Por:

Félix Terrones

Debo confesar que hasta ahora no había leído al autor estadounidense James Salter (1925-2015). Desaparecido hace apenas unos años, su fallecimiento fue la oportunidad para publicar de nuevo las ficciones que lo hicieron conocido, entre otras Light Years (1975) y All That Is (2013), acaso dos de las más conocidas entre el público hispanohablante. El hecho de no haberlo leído antes no supuso, sin embargo, un interés menor a la hora de acercarse a su ensayo (género que está entre mis preferidos). Sobre todo, porque se trata de un libro de lectura amena que aborda, desde dentro, con un profundo conocimiento de causa, el oficio de escribir, sus dificultades y desafíos. Así, por ejemplo, se detiene en lo importante que es comenzar bien un relato, delinear un personaje, construir una intriga, hacerse de un estilo (por más invisible que este sea). Cada vez que se trata de hablar de la escritura, lo hace a partir de ejemplos tan bien escogidos como comentados.

El lector de literatura decimonónica que soy se ha visto gratificado con la manera en que aborda la literatura de un siglo lleno de ambición y rebeldía estética e ideológica. Por otro lado, Salter dedica numerosas páginas a lo que significa ser autor —mejor dicho, escogerse a sí mismo como escritor—, las dificultades que se plantean en el camino —desde las financieras hasta las relacionales—, sin olvidar la aspereza de los colegas: “La meta de todo escritor, dijo Cyril Connolly, es escribir una obra maestra. Y cada tanto alguien lo hace, para disgusto de otros escritores que creen que sólo hay cierto número de verdaderas obras maestras y ahora alguien se ha anotado una más”.

Me pregunto cuánto de mi desconocimiento de su obra, por lo demás harto celebrada, no se debe a mi desconfianza frente a la literatura estadounidense actual, su hermetismo de circuito cerrado, donde los referentes son estrictamente americanos y las lecturas no pasan de sus fronteras. Es necesario decir que —como Henry James, Ernest Hemingway, Francis Scott Fitzgerald y Julian Barnes— James Salter forma parte de ese tipo de autores anglófonos completamente seducidos por la literatura francesa. Las páginas que dedica a la descripción del espacio y los personajes en Le père Goriot de Balzac son excelentes por la sensibilidad que manifiestan. De hecho, las mejores páginas de El arte de la ficción, esas donde el octogenario desborda de entusiasmo por la literatura, son las que dedica a Flaubert, Balzac, Maupassant, Céline y tantos otros autores franceses, todos diferentes en sus propuestas, desde luego, aunque reunidos por la exigencia con la que se plantearon su escritura, la manera en que interrogaron el lugar del artista en la sociedad.

Para terminar, recuerdo una cita del libro que transmite muy bien lo que es el Salter lector: “Leo por el placer de leer. Ya no tengo ni siento ninguna obligación de leer nada, aunque hay ciertos libros que me gustaría leer antes de morir, por razones difíciles de expresar”.

De esta manera, El arte de la ficción no sólo es el derrotero creativo de un lector sino también su testamento literario. Un testamento que relumbra, con un resplandor intenso y enceguecedor, antes de apagarse.

Deja una respuesta

Regístrate

O con tu correo

Inicia sesión

O con tu correo