Por:

Gianfranco Hereña

En «Un mundo huérfano» no hay personajes principales. El protagonismo, en todo caso, le pertenece a la miseria. Esa miseria que, sin embargo, los une y habita entre ellos como ciudadana de un pueblo casi fantasmal, a orillas del mar, donde cada uno de sus habitantes parece haber aprendido a sobrevivir de distintas maneras. Es ahí donde un padre y un hijo van armando la novela, siendo este último quien le da la voz y el punto de vista a las páginas siguientes.

 

Al no tratarse de un lugar geográficamente tan puntual, Caputo describe los escenarios de forma que podemos entender a los protagonistas, sus miedos y el proceso de adaptación al que han tenido que recurrir para poder tolerar algunas situaciones que pareciesen tragicómicas.

«Había en nuestra sala un ventanal: daba a la calle y jamás le pusimos cortinas; no había plata para eso. ‘¿Por qué habríamos de tapar la vista con telas’ decía mi padre, ‘si ahí, de pared a pared tenemos un cuadro'».

Podríamos armar una lista aparte con las novelas que ya existen sobre padres e hijos. Pero aquí, el amor filial con el que se teje la relación entre ambos resulta, hasta cierto punto, memorable. Y es que lejos de ser el padre quien cuida del hijo, la situación se invierte y es el hijo quien mira con cierta condescendencia las ideas absurdas que su padre inventa para generarse algún tipo de ingreso económico.

«No fue sino escucharlo para que perdiera interés en la idea: anticipé que no funcionaría y que no sólo no saldríamos de la ola sino que terminaríamos aún más desgastados si llegábamos a ejecutarla (…) Pensé entre burlón y agobiado: Esto suena peor de lo que estábamos imaginando (…) Solté una risa y mi padre también rio. Le dije: No sé si estás siendo loco o tierno, pero hagámoslo: preparemos la casa, manos a la obra».

Pero así como estas partes de la narración nos llevan de la mano a ver en primera plana la relación que existe entre estos dos individuos, hay un zoom mucho más profundo hacia la vida privada del hijo (que además no tiene nombre) y lleva una rutina secreta, en la que se intercala sexualmente con hombres mayores en un espacio virtual llamado  «La ruleta».

La homosexualidad del hijo, escondida a través de una segunda vida, es parte de una trama que Caputo esconde muy hábilmente a través de algunas imágenes. Por ejemplo, las acciones en su mayoría ocurren de noche, lo cual revela la intención de estar oculto. Así mismo, tampoco se nos menciona (probablemente) el único conflicto o disputa entre padre e hijo debido a causa de su homosexualidad y los problemas que esto podría generar con la escasa gente que habita el pueblo. Apenas en algún momento de la novela se menciona nos menciona una masacre que los ha tenido como víctimas y no se nos brinda ningún detalle más allá que la perplejidad que esto genera en él.

«En la ronda, luego, estaban los ahorcados. Estos cuerpos que finalmente fueron hombres ahora en el aire, parecían mirar, impasibles, a los muertos de al frente. Y estos muertos estaban intervenidos para parecer mujeres (…) Al final los penetrados: en ese estar sin estar, parecían esculturas, estos cuerpos insertados en una estaca. Unos, debajo, estaban en cuatro, dispuestos en círculo, como si cada uno estuviera dentro del otro».

Entonces, esta hecho parece ser suficiente como para no mostrarse tal cual sino solo a través de ese mundo virtual donde otras personas (quizás también que huyen de la homofobia) pueden dar rienda suelta a sus pasiones sin ser juzgados. Otra de las habilidades desplegadas por Caputo es la de mantener constantemente al lector armando la novela en su cabeza, adivinando, haciéndolo participar de la construcción del relato en cada una de sus páginas.

Estos dos ejes, el del amor filial y el de los rituales eróticos masculinos a escondidas, configuran una novela que para ser una ópera prima está bastante bien y se pinta como más que recomendable.

 

 

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