Con motivo de la reedición de su primer libro de cuentos, Escuchando tras la puerta (1975) —publicado originalmente por Tusquets (Barcelona) y ahora por Animal de Invierno (Lima) —, conversamos con el diplomático y escritor Harry Belevan, autor referencial de nuestra literatura fantástica peruana y el primero en teorizar de forma rigurosa sobre esta modalidad expresiva en nuestro país (al respecto, recuérdense su Teoría de lo fantástico [1976] y su Antología del cuento fantástico peruano [1977]).
Por:
Jorge Ramos Cabezas
Acaba de publicarse, en edición conmemorativa (por sus 40 años), tu primer libro de narrativa, Escuchando tras la puerta, una colección de cuentos fantásticos de extraordinaria factura. ¿Puedes recordar cómo fue el proceso de construcción de este primer libro de cuentos tuyo?
Como siempre he descreído en la inspiración, ese proceso fue una lenta pero sistemática acumulación de anotaciones, reflexiones, citas, apuntes, surgidos todos de la obsesión cotidiana con la palabra y de la que no he podido desprenderme desde hace medio siglo, horas más, días menos. Así ha sido con el resto de mis libros y me doy cuenta de que sigue siéndolo, pues ahora estoy trabajando en una nueva novela que nace de observaciones que apunto en una libreta que siempre llevo conmigo. Por otro lado, también contribuyeron a ese proceso de construcción, como lo llamas, mis lecturas de esos tiempos y las lecturas anteriores, a las que regresaba de vez en cuando releyendo incesantemente a Borges y otros autores que siguen siendo mis predilectos como Bertand Russell y Berkeley que, como intuyes, no tienen nada que ver con lo fantástico, ni siquiera con la literatura; pero sí con las ideas, que es finalmente de donde siempre parten mis ficciones. Creo que las influencias de mis lecturas se reflejan nítidamente en ese primer libro mío.
Siempre se recuerda el prólogo de Mario Vargas Llosa a tu ópera prima, el cual se presentó como un espaldarazo a tu carrera de escritor, y en el que se dice que, como artista, cometes un “robo perfecto” al practicar una literatura “parasitaria” [expresión con la que calificó nuestro Nobel los cuentos de Belevan, en tanto estos se apoderan del mundo ficcional de algunos relatos de Kafka, Borges, Buzzati, entre otros, para crear nuevas versiones]. Mucho se comentó entonces de esta estrategia ficcional tuya, algo que hoy yo lo veo muy común en la literatura actual. Cuéntanos, ¿hasta entonces no se había escrito nada parecido?
No recuerdo en nuestra tradición literaria ejemplos de lo que hoy se conoce como metaficción o el relato hipertextual, como lo denomina José Güich en su estupendo estudio que se incluye a manera de epílogo en esta reedición, aunque seguramente debe haber habido intentos de esa naturaleza en nuestra literatura, por aquello de que no hay nada nuevo bajo el sol. Lo que hice en ese entonces es eso que un reconocido crítico literario de nuestros días, Javier Ágreda, ha llamado recientemente “narcisismo literario”, si bien yo lo realicé no con mi persona sino con personajes de otros autores, incluyendo en algunos casos a los autores mismos de esos personajes ficticios, es decir, mezclados con sus propios personajes, como, por ejemplo, tener de protagonistas en mi primera novela, que fue posterior a Escuchando…, a Edgar Allan Poe pero también a Arsène Lupin», debe decir: «a Edgar Allan Poe pero también a Auguste Dupin
Publicado por un sello español, Escuchando tras la puerta circuló mucho más afuera que aquí, en Perú. Sin embargo, ¿cómo fue la recepción crítica de tu libro en nuestro país, considerando que la literatura fantástica peruana pasaba casi desapercibida para los estudios literarios?
Sí, efectivamente, y no solo con Escuchando… sino que con todos mis libros ha sucedido lo mismo: han tenido siempre escasa lectoría y acogida en mi propio país, en comparación con lo que pasaba en otras partes (no estoy diciendo que fueron best-sellers, pero al menos me leyeron…). He tratado a veces de encontrar los motivos de esto. Mis primeros tres libros, todos ellos publicados en la Barcelona balbuceante con la democracia que era la de aquella España que acababa de enterrar a Franco, a mediados de los años setenta, aparecieron en momentos en que, en el Perú, el régimen militar imponía un control de cambio que hacía compleja las operaciones de compra de divisas por parte de los escasos libreros limeños. La consecuencia fue que los editores españoles no estaban interesados en exportar sus libros a una plaza en donde sería difícil cobrar, y los escasos libreros peruanos no estaban interesados en importar libros que no dieran garantías de venta como solo se daba con dos escritores nuestros que publicaban en el exterior, Vargas Llosa y Alfredo Bryce; libreros, en fin, que no estaban dispuestos a arriesgarse con desconocidos como yo o los muy pocos otros escritores que publicábamos en el extranjero. Hubo, claro, excepciones que confirman la regla, siendo el caso más destacable el de la librería El Virrey. Y me parece que aquello sigue siendo básicamente así. Compara nomás la sensibilidad en los títulos que te presenta El Virrey con la de aquellos que te ofrecen esos mercados de abasto que son Íbero, Crisol y librerías semejantes. Una segunda razón podría ser que, como bien dices, en aquellos años el género pasaba prácticamente desapercibido para la crítica y, consecuentemente, para el lector peruano, si bien ya entonces pudo hablarse de una “tradición de lo fantástico” en nuestra literatura, tal como intenté demostrarlo con la Antología del cuento fantástico peruano, que apareció en 1977. Solo algunos estudiosos jóvenes con nuevas perspectivas teóricas y nuevas percepciones de la cosa literaria, como Ricardo González Vigil y tal vez alguien más por allí, comentarían mis primeros libros. Un tercer motivo podría ser el hecho de que, viviendo la mayor parte de mi tiempo en el extranjero, nunca formé parte, ni tampoco ahora, de ningún cenáculo o capilla o círculo o cofradía literaria, que promueven inexorablemente los libros de sus amigos antes que los de terceros, a veces hasta casi por inercia gremial; siempre lo he sentido así y sigo percibiendo eso que Hugo Neira llama “la ley del olvido y el calculado silencio”. Una razón adicional a todas estas puede haber sido también la falta de comentaristas literarios en los medios de prensa, que son los que, entonces como ahora, llevan información al potencial lector. Esto sí ha mejorado sensiblemente en la última década, pues contamos ahora con más críticos literarios en los medios de comunicación, aunque el olfato a veces simplemente no existe, o se huele lo que inducen las argollas. Fíjate nomás lo que pasa en Caretas, por ejemplo. Fue en sus páginas que Vargas Llosa publicó por primera vez su comentario sobre mi libro que, meses después, devendría en prólogo. Caretas podría haber explotado ahora este antecedente en su propio beneficio con motivo de la reciente reedición de mis cuentos, apoyándose legítimamente en el nombre de nuestro Nobel. ¿Pero acaso lo hizo? No. Simplemente desidia o, peor aún, flojera por indagar que, hace 40 años, esa revista fue la primera en divulgar el “descubrimiento” que hacía Vargas Llosa de un escritor peruano hasta entonces inédito. Todo esto me lleva a observar que ningún estudiante peruano jamás se ha interesado en escribir ni siquiera una tesina sobre alguno de mis libros. Sin embargo, en España, en Estados Unidos, en Francia y otros países, se han escrito, desde los años ochenta, algunas tesis universitarias sobre mi narrativa, ¡inclusive en Cuba, en donde una estudiante obtuvo hace años su licenciatura en literatura con una interpretación marxista de dos libros míos! Admito que bien pueden mis libros no haber interesado a la mayoría de los miles de estudiantes peruanos que han estudiado literatura en estas últimas cuatro décadas. Pero, ¿absolutamente a ninguno? Aunque, para no parecerme a la “pareja presidencial”, que atribuye sus propios infortunios a los demás, debo aclarar complacido que me siento reivindicado en estos últimos años por los lectores, escritores y profesores peruanos de las generaciones más jóvenes, que demuestran algún interés por mi obra, lo que se confirma, por ejemplo, con el interés manifiesto de ese estupendo escritor que es Luis Zúñiga en publicar, en la editorial Animal de Invierno, esta reedición conmemorativa de Escuchando tras la puerta.
¿Qué novedades hallará el lector, ahora, en esta edición conmemorativa de Escuchando tras la puerta?
En esta reedición he suprimido un par de cuentos con los que ya no me sentía identificado. En compensación, he añadido varios otros, sobre todo microrrelatos de expresión fantástica, lo que suma una veintena de cuentos. Otro cambio es que, además del prólogo original de Vargas Llosa, en esta nueva edición se incluye un soberbio estudio de todo el libro escrito por José Güich, profesor de la Universidad de Lima y uno de los más destacados narradores de las recientes generaciones de escritores peruanos.
En 1977, publicas tu Antología del cuento fantástico peruano, una valiosa selección de doce autores y un total de veinte cuentos, precedida por unos apuntes teóricos y críticos introductorios de vital importancia, que vinieron a esclarecer el panorama; un panorama hasta entonces enrarecido, en el que cuentos maravillosos, mágicos, extraños o de terror solían pasar por fantásticos. Cuéntanos, ¿sigues manteniendo las mismas ideas en torno a la naturaleza de lo fantástico?
Te confieso que no he encontrado nuevos paradigmas para la expresión fantástica que me harían abjurar de las teorías que expuse en aquella antología y, previamente, en mi ensayo sobre lo fantástico publicado por Anagrama, también en Barcelona. No es jactancia, créeme, es apenas una constatación que se confirma, al menos para mí, cada vez que aparece una narración de corte fantástico y la comparo con otra de ciencia ficción, o de terror, y me doy cuenta de que, efectivamente, son modalidades narrativas distintas, y que lo que las distingue es aquello que expuse hace casi cuarenta años en mis teorías sobre la expresión fantástica.
En aquella antología señalabas que es factible que pueda existir poesía, mitos y leyendas de expresión fantástica. ¿Mantienes aún la misma idea? O, en todo caso, ¿cómo explicarnos una posible naturaleza fantástica en mitos y leyendas andino-amazónicos, que tienen su propia lógica de interpretación, alejada de lo fantástico?
Lo fantástico puede aparecer en cualquier situación recreada en un poema o una leyenda, aunque es extremamente difícil que los mitos y las fábulas no se muevan en universos mágicos o atávicos, que no son propiamente fantásticos, aunque tengan un halo de fantástico.
A propósito de esta antología, siempre se comenta que ya viene una segunda edición, corregida y aumentada. ¿Puedes adelantarnos qué novedades traerá y para cuándo saldría publicada?
Se comentó algunas veces aquello; pero recordemos que en los últimos años se han establecido nuevas antologías que son, naturalmente, más completas que aquella original mía y que, por lo mismo, cubren muy satisfactoriamente los espacios que pudieron quedar pendientes en ese primer esfuerzo que realicé en 1977. Ahora, es cierto, tanto la Antología del cuento fantástico peruano cuanto Teoría de lo fantástico fueron libros que, en cierto modo, abrieron nuevos caminos para los estudios literarios en nuestro país; pero no me contento con ser apenas el Gastón Acurio de lo fantástico en el Perú, porque, sencillamente, creo que otros libros míos y, sobre todo, los que han de venir, deberían tener cierta lectoría; no hablo de reconocimiento, pero al menos que sean identificados. Mira, si me consultaras cuál de mis libros yo considero como el más logrado, respondería sin ápice de duda que es mi novela intitulada Una muerte sin medida, que no tiene nada de fantástica, pero sí de otras formas narrativas, como lo político y lo erótico. Y sin embargo, se trata de una novela que tampoco recibió una acogida en el Perú, si bien fue publicada por Alfaguara local, pues tuvo apenas un par de comentarios, positivos, sí, pero completamente aislados. Por eso, me reconforta que alguien como Jorge Valenzuela, un reconocido académico, profesor sanmarquino y estudioso de nuestra literatura, haya mencionado recientemente esta novela para señalar que no debe encasillárseme únicamente en la literatura de expresión fantástica, sino que hay por allí otros libros míos que no han sido evaluados debidamente.
Tu último libro de ficción publicado fue Cuentos de bolsillo (2007), un conjunto de microrrelatos en el que explotas al máximo el recurso de la intertextualidad, y en el que predomina el universo fantástico y extraño. Precisamente, ¿cómo ves esa relación estrecha que existe entre el microrrelato y lo fantástico?
Acabo de escribir el prólogo al libro El microrrelato peruano de Óscar Gallegos, un muy buen análisis del microcuento en nuestra literatura, y creo que allí menciono esa posibilidad de servicio mutuo entre la expresión fantástica como síntoma y el microrrelato como vehículo para ese síntoma. Por cierto que hay, o mejor dicho, que puede haber, una relación estrecha entre ambos, pero el reto es proporcional a la imposición de la exigüidad: rematar creíblemente la dislocación de la realidad en muy pocas palabras. Precisamente en esta reedición de Escuchando… recojo varios microrrelatos míos que pretenden ser de orden fantástico.
¿Recuerdas algún relato fantástico, o que bordee esta vertiente, que te haya impactado de chico, más que otros?
En la algo exigua y ecléctica biblioteca de mi padre —como diplomático que era, no podía cargar a cuestas muchos libros—, descubrí, entre libros de historia que le gustaban a mis padres, a Marcel Schwob, a Prosper Mérimée y los Cuentos fantásticos de Erckmann y Chatrian, y también ese único relato de expresión fantástica de Julio Verne intitulado Frritt-Flacc (con doble erre, doble te y doble ce). Autores franceses todos —viví mi niñez y la mayor parte de mi adolescencia en Francia— que no se nutrieron, acaso, de una “tradición fantástica” tan impactante como la alemana del siglo XVIII, pero que en su momento me impresionaron. Cuando algunos años más tarde descubrí las claras influencias de Vidas imaginarias en ciertos textos de Borges, comprendí que mis lecturas de Schwob no habían sido en vano, como tampoco lo fueron las de los otros autores.
¿Y alguna experiencia sobrenatural? Acaso al investigador de lo fantástico, alguna vez, ¿le ha asaltado un fenómeno fuera de este mundo? Y si no es así, ¿en cuál de todos los tópicos fantásticos te gustaría verte envuelto?
Mira, tu pregunta me lleva por primera vez a hacer una confesión de esta naturaleza. Siempre tuve la sensación —lo sigo creyendo y ya no estoy en edad de avergonzarme, que por eso te lo cuento— de que yo viví de joven lo que relato en el cuento La posibilidad de los milagros. “No hay otro fantástico sino el vivido”, según Louis Vax. Y no digo más. En cuanto a “tópicos fantásticos”, me habría gustado ser el personaje del cuento “Axolotl” de Cortázar.
¿Qué autores de narrativa fantástica estamos obligados a leer antes de encontrarnos con la Muerte?
Un mero listado y en desorden: Borges, Edgar Poe, Lovecraft, Hoffmann, Bioy, Wells, Chamisso, Buzzati, Bulwer-Lytton, Stoker, Moravia (¡sí, el neorrealista por antonomasia!, pero que escribió cuentos como “La epidemia” o ese “Hotel Splendide”, de claras reminiscencias de Buzzati). Asimismo, Henry James, Gustav Meyrink, Hawthorne. Y ya que estamos arrojando nombres, ¿por qué no también Belevan?
Finalmente, me gustaría que nos des tu apreciación sobre esa singular relación Diplomacia-Literatura, que es toda una tradición en nuestro país, y que la cultivan, junto a ti, Carlos Herrera, Carlos Germán Amézaga, Alejandro Neyra, entre otros. ¿Eres un diplomático metido a escritor o un escritor metido a diplomático?
Siempre he dicho que la diplomacia ha sido mi ocupación y la literatura mi preocupación. No es por jugar con las palabras sino porque así lo sentí desde siempre. Hijo de diplomático y, luego, yo mismo diplomático, desde que nací, mi vida ha sido nómada y con la literatura procuré que fuese sedentaria. Por eso, tal vez, muy raras veces me he inspirado en los viajes, que son en definitiva la experiencia que más ha marcado mi vida, pero de la cual nunca procuré extraer material para mis cuentos o novelas. Nací en Lima y a los ocho meses de edad comenzó mi trajín por América y Europa, un vaivén en el que he vivido hasta el año 2011, cuando el comandante-presidente (iba a decir “el que nos gobierna”, pero sería un despropósito) y su inocuo canciller me echaron del servicio exterior en el que estuve 42 años. Y con respecto a los diplomáticos-escritores, una tradición asentada sobre todo en países europeos —desde Chateaubriand a Graham Greene, de Paul Morand a John le Carré—, pues mencionas a buenos amigos como los dos Carlos y Alejandro, si bien debemos recordar también los nombres de Ventura García Calderón, Enrique Peña, Carlos Zavaleta, Francisco Vegas Seminario, por solo mencionar algunos pocos nombres y solo de autores de ficción o poetas, porque también hubo diplomáticos de carrera que fueron grandes historiadores y pensadores, como Víctor Andrés Belaunde, Raúl Porras o Guillermo Lohmann. Efectivamente, desde siempre y en muchos países, ambos oficios, la diplomacia y la literatura, han estado íntimamente ligadas. ¿Será, me pregunto, porque los dos son, finalmente, oficios incomprendidos?