Por:

Roberto Saviano

«El mundo de los que creen que se puede vivir con la justicia, con las leyes iguales para todos, con un buen trabajo, la dignidad, las calles limpias, las mujeres iguales a los hombres, es sólo un mundo de maricas que creen que pueden engañarse a sí mismos. Y también a quienes les rodean. Las chorradas sobre el mundo mejor dejémoselas a los idiotas. Los idiotas ricos que se compran ese lujo. El lujo de creer en el mundo feliz, en el mundo justo. Ricos con sentimiento de culpa o con algo que esconder. Who rules just does it, and that’s it. Quien manda lo hace y basta. O bien puede decir, en cambio, que manda por el bien, por la justicia, por la libertad. Pero ésas son cosas de mujeres, dejémoselas a los ricos, a los idiotas. Quien manda, manda. Y punto.»

Traté de preguntar cómo iba vestido, cuántos años tenía. Preguntas de poli, de cronista, de curioso, de obsesivo, que cree que con esos detalles puede deducir la tipología del capo que pronuncia esa clase de discurso. Mi interlocutor me ignoró y continuó. Yo lo escuchaba y tamizaba las palabras como si fueran arena para encontrar la pepita, el nombre. Escuchaba aquellas palabras, pero buscando otra cosa. Buscando indicios.

–Quería explicarles las reglas, ¿comprendes? –me dijo el policía–. Quería que les entraran bien adentro. Yo estoy seguro de que éste no ha mentido. Garantizo que el mexicano no es un cabrón. Juro sobre mi alma por la suya, aunque nadie me crea.

Volvió a mirar la agenda y siguió leyendo.

«Las reglas de la organización son las reglas de la vida. Las leyes del Estado son las reglas de una parte que quiere joder a la otra. Y nosotros no nos dejamos joder por nadie. Hay quien hace dinero sin riesgos, y esos señores siempre tendrán miedo de quien, en cambio, el dinero lo hace arriesgándolo todo. If you risk all, you have all, ¿estamos? Si piensas en cambio que te tienes que proteger o que puedes librarte sin cárcel, sin escapar, sin esconderte, entonces es mejor aclararlo pronto: no eres un hombre. Y si no sois hombres, salid de inmediato de esta habitación y tampoco nos esperéis, que por más que os hagáis hombres, jamás de los jamases seréis hombres de honor.»

El policía me miró. Sus ojos eran dos rendijas, entornados como para concentrarse en aquello que recordaba muy bien: había leído y escuchado aquel testimonio decenas de veces.

«¿Crees en el amor? El amor se acaba. ¿Crees en tu corazón? El corazón se detiene. ¿No? ¿No amor y no corazón? ¿Entonces crees en el coño? Pero hasta el coño después de un tiempo se seca. ¿Crees en tu mujer? En cuanto se te acabe el dinero te dirá que la descuidas. ¿Crees en los hijos? En cuanto dejes de darles dinero dirán que no los quieres. ¿Crees en tu madre? Si no le haces de niñera dirá que eres un hijo ingrato. Escucha lo que digo: tienes que vivir. Hay que vivir para uno mismo. Es por uno mismo por lo que hay que saber ser respetado y luego respetar. La familia. Respetar a quien os sirve y despreciar a quien no sirve. El respeto lo conquista quien puede daros algo, lo pierde el que es inútil. ¿Acaso no sois respetados por quien quiere algo de vosotros? ¿Por quien os tiene miedo? ¿Y cuando no podéis dar nada? ¿Cuando ya no tenéis nada? ¿Cuando ya no servís? Se os considera basura. Cuando no podéis dar nada, no sois nada.»

–Yo –me dijo el policía– he deducido que el capo, el italiano, era alguien que contaba, alguien que conocía la vida. Que la conocía de verdad. El mexicano no puede haber grabado ese discurso él solo. El chicano fue al colegio hasta los dieciséis años y lo pescaron en una timba en Barcelona. Y el calabrés de este tío ¿cómo iba a inventárselo un actor o un fanfarrón? Que si no fuera por la abuela de mi mujer tampoco yo habría entendido esas palabras.

Yo había escuchado ya discursos de filosofía moral mafiosa a decenas en las declaraciones de los arrepentidos, en las escuchas policiales. Pero éste tenía una característica insólita, se presentaba como un adiestramiento del alma. Era una crítica de la razón práctica mafiosa.

«Yo les hablo, y alguno de ustedes hasta me cae simpático. A algún otro, en cambio, le partiría la cara. Pero hasta al más simpático de ustedes, si tiene más coños y dinero que yo, lo prefiero muerto. Si uno de vosotros se convierte en mi hermano y yo lo elijo en la organización como mi igual, el destino es indudable, intentará joderme. Don’t think a friend will be forever a friend. Seré asesinado por alguien con quien he compartido comida, sueño, todo. Seré asesinado por quien me ha dado refugio, por quien me ha escondido. No sé quién será, de lo contrario ya lo habría eliminado. Pero sucederá. Y si no me mata, me traicionará. La regla es la regla. Y las reglas no son las leyes. Las leyes son para los cobardes. Las reglas son para los hombres. Por eso nosotros tenemos reglas de honor. Las reglas de honor no te dicen que tienes que ser justo, bueno, correcto. Las reglas de honor te dicen cómo se manda. Qué tienes que hacer para manejar gente, dinero, poder. Las reglas de honor te dicen qué hacer si quieres mandar, si quieres joder al que tienes encima, si no quieres que te joda el que tienes debajo. Las reglas de honor no hay que explicarlas. Están y basta. Se han hecho solas con la sangre y en la sangre de cada hombre de honor. ¿Cómo puedes elegir?»

¿Aquella pregunta iba por mí? Busqué la respuesta más justa. Pero esperé prudentemente antes de hablar, pensando que quizá el policía todavía estaba repitiendo las palabras del capo.

«¿Cómo puedes elegir en pocos segundos, en pocos minutos, en pocas horas lo que tienes que hacer? Si eliges mal, pagas durante años una decisión tomada en cuestión de nada. Las reglas están, están siempre, pero has de saber reconocerlas y has de saber cuándo rigen. Y luego las leyes de Dios. Las leyes de Dios están dentro de las reglas. Las leyes de Dios: pero las verdaderas, no las utilizadas para hacer temblar a un pobre infeliz. Pero recordad esto: pueden existir todas las reglas de honor que queráis, pero sólo cabe una certeza. Sois hombres si dentro de vosotros sabéis cuál es vuestro destino. Un pobre infeliz se arrastra para estar cómodo. Los hombres de honor saben que todo muere, que todo pasa, que nada permanece. Los periodistas empiezan con ganas de cambiar el mundo y terminan con ganas de llegar a ser directores. Es más fácil condicionarlos que corromperlos. Cada cual vale sólo para sí y para la Onorata Società. Y la Onorata Società te dice que sólo cuentas si mandas. Después, puedes elegir la forma. Puedes controlar con dureza o puedes comprar el consentimiento. Puedes mandar sacando sangre o dándola. La Onorata Società sabe que todo hombre es débil, vicioso, vanidoso. Sabe que el hombre no cambia, y por eso la regla lo es todo. Los vínculos basados en la amistad sin la regla no son nada. Todos los problemas tienen una solución, desde tu mujer que te deja hasta tu grupo que se divide. Y esa solución sólo depende de cuánto ofrezcas. Si os va mal es sólo porque habéis ofrecido poco, no lo suficiente, no busquéis otras motivaciones.»

Parecía un seminario para aspirantes a capos. Pero ¿cómo era posible?

«Se trata de saber quién quieres ser. Si atracas, disparas, violas, traficas, ganarás durante un tiempo, luego te cogerán y te machacarán. Puedes hacerlo. Sí, puedes hacerlo. Pero no por mucho tiempo, porque no sabes qué puede pasarte, las personas sólo te temerán si les metes la pistola en la boca. Pero ¿y en cuanto te des la vuelta? ¿En cuanto un atraco salga mal? Si eres de la organización, sabes en cambio que cada cosa tiene una regla. Si quieres ganar hay maneras de hacerlo, si quieres matar hay motivos y métodos, si quieres abrirte paso puedes, pero tienes que ganarte el respeto, la confianza, y hacerte indispensable. Hay reglas incluso si quieres cambiar las reglas. Cualquier cosa que hagas al margen de las reglas no puedes saber cómo acabará. Cualquier cosa que hagas que siga las reglas de honor, en cambio, sabes exactamente adónde te llevará. Y sabes exactamente cuáles serán las reacciones de los que te rodean. Si queréis ser hombres normales y corrientes seguid igual. Si queréis convertiros en hombres de honor debéis tener reglas. Y la diferencia entre un hombre normal y corriente y un hombre de honor es que el hombre de honor siempre sabe lo que pasa, y al hombre normal y corriente le da por culo el azar, la mala suerte, la estupidez. Le pasan cosas. En cambio, el hombre de honor sabe que esas cosas pasan y prevé cuándo. Sabes exactamente lo que te incumbe y lo que no, sabrás exactamente hasta dónde podrás llegar incluso si quieres llegar más allá de toda regla. Todos quieren tres cosas: poder, pussy y dinero. Hasta el juez cuando condena a los malos, y también los políticos, que quieren dinero, pussy y poder, pero lo quieren obtener mostrándose indispensables, defensores del orden o de los pobres o de quién sabe qué otra cosa. Todos quieren money diciendo que quieren otra cosa o haciendo cosas por los demás. Las reglas de la Onorata Società son reglas para mandar sobre todos. La Onorata Società sabe que puedes tener poder, pussy y dinero, pero sabe que el hombre que sabe renunciar a todo es el que decide sobre la vida de todos. La cocaína. La cocaína es esto: all you can see, you can have it. Sin cocaína no eres nadie. Con la cocaína puedes ser como quieras. Si esnifas cocaína te jodes con tus propias manos. Si no estás en la organización nada del mundo existe. La organización te da las reglas para subir en el mundo. Te da las reglas para matar y te da también las que te dicen cómo te matarán. ¿Quieres llevar una vida normal? ¿Quieres no contar para nada? Puedes. Basta con no ver, con no oír. Pero recordad una cosa: en México, donde puedes hacer lo que quieras, drogarte, follarte a niñas, subirte a un coche y correr tan rápido como te apetezca, sólo manda de verdad quien tiene reglas. Si hacéis pendejadas no tenéis honor, y si no tenéis honor no tenéis poder. Sois como todos.»

Luego el policía señaló con el dedo:

–Mira, mira aquí… –me indicó una página de su agenda especialmente maltratada–. Éste quería explicarlo absolutamente todo. Cómo hay que vivir, no cómo ser un mafioso. Cómo hay que vivir.

«Trabajas, y mucho. You have some money, algo de dinero. A lo mejor tendrás mujeres bonitas. Pero luego las mujeres te dejan por uno más guapo y con más dinero que tú. Podrás llevar una vida decente, poco probable. O quizá una vida asquerosa, como todos. Cuando termines en la cárcel los de fuera te insultarán, los que se consideran limpios, pero habrás mandado. Te odiarán, pero te habrás comprado el afecto y todo lo que querías. Tendrás a la organización contigo. Puede suceder que durante un tiempo sufras y tal vez te maten. Es evidente que la organización está con el más fuerte. Podéis escalar montañas con reglas de carne, sangre y dinero. Si os volvéis débiles, si os equivocáis, os joderán. Si lo hacéis bien, os recompensarán. Si os equivocáis al aliaros os joderán, si os equivocáis al hacer la guerra os joderán, si no sabéis mantener el poder os joderán. Pero esas guerras son lícitas, are allowed. Son nuestras guerras. Podéis ganar y podéis perder. Pero sólo en un caso perderéis siempre y del modo más doloroso posible. Si traicionáis. Quien intenta ponerse en contra de la organización no tiene esperanza de vida. Se puede huir de la ley, pero no de la organización. Se puede huir hasta de Dios, que, total, Dios espera siempre al hijo huido. Pero no se puede huir de la organización. Si traicionas y huyes, si te joden y huyes, si no respetas las reglas y huyes, alguien pagará por ti. They will look for you. They will go to your family, to your allies. Estarás para siempre en la lista. Y nada podrá borrar jamás tu nombre. Nor time, nor money. Estás jodido para siempre, tú y tu descendencia.»

El policía cerró la agenda.

–El chico salió como de un trance –dijo.

Recordaba de memoria las últimas palabras del mexicano: «¿Y yo ahora no estoy traicionándoles dejándote escuchar esas palabras?»

–Escribe sobre ello –añadió el policía–. Nosotros no lo perdemos de vista. Le pongo tres hombres pegados al culo, las veinticuatro horas del día. Si alguien intenta acercarse a él sabremos que no ha contado tonterías, que esta historia no era una payasada, que el que hablaba era un verdadero jefe.

Aquel relato me asombró. En mi tierra siempre lo han hecho así. Pero me resultaba extraño oír aquellas mismas palabras en Nueva York. En mi tierra no te afilias sólo por dinero, te afilias sobre todo para formar parte de una estructura, para actuar como en un tablero de ajedrez. Para saber exactamente qué peón mover y en qué momento. Para reconocer cuándo te han hecho jaque. O cuándo eres un alfil y tú y tu caballo habéis jodido al rey.

(…)

Tomado de: CeroCeroCero de Roberto Saviano- Anagrama, 2013

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