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Título: Otra vida para Doris Kaplan
Autora: Alina Gadea
Editorial: Borrador, 2009

Unir las partes de una vida destrozada por la muerte y crear una historia. Esa es la arista por la cual Alina Gadea toma a Doris, una adolescente que acaba de perder a su padre y tiene que adaptarse a un nuevo modo de sobrevivir. En otra novela que quiebra el nexo entre las relaciones familiares perfectas, la autora mezcla la trama con guerra interna y una historia de amor. Condimentos que, sumados a su prosa tan ágil, la convierten en una novela para repasar de un tirón.

Por:

Gianfranco Hereña

Siempre he tenido la impresión que escribir es algo similar a desnudarse (literalmente). El autor se tiene que despojar de sus miedos como en un streaptease. Así, mientras va soltándose las prendas frente a un individuo que observa (el lector), debe procurar que el proceso sea lo suficientemente entretenido como para mantener las expectativas de un buen desenlace. Otra vida para Doris Kaplan ha visto en la muerte a ese recurso de suspenso permanente, ese algo que genera incertidumbre desde que sabemos que alguien ya no está y que nuestras vidas no serán las mismas después.

Doris (la protagonista) sufre de arranque la pérdida de su padre y se queda sola, apenas acompañada por su madre. Son los años ochentas y el inicio así lo marca: terror, inseguridad, bombas que estallan de la nada en una Lima caótica. Esta figura, que al inicio parece bastante etérea, va cobrando forma. Sendero Luminoso toma parte de algunos capítulos y la madre, poco a poco, se convertirse en la antagonista que nadie desearía tener en casa, una verdadera terrorista familiar.

Si Jennifer Thorndike en «Ella» planteaba en su novela la ruptura de toda relación familiar perfecta, Alina Gadea también lo consigue, aunque con ligeras variantes. Ya no se trata de una mujer víctima de la edad sino de alguien atemorizada por la responsabilidad.Ya no se trata de la madre enferma y manipuladora, sino de una que trata de competir con su hija por el amor de un hombre. 

Prefiero dejar a la imaginación de quienes leen esta reseña el final de este episodio. Solo puedo adelantarles que este puede ser un excelente puente para aquellos jóvenes que buscan la típica historia de amor bajo títulos tan pomposos como «El amor es olor», «Un corazón encerrado dentro de una casa» o «El cuarto dentro de otro, los pétalos de geranio y el estrafalario vestido de primera comunión». Cada uno de ellos, sin embargo, esconde párrafos bastante bien logrados

Subimos al auto. El parabrisas parece decirme que no, que no puede ser, de derecha a izquierda, de izquierda a derecha, eliminando cada vez las gotas que vuelven a caer. Las lágrimas de Genara. (Pg 83)

 

Me siento desinhibida y le cuento que cuando Genara entró a trabajar en mi casa, hacía un año que había tenido un hijo al que dejaba con su hermana en Lurín y seguía teniendo leche en los pechos. Que un día Matías y yo la pescamos en la cocina frente a la olla, apretándose con las dos manos uno de los pechos pálidos e hinchados, que tenían una areola enorme, rodeada de pequeñísimos puntos y un pezón tremendamente salido, como un corcho. La leche de Genara caía sobre la olla, la misma olla donde hervían la leche que traía el lechero en la mañana. (pg 73)

Da la impresión que la autora fue creciendo junto a la novela. El reto de tocar tantos puntos en paralelo podría tomarse, al inicio, como un reto difícil de lograr. Poco a poco el libro va haciendo metamorfosis y aboliendo dicha idea. Eso nos gusta, sentirnos parte de ese proceso de maduración en el que cada personaje va reclamando su lugar. Aunque pueda tomarse como una novela, donde cada relato enlaza con otro, hay algunos textos que se pueden leer independientemente del resto y aún así funcionar.

Recomendable.

 

 

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