es la obra de un Francis Scott Fitzgerald a la francesa. Lo cual hace un flaco favor al autor del Gran Gatsby, pero sí coloca en la pista de lectura a un clásico contemporáneo.

Pese a lo sucinto del resumen, el lector retendrá que se trata de una novela con todos los elementos que le permitieron ser uno de los primeros best sellers: amor, pasión y traiciones, tensiones diplomáticas entre Occidente y el gigante eslavo, una amistad a prueba de balas y un odio recalcitrante. De hecho, el cocktail se encuentra sabiamente dosificado y el resultado es bueno, pero como lector eché de menos muchas cosas más. Si en su momento, la novela de Dekobra fue un éxito, ahora uno siente que los años no han pasado en vano. Sobre todo, si recordamos a autores como Simenon o Greene. Un lector de Graham Green conoce el soberbio manejo de la intriga y la manera en que entrega a sus personajes y situaciones una verdadera dimensión moral que parece abismarlos en el infierno de las decisiones mal tomadas. En cambio, con la novela de Dekobra todo parece reducido al esquemático conflicto entre occidentales y orientales —con sus pinceladas de humor acerca de la naturaleza francesa, la inglesa, la alemana y un largo etcétera—; personajes masculinos valientes y seductores, y personajes femeninos bellos, aunque torturados, cuando no superficiales.

Salvo Varichkine, a quien rodea un aura de misterio, los personajes carecen de complejidad, todos son delineados según un modelo convencional. Por otro lado, llama la atención la facilidad con la que los conflictos son resueltos por medio del dinero. La aparición providencial de la fortuna para corromper un funcionario, pagar un rescate, convencer de un matrimonio, y demás, termina siendo una agotadora estrategia narrativa. Entiendo que se trata de una lectura para un público que busca una lectura amena; está claro que nadie quedará defraudado. Ahora bien, la editorial afirma que La Madona de los coches cama es la obra de un Francis Scott Fitzgerald a la francesa. Lo cual hace un flaco favor al autor del Gran Gatsby, pero sí coloca en la pista de lectura a un clásico contemporáneo. Porque las grandes novelas del estadounidense, escritas casi en la misma época, no han envejecido siquiera un poquito. Esto se debe a que los narradores de Fitzgerald sí que supieron oscilar entre la frivolidad y lo serio, con un equilibrio tal que los grandes dramas de sus personajes llegan hasta nosotros con toda su rutilante riqueza.

 

Librújulas: tres.

 

*Puedes leer más reseñas del autor en su página personal: Félix Terrones

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