Letanía del solitario

Cada tarde te pierdo,
como se pierde el tiempo
o la esperanza.
Cada tarde,
definitivamente,
te pierdo
como se pierde la paciencia.
Cada tarde
dices no.
Mueves la cabeza y dices no.
Mueves la tierra y dices no.
No mueves los labios y tu silencio dice no.
Infatigablemente,
cada tarde,
mi café solitario obscurece el planeta.

Carta a María Teresa

Para ti debo ser, pequeña hermana,

el hombre malo que hace llorar a mamá.

Yo me interrogo ahora

¿por qué no he amado sólo

las rosas repentinas,

las mareas de junio,

las lunas sobre el mar?

¿Por qué he debido amar

la rosa y la justicia

el mar y la justicia,

la justicia y la luz?

Fui un niño como todos.

También mi infancia

la atravezaba un río

y tenía una hora misteriosa

en la cual las palomas

a mi alma obedecían.

Pero me preguntaba

¿por qué en mi calle

la alegría es un viento

fugaz e inesperado?,

¿Por qué no siembran trigo

también sobre mi pecho,

si aquí en mi corazón,

todas las noches

se desbordan los ríos?

Por eso fue la noche

el rostro de mi madre,

astro de cera y llanto

en el cielo apagado de mi celda;

por eso me negaron

el Perú en mi desvelo,

y vanamente grito:

devolvedme mi patria,

devolvedme mi escuela de palomas,

mi casa frente al mar,

devolvedme su calle más pequeña;

su lámpara más rota,

su más ciego lugar.

A pesar de todo esto,

para ti debo ser, pequeña hermana,

el fantasma que vuelca

la sal sobre la mesa,

el mal hado que rompe

las puntas de los días:

y es que a ti te hace daño

ver llorar a mamá.

Mas una tarde, hermana,

te han de herir en la calle

los juguetes ajenos;

la risa de los pobres

ceñirá tu cintura

y andando de puntillas

llegará tu perdón.

Cuando esa hora suene

es que amarás las rosas,

las mareas de junio,

el jardín de diciembre

donde los niños van;

es que amarás mis sueños

y mis cosas,

¡Sabrás por qué se rompe

fácilmente

por la mitad el pan!

Cuando esa hora suene

y se empadrine en mi padre mi orfandad,

iremos de la mano

por las calles de Lima,

en trinidad de gozo:

la risa de mamá.

Marisel

Yo recuerdo que tú eras como la primavera trizada de las rosas
y como las palabras que los niños musitan
sonriendo en sus sueños.

Yo recuerdo que tu eras
como el agua que beben silenciosos los ciegos,
o como la saliva de las aves
cuando el amor las tumba de gozo en los aleros.

En la última arena de la tarde tendías
agobiado de gracia tu cuerpo de gacela
y la noche arribaba a tu pecho desnudo
como aborda la lluvia los navíos de vela.

Y ahora, Marisel, la vida pasa
sin que ningún instante nos traiga la alegría.
Ha debido morirse con nosotros el tiempo,
o has debido quererme como yo te quería.

 

 

6 comentarios para “Tres poemas de Juan Gonzalo Rose

  1. La poesía sencilla, la de casa, la de infancia y nuestros recuerdos y nuestros anhelos de justicia en medio de nuestra familia… manantial de nuestros sueños…
    Un gran poder aún…

  2. Leí desde muy joven a Juan Gonzalo Rose y la lectura de su poesía se me hizo una adicción. Qué tersura la de sus versos. Qué hondo sentimiento incendió sus palabras. Qué manera tan sencilla de andar por el viento, y copiar, en cada letra, los relámpagos de la buena poesía.

  3. La poesía deJuan Gonzalo es un regalo para el alma, penetra dulcemente como viento perfumado y toca las fibras adecuadas de nuestro corazón para hacer música. Es un deleite leerlo, es poesía pura y sencilla

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