Un As entre los Ases, figura continental

                                                                                   Pedro Espinel

 

Por:

Jorge Cuba Luque

A los veintidós años Alejandro Villanueva era no solo el mejor futbolista peruano del momento sino también un líder creativo, deslumbrante y alegre que insuflaba entusiasmo a sus compañeros de equipo. A esa edad integró la selección de Perú en el primer mundial de fútbol organizado por la FIFA, en Uruguay. Se trataba de un seleccionado curtido, con varios años jugando juntos en sus equipos respectivos que, esencialmente, eran dos, ambos de la capital peruana, archirrivales en el torneo local y archifraternales cuando de lo que se trataba era de defender la camiseta nacional: Universitario de Deportes y Alianza Lima, del que formaba parte Villanueva. Sus amigos y sus hinchas lo llamaban cariñosamente Manguera, por sus casi dos metros de estatura, porque era flaco y porque sus gambetas y fintas lo hacían parecer un hombre de goma de movimientos imprevisibles.  El color del ébano de su piel hablaba de sus ancestros africanos, llevados siglos atrás al Perú por los mercaderes de hombres, cuando el país era un virreinato español.

En aquel primer mundial Perú estuvo en el Grupo 3, junto  a Rumania y el país organizador, Uruguay, que ostentaba un palmarés impresionante: campeón olímpico en 1924 y 1928, en París y Ámsterdam, respectivamente. Villanueva debutó con su selección ante Rumania, el 14 de julio, en el estadio del barrio de Pocitos donde, la víspera, Francia y México habían dado inicio al mundial. Ante unos trescientos espectadores, la taquilla más baja de todo el torneo, Perú es sorpresivamente derrotado 3-1 por Rumania. En aquel encuentro se marcó el gol más rápido del mundial: al minuto de juego, marcado por el rumano Adalbert Desu; también fue el partido en el que por vez primera se expulsa a un jugador: el peruano Plácido Galindo, capitán de su equipo.

El siguiente encuentro de los peruanos fue ante Uruguay, dueño de casa y considerado favorito para quedarse con la copa Jules Rimet. El partido estuvo precedido por la inauguración del estadio Centenario y la ceremonia oficial de apertura del mundial; sesenta mil personas colmaban las graderías del flamante escenario deportivo. Fue un partido reñido en el que los de la Celeste pasaron momentos complicados para imponerse finalmente 1-0. Manguera Villanueva puso en aprietos a los uruguayos en varias ocasiones debido a la plasticidad y sorpresa de sus movimientos con el balón. Uruguay fue un justo vencedor: la Celeste llevaba cuando menos ocho años consecutivos cultivando un juego de conjunto, una disciplina de trabajo. No era el caso de la selección peruana que, apenas unos meses antes, había padecido una exclusión de varios jugadores, los del club Alianza Lima, entre los que se encontraba Alejandro Villanueva, debido a un reclamo de primas ante la Federación Peruana de Fútbol. La sanción fue levantada pocos meses antes del Mundial.

Si bien la selección de Perú no tuvo una participación particularmente destacada en Uruguay, uno de sus jugadores no pasó desapercibido: Alejandro Villanueva. Su alta estatura, el color de su piel, su rostro risueño y juvenil hacían de él una figura atractiva pues su persona irradiaba también una autoridad natural. Pero había algo más: en los dos partidos que jugó Perú, Villanueva tenía las piernas cubiertas; su larga pantaloneta, sus medias que le llegaban a las rodillas, la malla que cubría el espacio entre la pantaloneta y las medias impedían ver sus piernas. ¿Por qué se las cubría?  Las cubría en realidad desde mucho antes de ir a Uruguay, las cubrió después. Nunca se supo a ciencia cierta la razón; en Montevideo circularon los rumores de que sus piernas estaban surcadas por horribles cicatrices, otros decían que estaban cubiertas de extrañas manchas blanquecinas; hubo quienes afirmaban que Villanueva padecía una rara enfermedad que le provocaba una repentina pérdida de temperatura en las extremidades, otros que sufría una despigmentación. Hubo quienes aseguraban que Manguera Villanueva no sufría de enfermedad alguna sino que se trataba de un excéntrico que solo quería dejar de sí mismo una imagen inusual.

Aquel primer mundial no vio brillar a Manguera Villanueva, vio apenas unos chispazos de su talento. Será más tarde, en 1936, durante las Olimpiadas de Berlín, cuando él y la selección de Perú tendrán una actuación notable: anotó dos goles ante Finlandia y dos más ante Austria. Como en Montevideo, en la capital de Alemania Villanueva tuvo las piernas cubiertas.

Si Manguera Villanueva fue un gran futbolista se debió a que fue un gran amante de la vida. Se entregó al fútbol como se entregó a la vida: con intensidad, con la sed insaciable de quien sabe que más tarde o más temprano llega el fin inexorable. Su talento, inmenso e innato, lo fue perfeccionado desde chiquillo en las canchas de los barrios más humildes de su ciudad natal; hijo de un albañil y de una lavandera, la pobreza en la que nació y creció no le impidió nunca ser alegre en la capital peruana de entonces, en la que el color de la piel definía el estatuto social.

Alejandro Villanueva jugó durante dieciséis años por el club Alianza Lima, el equipo en el que  estaban sus mejores amigos; cambiar de equipo habría sido para él abandonar a sus amigos. Tanto como el fútbol le gustaban las fiestas, la jarana, la vida nocturna; era un seductor pues a todos seducía con su alegría profunda e inocente. No vio, no pudo ver, no quiso ver que el fútbol se estaba volviendo una profesión que exigía disciplina, horarios, rigor, todo lo contrario de lo que él era. Tampoco vio que el exceso de fiestas y de vida nocturna termina por minar a cualquiera, sobre todo a los que como él tuvieron una infancia marcada por las necesidades y por la estrechez económica. Persistió en su furor de vivir sin escuchar a Rosa Falcón, su amor de siempre,  que le exigía, que le imploraba que en nombre del sentimiento que los unía, que en nombre de los hijos que habían traído al mundo, dejara la juerga: Manguera Villanueva no le hizo caso, le fue imposible hacerle caso. Víctima de tuberculosis, la muerte se lo llevó en 1944, a los 35 años, pocos meses después de haberse retirado del fútbol. Nadie recuerda haberle visto las piernas durante un partido.

Tomado de: Mundiales y destinos, Jorge Cuba Luqe. Editorial Campoletrado, 2018.

Foto: Archivo de El Comercio

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