La ilustración es de STEPHANIE KOO y publicada originalmente en: https://www.columbiaspectator.com/opinion/2020/03/31/lost-in-quarantine/

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Por Paul Ettiene Carrillo

Llevo varios meses atrapado en el departamento tratando de hacer algo de provecho, temeroso de salir, viendo como la vida pasa por mi ventana. El encierro me causa una terrible sensación de abandono, de olvido, caí en cuenta que no era muy bueno para eso de la cuarentena, al principio me hacía falta el aire, mis pies extrañaban el movimiento repetitivo de los pasos, el ruido de los autos, el ir y venir de la gente, me aferré a lo único que me enlazaba a una supuesta realidad que me proporcionaban las redes sociales.

 

Recuerdo la primera vez que tuve que aventurarme al supermercado para hacer las compras, un mes después de haber entrado en cuarentena, aún había gente afuera, aquellos cuyos patrones son tan ambiciosos como para preocuparse por la salud de sus empleados o exploradores que como yo, se ven empujados por la curiosidad para comprobar si en verdad la vida se ha pausado.

 

En la entrada del supermercado había un bloqueo, una persona revisaba la temperatura mientras otra proveía del famoso gel antibacterial que desde hacía semanas estaba agotado. Detenían a cada persona que intentaba entrar al establecimiento, resguardaban la entrada con firmeza, nadie entraba sin antes pasar por el termómetro y recibir su buena dosis de gel. El control, una vez adentro, era estricto, (ahora lo es menos). Me sentía observado todo el tiempo. Había poca gente y aún así sentía la presión de comprar de prisa, de no querer estar allí.

 

No obstante me tomé el tiempo para completar la lista del mandado que necesitaba para sobrevivir al mes, me forcé a revisar meticulosamente lo que iba a llevar, no quería olvidar nada, no quería verme forzado a salir y arriesgar mi vida, iba de pasillo en pasillo empujando el carrito de compras, observaba detenidamente los productos, evitaba tocarlos si no estaba seguro de llevarlos, revisaba mi lista y si estaba en ella, veía el precio, si me parecía justo lo tomaba, trataba de ir al fondo de los anaqueles no quería llevar los productos de enfrente, sentía que atrás era más seguro.

 

Entre los pasillos del supermercado habían unas flechas que marcaban la dirección que hay que seguir para mantener la zona segura, los de seguridad observaban todo el tiempo, estudiando todo movimiento, exigiendo respetar la distancia recomendada para no contagiarse. Para las cajas se colocaron unas marcas en el suelo que separaban a los clientes del establecimiento, un metro de distancia aproximadamente, no había fila así que pasé rápido. Entre la cajera y yo había una placa de acrílico, ella llevaba una careta junto con un cubrebocas y guantes de látex; antes de pasar mis productos por el sensor la cajera tomó el tiempo para desinfectar el área, lo haría de nuevo una vez que terminó de pasar todas mis cosas. No hay empacadores así que tuve que encargarme de llenar mis bolsas, me tomó tiempo, no soy nada bueno empacando, metí todo de golpe, la presión de querer salir de ese lugar junto con el cubrebocas me sofocaban, el encierro me ha hecho más paranoico, sentía que cada segundo en ese lugar era mortal, todo lo que veía, tocaba y sentía era un posible riesgo de contagio.

 

Ya afuera el brillo del sol golpeó mi rostro, mis ojos habían perdido la costumbre, debía tomarme unos segundos para ajustar mi vista. Hacía calor y mis lentes se empañaron, no veía nada. Dejé las bolsas en el suelo para limpiar mis lentes y ajustar el cubrebocas, para aquel que use lentes sabrá lo incómodo que es usar uno. Observé a mi alrededor, la calle principal estaba cerrada y desde hace una semana se había detenido la circulación por esa avenida, creo que sólo un carril estaba funcionando, muy pocos autos pasaban por ahí; vi un auto de policía atravesando la calle, y una cinta amarilla bloqueando el paso, vi a tres personas cruzando a la acera de enfrente, la terminal de autobuses estaba vacía, no sé desde cuando dejaron de tener corridas, nadie entraba ni salía de la ciudad o eso creo, el hotel que está a contra esquina se encontraba cerrado, los negocios junto a él también, la ciudad estaba muerta, nunca creí verla así. Recogí mis bolsas y atravesé la calle, el impulso me llevó a ver hacia ambos lados, antes de cruzar.

 

Caminaba por las pequeñas calles que me llevan al departamento, no había nadie, sentía como si hubiera despertado de un sueño y fuera el único sobreviviente de un apocalipsis (mi paranoia de nuevo). Mi barrio es conocido por ser una zona habitada por muchos cubanos, recuerdo que todos los días había algo de música saliendo de una de las tantas casas ocupadas por ellos, pero ahora todo parece desolado, soy el único que camina por ahí, el barrio se siente deshabitado, los cubanos han desaparecido, los paladares cerraron hace días y ya nada se escucha; el silencio lo invade todo.

 

Llegué al departamento sano y salvo, me despojé de todo y corrí a lavarme las manos y a lavar todos los productos que he comprado, me tomó tiempo pero logré desinfectar todo, o al menos eso sentía. Mi vida se ha reducido a esto, creer que todo aquello que toco está infectado por un virus mortal que puede matarme de un día para otro, exagero, pero en mi cabeza tiene sentido. Evito leer noticias o publicaciones sobre la situación, aunque mi dependencia a facebook se ha vuelto más fuerte, enlazo mi vida a mi dispositivo, lo cual reafirma mi aprisionamiento, socializo con aquellos que no conozco a través de los comentarios en los diferentes grupos de los que soy miembro, compartimos la misma locura, inventamos teorías y me lleno la cabeza de ideas.

 

Puedo ver como mi vida se acorta, mi realidad se empequeñece, el ruido afuera es casi imperceptible, a lo lejos una grabación se repite, «manténganse dentro de sus casas, evite salir, respete la cuarentena». Hay una sensación de miedo e incertidumbre que te dejan saber que las cosas no están bien, no lo afirma pero existe, está ahí, presente, lo que provoca a su vez una sensación de pánico. Afuera la vida se apaga lentamente, adentro se reduce a encontrarle un sentido.

 

El encierro es difícil, creo que ya me hubiera vuelto loco si no fuera por lo que mi ventana me permite ver. Ya ni siquiera mi teléfono es confiable, todo deja de tener sentido cuando vives atrapado, creo que entiendo ahora la vida en prisión. La práctica del distanciamiento sólo provoca una pérdida en el contacto humano, la comunicación se estanca, las condiciones actuales son limitantes para la interacción, soy maestro, mi vida es estar rodeado de gente, hablar con ellos y ahora siento que apenas y reconozco mi propia voz. Me siento atrapado, me abrumo y cedo ante la presión de la desinformación; caigo en ese juego de paranoias y dudo de todo, quiero salir, escapar y vivir afuera.

 

He llegado a perder la cuenta de los días, el tiempo se ha vuelto confuso, la vida parece estar pausada, no recuerdo el último día que estuve en un salón de clases, extraño ir a la escuela y ver a mis alumnos. Escuché en las noticias que España ya empieza a recuperarse, las personas ya empiezan a salir de sus casas, regresan a lo que sea que ellos llaman normalidad, mientras, en México los números siguen subiendo, aún así la gente no se toma en serio la situación, hay muchos estados que han pasado por alto las medidas, hay lugares donde se hacen fiestas, reuniones, gente publicando fotos en la playa, saliendo de vacaciones, leí que en Veracruz la cuarentena sirvió como pretexto para que muchos fueran de vacaciones a la playa, las fotos mostraban lugares abarrotados por turistas y locales. Afortunadamente aquí en mi ciudad el aeropuerto canceló algunos vuelos a tiempo, aunque también hay gente inconsciente.

 

Me pregunto si es justo que yo me encierre mientras otras pasan por alto las regulaciones de una cuarentena, cuántos como yo no estarán sufriendo enclaustrados cuando otros disfrutan del exterior. No me he preguntado qué haré cuando esto termine, supongo que regresaré a trabajar, recuerdo cuando me quejaba de la rutina, del trabajo a la casa y de la casa al trabajo, ahora lo extraño, ese ir y venir, el vaivén del autobús, el olor a café del local afuera de la escuela, la ruta de siempre, regresar caminando al departamento, el calor insoportable de la ciudad, la gente. Definitivamente toda esta situación me ha hecho pensar, quisiera mudarme, vivir en un lugar con bosque, la playa no me gusta. Tal vez sólo estoy desvariando y todo esto del encierro me hace pensar de más.

 

Busco que hacer entre el trabajo y las horas muertas, las clases se han reducido, quién va a querer aprender un idioma cuando se han perdido empleos y la promesa para regresar a la normalidad se pierde entre la creciente cifra de infectados. Se ha mencionado mucho que la cuarentena funciona diferente entre los privilegiados y los que no tienen mucho, hay aquellos que no pueden vivir en el encierro, los menos favorecidos buscan como sobrevivir, supongo que debería sentirme afortunado por tener un trabajo que puedo hacer desde casa.

 

Con el paso de los días logré hacerme de una rutina, un poco de lectura en las mañanas, La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín». Después, me preparo el desayuno, huevos casi siempre y una taza de café, al terminar leo otro poco, preparo el material y el plan de clase para mi grupo de la tarde-noche, para este momento ya es medio día, pienso en qué comer. Durante estos días he evitado ordenar comida, cocino lo más que puedo, no soy chef pero al menos no muero de hambre.

 

En mis ratos libres me ahogo en publicaciones de facebook o videos en YouTube. A veces para despejarme de toda esa maraña de información me asomo por mi ventana para recordar como es el exterior, imagino que es lo que los demás harán en sus propios encierros, cómo pasarán el tiempo y si habrá alguien más como yo que observa desde su ventana, invento historias, me cuento aquello que no veo pero que quisiera ver y recorro en mi cabeza las rutas que hacía rumbo al trabajo, al supermercado, a un café, a la playa o a un restaurante, cualquier lugar es bueno.

 

Desde mi ventana veo el árbol de mango que está dentro de la casa del herrero se ha llenado de nuevas aves, a veces por la calle pasa uno que otro rezagado que viola la cuarentena, no puedo salir mucho porque comparto balcón con el vecino y él se adueñó del lugar para fumar, no sé que lo matará más rápido, el cáncer de pulmón o el COVID, a veces el humo de cigarro entra por la puerta de mi departamento, tengo que poner una jerga y rociarlas de aromatizante.

 

Algunos días hablo con mis padres, les cuento que estoy bien y que no me hace falta nada, a veces hablo con mi hermana y amigos que viven en mi antigua ciudad, no sería una locura si me mudara, igual podría seguir dando clases, al fin y al cabo es lo que hago aquí, clases en línea, no creo que exista un problema si me cambio de ciudad, nadie lo notaría, aunque eso significaría encerrarme en una ciudad diferente, daría igual mudarme, no podría ver a nadie ni salir. Me quedo aquí, nada de locuras por el momento.

 

He retomado la vieja moleskine verde de pasta blanda, me gustaría poder escribir cuentos, la ventana me inspira un poco, ver lo que el mundo tiene para ofrecer, algo así como una lluvia de ideas. A veces las aves se alborotan e imagino sus discusiones, las escribo, a veces por la ventana de alguna casa veo sombras pasar e imagino también lo que puede ser, escribo cuentos a medias, nunca sé cómo terminarlos.

 

Según yo me propuse hacer ejercicio, lo intenté por varios días, hasta descargué una aplicación que me proponía una rutina diaria, no aguanté la semana, la desinstalé después. Traté también de saltar la cuerda, recuerdo al grupo de japoneses del circo a los que les daba clases de español, ellos sí que sabían saltar la cuerda, lo dejé después de compararme con ellos. Intenté también postularme para la maestría en lingüística, saqué el libro de Saussure, no pude llegar ni a la mitad, no lo aguanté, tanta fonética y fonología, la diferencia entre el símbolo y el signo, las variaciones y no sé qué más cosas me desesperaron.

 

Me he dado cuenta de la cantidad de tiempo y la disposición que tengo para hacer todas las cosas que me proponga, que soy yo quien no se compromete y que se limita poniendo infinidad de excusas y pretextos. Por otro lado, ese encuentro conmigo mismo me ha hecho más consciente de aquello que quiero y lo que no, aunque a veces tenga mis ataques de pánico y depresión por el encierro. Por ahora me quedo con mis clases, he logrado inscribirme a unos cursos para mejorar mis clases en línea, mejorar mis actividades y otras cosas más relacionadas con la didáctica.

 

Empiezo a adaptarme con el tiempo, aceptar el encierro como algo bueno, ya no desespero como antes, mi ventana es ese escape de mi prisión, cuando me siento abrumado, saco la cabeza y me pierdo entre los edificios y las calles, cierro los ojos e imagino la playa a veinte minutos del departamento, el hermoso cielo del caribe que es lo único hermoso de este lugar, dejo que el viento fresco golpee mi rostro y me tranquilice. Aprovecho cada escapada al supermercado para ver lo más que pueda del mundo exterior, sentir la vida allá afuera, incluso me he aventurado a un supermercado más lejos, solo para poder pasar más tiempo afuera, he podido ver a todos aquellos que no creen en el virus, ver la vida que poco a poco se va recuperando pese a las cifras en aumento.

 

El tiempo ha dejado de ser una carga para mí, aunque ya son casi cuatro meses de encierro. Cada día es más difícil creer en una normalidad, las cuentas oficiales ya no saben cómo explicar la situación, la gente cuestiona a las autoridades y cuestionan también seguir tomando precauciones, la última vez que salí a hacer las compras tomé el autobús con mucha precaución pero era claro que la gente ahí no creí que todo esto fuera real, mientras en las calles había más gente, gente que pasaba por alto las medidas sanitarias, individuos sin cubrebocas y en grupo, como si nada hubiese pasado. Es difícil ver como después de una crisis no hemos aprendido nada, el último mensaje por parte de las autoridades era una advertencia “prepárense para una pandemia larga”, es obvio que hasta el gobierno está cansado de la desobediencia, es como si dijeran, “hagan lo que quieran al final no importa, todos nos vamos a infectar”.

 

Por mi parte mantengo mi encierro, salgo solo para lo necesario, evito todo contacto, después de odiar mi prisión ahora no puedo vivir sin ella. Me he adaptado a esa rutina que ahora es indispensable para mí, aprovecho el tiempo libre para continuar mis cuentos, he sido más constante, la vida a través de mi ventana se ha vuelto una parte importante en mi rutina. Afuera, en la ciudad se empiezan a rehabilitar poco a poco los negocios, hoteles, restaurantes, tiendas en general, la gente empieza a invadir las calles, los vuelos llegan con algunos turistas, las playas se llenan de gente de otros países. En cuanto a las cifras, 239 mil casos confirmados a la fecha y subiendo, nada raro en esto que hemos llamado “la nueva normalidad”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

4 comentarios para “Una cuarentena sin fín

  1. Esta crónica de Paul Ettiene Carrillo me resulta para mi gusto completamente decepcionante por dos razones.

    Primero: se me hace, y ya lo dije en mi comentario a la primera crónica, a mi entender se trataba de hacer una crónica sobre el sentimiento y el vivir ciudadano de como se estaba viviendo la pandemia en la población circunstante del cronista. En lugar de eso, y me imagino, así será de ahora en adelante, los participantes hicieron de sus vidas el objeto de sus trabajos, y por decirlo con claridad, son vivencias planas, sin ningún tipo de interés que se leen por obligación y apego al buen librero, que de otra forma se abandonaría su lectura al final del primero o máximo el segundo párrafo.

    Segundo: De otra parte, el manejo del lenguaje no tiene nada de literario, no es evocador, no es florido, fácilmente podemos decir es un trabajo elemental de un chico de escuela. No hay nada en el mismo que suscite emoción, que establezca una estructura literaria, que sea algo mas allá del recuento personal para entregar a la familia.

    Muchas gracias

    1. Hola Ricardo, primero, gracias por el comentario y por tomarte el tiempo de leer la crónica.
      Segundo, ciertamente no puedes agradarle a todos, de todas formas agradezco que te hayas tomado el tiempo de dejar una reseña.
      El trabajo tú lo has dicho, era escribir sobre un sentimiento ciudadano de como se vive la pandemia, mi intención fue mostrar el día a día de esa situación, un vistazo de una realidad que para muchos se ha vuelto estresante y sin pies ni cabeza, no es un personaje literario, es una persona normal que se ha visto atrapada y cada día se pregunta si podrá regresar a esa «vida de antes», muchos está pasando por esa situación, sus vidas han cambiado de un día a otro, se encuentran sin saber que hacer buscando como entretenerse con resultados muy poco prometedores, lo cierto es que en la crónica presentada el personaje se ve abrumado por esa incertidumbre, no puede salir, nunca ha trabajado desde casa, su rutina deja de ser ese ir y venir para volverse estática, al final empieza por aceptar esa situación sin mucho ánimo pero cae en cuenta que atormentarse no es la mejor respuesta.
      Y buen, por último, sí, pude usar un lenguaje más florido, pero creo que salía sobrando, no quería que sonara poético, quería que fuera algo que se sintiera como un sentimiento saliendo a borbotones sin reparar en si es bello o no.
      Reitero y agradezco que te hayas tomado el tiempo de leerlo y escribir tu comentario.

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