Título: La ciudad más triste
Autor: Jerónimo Pimentel
Editorial: Alfaguara, 2012

La obra del autor es una exploración del presente y sus problemas, pero con la comodidad y ventaja de ubicarse en diferentes perspectivas. Desde el pasado, como en La ciudad más triste, y el futuro en su último poemario, Pimentel analiza los males de la actualidad como la sensación de vacío existencial, el cuestionamiento a creencias absolutistas y el problema de relacionarnos o comunicarnos de modo significante.

Por: 

Sebastián Uribe Díaz

Mis amigos se van de viaje por estos días. Buscan abandonar como sea esta ciudad que perciben asfixiante y en la que si persisten, creen que los terminará por ahogar en un océano de aburrimiento. Caminando por el malecón de Miraflores, cubierto por una especie de neblina que se adhiere a nosotros, reparo en que nunca he salido de Lima más que en los paseos del colegio o la semana que pasé en Pisco. Como dice Ribeyro en»Prosas apátridas» : Lima estaría para mí, más allá de mi gusto, como una conquista de la experiencia, tan dentro de mí, que me hace capaz de afirmar que me pertenece. No puedo por lo tanto decir si me gusta o no, si la amo u odio. Simplemente que mi vida no puede entenderse sin Lima. Y no puedo imaginar una vida viviendo lejos de ella.

En poco más de veinte años no he sentido cambio alguno, sólo el caos mutando y reinventándose. Una anciana sube al micro y a pesar que me encuentro en una de las últimas filas, tengo que cederle el asiento porque nadie lo hace. Ahora sólo quedan en mi vista los demás pasajeros. Estudiantes de institutos hablando mal de algún profesor, escolares perdidos en el sonido que escapa de sus audífonos, una chica simpática alejada del mundo real gracias a la pantalla de su celular, tres trabajadores de construcción durmiendo y un anciano cabizbajo mirando una receta con el logo del seguro social. Así recorremos esta ciudad, como insignificantes alimentos de una ballena de triste que termina por engullirnos sin que reparemos en ello.

«Como si la bocanada que da el espermaceti al respirar atrajera también una luz que permite divisar, por un instante y si se mira arriba lo suficiente, el espiráculo del cetáceo: agujero solar, canal de eyección respiratoria, su posibilidad es también la fe, el oxígeno al que se aferran sus habitantes, por lo demás, entregados con fervor a la cruz católica»

Una ballena como la que adorna la maravillosa cubierta de “La ciudad más triste” de Jerónimo Pimentel, libro que cargo en mi mochila desde hace tiempo como un artículo de primera necesidad.

El año pasado, fui a la Feria del Libro el último día (que es el único en que de verdad hay rebajas significativas). No contaba con un gran presupuesto, pero sí me di maña para cumplir con una lista previa de obras que buscaba adquirir entre novelas y ensayos de economía. En esas estaba, cuando pasando por el stand de Santillana, vi un libro que resaltaba entre los de su lado por la cubierta. Era La ciudad más triste, que estaba con descuento. Un libro que nunca terminaba por animarme a comprar a pesar de los buenos comentarios que salieron en algunos diarios. Incluso recordé que fui a un conversatorio que tuvo el autor con Renato Cisneros en la Feria del Libro del 2012, al que asistí por la presencia de este último, del que había leído entusiasmado “Busco Novia” y “Nunca confíes en mí” al terminar el colegio.

Calculé que me alcanzaba para comprarlo, pero tenía que medirme en mis gastos los siguientes días. Por supuesto que no medí nada al final, pero ese día cargaba la novela atrás en mi mochila, caminando por la avenida Salaverry, inundada por una lluvia que al parecer, quería hacerse eterna ese agosto.

La leí camino al cementerio. Iba a visitar la tumba de mi abuelo. Suele ser un viaje de unas dos horas de ida y regreso hasta Lurín. Como nunca, no me quedé dormido. No me despegaba del texto, a pesar de que por partes aceleraba su lectura por la impaciencia de saber que pasaría en la otra escena. ¿Es una novela de aventuras? ¿Una solapada crítica social? ¿Debí haber leído Moby Dick antes para entenderla mejor? ¿Hace tiempo que no me hacía tantos cuestionamientos sobre un libro, no? Llegué a mi casa, corrí a mi cuarto y no salí hasta acabarla.

Hace unos meses volví a coger el libro. Reposaba en mi biblioteca entre Punto de fuga de Jeremías Gamboa y La vida privada de los árboles de Alejandro Zambra, libros que me había prometido volver a leer una vez que acumulara más lecturas. Lo tomé y ahora sí, más relajado y capaz de brindarle más tiempo me dispuse a leerlo de nuevo. Para esto ya había disfrutado de su última publicación Al norte de los ríos del futuro, un poemario denso pero genial, alabado por la crítica en general. Y fue en esta segunda lectura que la he disfrutado más, considerándola como uno de mis libros favoritos.

Herman Melville (autor de obras como “Moby Dick” y “Bartleby, el escribiente” por si alguien que está leyendo esto se la pasó distraído en las clases de Literatura del colegio o la universidad) llega a Lima buscando una historia por allá, en el año 1843. Una ciudad donde el único gobernante seguro es el desorden. Ni bien desembarca encuentra en su camino huérfanos, mendigos y lisiados. Seres marginados. Extranjeros en su propio territorio. Pero no sólo a ellos, también rufianes tentando suerte en estas tierras de América del Sur, hombres en busca de la ansiada revolución, ladrones expiando culpas en una precaria prisión, indios que conviven con la desconfianza a todo lo foráneo, españoles que dan vueltas por un pasado glorioso que se niegan a abandonar, inventores señalados por la desgracia, judíos celebrando rituales bizarros, entre otros personajes de una variopinta caravana que vive en la misma ciudad.

«Si existiera algo parecido a una fe cetácea, mi único rol posible en ese credo sería el de Diablo. Eso es lo que soy, contesté, un arcángel caído»

Un terremoto se ensaña con la ciudad. Una ballena aparece varada en la costa. Una turba de bribones da un golpe de estado. Salvajismo por doquier, una lucha constante por la supervivencia, la tragedia extendiéndose como una plaga incontrolable. Y Melville escribiéndole de todo ello a Nathaniel Hawthorne a través de sus epístolas. Epístolas que también tienen como contenido sus sueños, ansiedades, miedos, temores y reflexiones de una urbe que cada día se le hace más extraña pero atrayente.

Jerónimo Pimentel se da maña para escribirnos de todo ello y que nos parezca de lo más verosímil. Compuesta de un “Exordio”, veintitrés capítulos y un epílogo, la novela en sus 152 páginas es una muestra de inteligencia y un arduo trabajo de investigación, pero sobretodo de imaginación. Uno de verdad termina por creer que está hurgando en la mente del escritor norteamericano del siglo XIX. Hay líneas, y párrafos enteros en ocasiones, en donde la vena poética de Pimentel sale a la superficie pero de una forma que no hace mella en la construcción narrativa sino que la enriquece y da realce. No recuerdo haber leído una novela con características similares y he ahí lo valioso, sobretodo abordando un tema diferente a los patrones más consumidos hoy en día.

La obra del autor es una exploración del presente y sus problemas, pero con la comodidad y ventaja de ubicarse en diferentes perspectivas. Desde el pasado, como en La ciudad más triste, y el futuro en su último poemario, Pimentel analiza los males de la actualidad como la sensación de vacío existencial, el cuestionamiento a creencias absolutistas y el problema de relacionarnos o comunicarnos de modo significante, por mencionar sólo algunos temas. Y esto es lo que le da más potencia. Usa el pasado como plataforma para hablar de una Lima que mantiene los mismos problemas que parecen nunca acabar y criticar los defectos de una sociedad en estado de constante agonía, con una prosa que encanta a pesar de ese aire nostálgico que circula por todo el texto pero que la dota de una extraña belleza.

Durante el último Festival de la Palabra, organizado por el Centro Cultural de la PUCP, tuvo una charla con Rodrigo Hasbún. Y lo busqué para ver si podía escribir una dedicatoria. Accedió a ello y entre esa charla breve entre autor y lector, mencionó algo que jamás olvidaré: «Escribir una novela es como lanzar una botella al océano,con la incertidumbre de no saber si alguien la va a recoger». Yo recogí el mensaje y espero que si alguien busca leer una buena obra de un autor peruano, también lo haga.

Más reseñas de Sebastián Uribe en: Un perro romántico.

 

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