Foto: Elmostrador.cl

Para quienes transitan el mundo editorial limeño, ha dejado de ser una novedad: Colmillo Blanco es un sello que ha vuelto con fuerza. Una de las apuestas más interesantes que han tenido este año, es la de «Hienas», libro de cuentos del chileno Eduardo Plaza, quien viene a Lima para presentarlo con motivo de la Feria Ricardo Palma. En exclusiva, conversamos con él a propósito de esta publicación y lo sometimos a #Las5cortas. Esto fue lo que sucedió:

Por:

Gianfranco Hereña

 

Dentro de los múltiples ejes que se manejan en el libro, uno que me llamó la atención fue el acceso de pudor del personaje respecto a su trabajo. La idea de que un ficcionador haga trabajos de «universitario» es mal visto. Uno pensaría que algunas familias incluso ven mal ambas cosas, quiero decir, el que alguien se dedique exclusivamente a escribir. Este caso parece ser la excepción. Es mejor decir que se trabaja en un libro de cuentos que lo otro ¿Cómo fue que planteaste este conflicto al inicio? ¿De qué surge?

No es el personaje principal quien tiene pudor de contar que trabaja transcribiendo entrevistas a universitarios, sino su mujer, Fernanda. Ella es una chica exitosa que probablemente jamás tuvo que lidiar con esa clase de precariedad laboral. Inteligente, talentosa, de familia acomodada con casa en la playa. El protagonista, un inútil a todas luces, lo único que siente es apatía. Le da lo mismo si ella prefiere inventar una tontería así. Si tiene que mentir, miente. Él resume su matrimonio como el trabajo de tolerar sus respectivas miserias y viajar a la costa cuando el clima está bueno. No mucho más. Y por supuesto: en el mundo que nos tocó vivir, ser escritor es mucho menos útil que transcribir cintas. Al menos la hora de transcripción tiene un precio más o menos claro y el simple acto de acercarse a un número para cobrar hace tu trabajo más productivo que sentarse a inventar cuentitos. Tal vez por eso mismo Fernanda prefiere sacar a su esposo de esa lógica: prefiero decir que no se dedica a esa trivialidad llamada hacer dinero que reconocer que sí lo hace y es pésimo en ello.

En el segundo cuento, el niño sabe leer y su tío no le cree. Aquí hay algo que se puede analizar y es que a veces, el conocimiento suele ser castigado. Recuerdo una escena similar durante mi infancia en la que nadie creía que yo había sido capaz de leer un artículo del diario y discutirlo en la sobremesa ¿A qué le atribuyes esa soberbia? ¿A la adultez o al simple castigo de la sabiduría?

Mi reflexión sobre el tema, cuando escribí ese relato, fue distinta y mucho más sencilla: el tío es un tipo de unos sesenta años, jamás ha tenido un trabajo estable y se dedica a tirar tierra en pala de un lado al otro. Alimentó un profundo resentimiento hacia todos. Y si además nunca le enseñaron a leer, ¿cómo va a creerle a su sobrino de cuatro o cinco años cuando asegura que a su edad ya había aprendido lo que él no pudo aprender en seis décadas? En su caso no hay soberbia, sino rabia. Y no contra el niño: rabia contra lo que le tocó. Contra lo que le tocó a él y a muchos que nacieron en la pobreza chilena. Yo esa rabia la entiendo y era la que quería expresar. El resentimiento puede ser impopular, pero a veces es inmoral no defenderlo. En el camino, un niño de cinco años sufrió los golpes de un viejo acabado, claro. Pero qué iba a hacer, ¿escribir que el tío salía a la calle a protestar para cambiar el mundo? Ni loco. A estos personajes les tocó ejercer y padecer la violencia heredada.

A veces, cuando queremos recordar a un amigo al que quisimos pero por alguna circunstancia no frecuentamos mucho, interrogamos o pasamos tiempo con la que fue su pareja para rescatar algún pasaje inédito de su personalidad. Ese es el caso de Rodewald. ¿Cómo te supo iniciar un relato abordando un tema tan espinoso como el duelo?

A mi nunca se me ha muerto nadie. Espera; rectifico: solo una abuela, hace algunos años, pero no éramos cercanos. No sentí dolor por ella, sino por mi madre, su hija. Hienas habla primero sobre esos duelos, los carnales, los de dos metros bajo tierra, los del silencio inevitable: mi amigo se murió y no sé nada de su vida porque recién nos reencontramos. Mi esposo falleció y no sé cómo abandonar el nosotros y volver a habitarme. ¿Te imaginas quedar viudo o viuda antes de los treinta? Me interesaba vincular a esos dos personajes, hacerlos inventar un mundo para ambos en torno a ese dolor. Salvarlos en ese accidente y condenarlos a un dolor más silencioso. Pero también me interesaba recordar el duelo de los amigos, de Rodewald y el protagonista, que tuvieron que despertar a la vida adulta desde tan pequeños. Crecer y despedirse de esa inocencia a veces es tan doloroso como perder amigos.

No soy de etiquetar mucho, pero si tuviera que ponerle una a este libro, diría que es un texto de dramas cotidianos. ¿Coincidirías?

Ponle la etiqueta que quieras. No vamos a coincidir nunca. Y aunque lo hiciéramos, yo vivo cambiando de opinión. Eso también corre para todo lo que he respondido antes.

Algunos de los relatos empiezan marcando direcciones donde viven o han vivido los protagonistas. Para quienes no hemos vivido en Chile, podemos hacernos una idea de cómo son esas ciudades y barrios ¿Cuál fue, mas allá de esto, la intención de poner estos números de casas y avenidas? ¿Qué representan para ti?

La mayoría de los relatos ocurren en la Región de Coquimbo, donde está mi casa, aunque actualmente he estado viviendo en Santiago. Gabriela Mistral nació en uno de esos valles. Qué mujer fue la Mistral. En fin. Y las direcciones, tal como dices, son marcas. Es una forma de decir «esto existe». Estas ciudades, que no son Santiago, también existen. Esta gente. Estos padecimientos. Esta maldad. Esta particular forma de vivir. Pero más allá de esa declaración de identidad, también fue una búsqueda personal. Escribir sobre esas calles implicó volver a recorrerlas. Y yo necesitaba volver a hacerlo. Puedo decir que fue un gesto reivindicatorio, pero estaría mintiendo: primero fue un acto de reconocimiento personal.

Un comentario para “#Las 5 cortas a Eduardo Plaza

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