Por:

Mario Vargas Llosa

(…) El profeta Ezequiel era el fundador de una nueva religión, los Israelitas del Nuevo Pacto de la Iglesia Universal, surgida en las alturas de los Andes, y con cierta implantación en comunidades campesinas y barrios marginales de las ciudades. Hombre humilde, nacido en el pueblecito de La Unión (Arequipa), educado por una secta evangélica de la sierra central, se había apartado de aquélla luego de tener una revelación en Tarma y fundado la suya propia. A sus fíeles se los reconocía porque andaban, las mujeres, embutidas en unas túnicas severas y con un pañuelo en la cabeza y, los hombres, con las uñas y los cabellos larguísimos, pues uno de los preceptos de su credo era no interferir en el desenvolvimiento del orden natural. Vivían en comunidades, trabajando la tierra y compartiéndolo todo, y habían tenido enfrentamientos con Sendero Luminoso. Al principio de la campaña, Juan Ossio, que estudiaba como antropólogo a los israelitas y tenía buena relación con ellos, me había invitado a almorzar a su casa con el profeta Ezequiel y con el jefe de sus apóstoles, el hermano Jeremías Ortiz Arcos, pues pensaba que el apoyo de la secta podía ganarnos votos campesinos. Guardo un divertido recuerdo de ese almuerzo, en el que todo el diálogo conmigo lo sostuvo el hermano Jeremías, un cholo fuerte y astuto, de enmarañadas crenchas recogidas en trenzas y de estudiadas poses, mientras el profeta permanecía mudo y sumido en una suerte de arrobo místico. Sólo a los postres, después de haber comido como un Heliogábalo, volvió a este mundo. Me buscó los ojos y cogiéndome el brazo con sus garras negras, pronunció esta frase definitiva: «Yo lo pondré en el trono, doctor». Alentados por lo que interpretamos como una promesa de ayuda electoral, Juan Ossio y Freddy Cooper fueron a almorzar con el profeta Ezequiel y sus apóstoles a una carpa israelita, de una barriada de Lima, y Freddy recordaba aquel ágape como una de las pruebas menos digestas de su efímera carrera política. Inútil, por lo demás, pues al poco tiempo el profeta Ezequiel decidió ponerse en el trono él mismo, lanzando su candidatura. Aunque en las encuestas jamás había llegado ni siquiera al 1 por ciento, a veces los analistas del Frente especulaban sobre la posibilidad de un descarte del voto campesino hacia el profeta, que desestabilizara el panorama político. Pero ninguno intuyó que la sorpresa vendría del ingeniero Fujimori. (…)

 

Fragmento de: «El pez en el agua» -Mario Vargas Llosa (Alfaguara, 2010).

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