«Constelación» es una novela inquietante, tanto por su ritmo narrativo como por el tema de fondo; Alejo, uno de sus personajes, sufre de ataques de pánico y esto repercute tanto en su visión del mundo como en sus relaciones personales. De los setentas a los dosmiles, el estigma va creciendo. Su pareja, su familia, sus amigos, todo gira en torno a una «Constelación» cuyo centro deja de ser él mismo y se traslada hacia ellos y sus percepciones. Diría, en este punto, que se trata de un diálogo íntimo expuesto a través de varias voces, con influencias y préstamos de diferentes estilos narrativos. Sobre esto conversamos con Armando Bustamante, el autor, quien no dudó de someterse a #Las5Cortas de El Buen Librero.

Por:

Gianfranco Hereña

Alejandro (Alejo para los amigos) es un personaje que sufre silenciosamente ataques de pánico que lo pone contra las cuerdas en más de una oportunidad. ¿Por qué crees que el tema no es o no ha sido muy abordado en novelas nacionales y sí extranjeras? De hecho, hay una fuerte influencia de algunos autores foráneos cuyos nombres se cuelan en la narración.

Más que una explicación, puedo compartir una intuición. Quizá el tema de la salud mental todavía genera más tabúes e inseguridades de lo que nos gustaría admitir. Quizá tenga que ver con que somos una sociedad aún muy conservadora, o con que nos cueste tratar como algo normal muchas situaciones que deberían ser vistas como tales (en salud y muchos otros temas igual de importantes). El prejuicio social que puede recaer sobre una enfermedad mental suele ser fuerte y puede hacer que no muchos estén dispuestos a compartirlo. No se toma igual contar que tomas algo para la diabetes que para el pánico o la bipolaridad. No se toma igual faltar al trabajo por una migraña que por una crisis ansiosa, por ejemplo. Ahora, como digo, es todo una intuición personal. Creo que también se está empezando a tocar el tema, ya sea directamente o naturalizando ciertos elementos. Pienso en “Ella” de Jennifer Thorndike, donde la madre tiene problemas de este tipo y se abordan de frente por más duros que sean, o en “Perro de ojos negros”, de María José Caro, donde el personaje cuenta, sin problemas, que toma clonazepam para mitigar la ansiedad o un vuelo en avión. En otros países lo podemos ver con más frecuencia, quizá. Y en el libro se filtran referencias o nombres, aunque no necesariamente solo por este tema puntual. A mí particularmente me interesó el tema de los temores cotidianos, ya sean crisis de pánico, fobias o miedos puntuales a enfrentar situaciones, porque suelen ser subestimados. El famoso “todo está en tu mente”, cuando la mente puede ser muy fuerte y cruel y difícil de enfrentar.

Armando Bustamante Petit (Lima, 1980) es periodista y narrador graduado de la PUCP. Ha colaborado con diversos medios locales como El Comercio, Caretas, Etecé, la revista literaria Buensalvaje, y El Dominical. Constelación es su primera novela publicada.

Muchas de las partes de la novela pueden perfectamente encajar con el género epistolar, ¿cuál es tu relación con autores o autoras de este tipo?


El género epistolar es encantador, siempre me ha fascinado esa conexión entre dos personas a través de la palabra escrita. Hay complicidad, hay intimidad, y sobre todo hay libertad. La expresión de lo que sentimos fluye. Además, al escribir cartas o mails se crea, de algún modo, un personaje. Adoptamos roles y tonos que quizá no adoptaríamos cara a cara. Podemos ser otro sin dejar de ser uno mismo. Y así se va creando un ritual (que se ha ido perdiendo con los mensajes instantáneos). Supongo que la oralidad de Bryce ha estado presente en mi formación como lector (no hablo necesariamente de “La amigdalitis de Tarzán”, que es epistolar), pero creo que lo más cercano al guiño epistolar que señalas debe provenir de “Herzog”, de Saul Bellow, donde el personaje principal, Moses Herzog, un loco genial, no para de escribir cartas (sobre todo mentales) acerca de sus frustraciones, cartas que nunca llega a enviar (o a trasladar al papel). Otros libros epistolares que me han encantado son “84, Charing Cross Road”, de Helene Hanff (ella y un librero de Londres intercambiaron cartas durante dos décadas sin llegar a conocerse) y “La ciudad más triste”, de Jerónimo Pimentel (Melville le escribe a Hawthorne sobre su paso por la ciudad-ballena).

Existe en tu estilo narrativo una fuerte influencia del Boom Latinoamericano. Saltos de tiempo, narraciones intrincadas, incluso apellidos que perfectamente pueden encajar en la época de los setentas (de hecho, hay ambientes de esta era presentes ahí). ¿Por qué consideraste que este era el tono y el tiempo adecuado para narrar este novela?

La historia cuenta cómo se entrelazan, para bien y para mal, tres generaciones que transitan por las épocas en las que los protagonistas forman, o intentan formar, su carácter. En ese sentido, busqué situarme en la atmósfera en la que vivía cada uno de ellos por cómo impactaba el ambiente en esta formación, más que por la época en sí. Tres generaciones -y sus rollos- abarcan muchos años -y períodos evolutivos de una vida-. Más allá de que un lector de los setentas o de los dos mil pueda sentirse identificado con una época en particular, quería sobre todo que mis personajes se encontraran en su hábitat en cada etapa. Por paisajes, por costumbres, por música, por contexto. Eso sí, el contexto, sumado a algunas preocupaciones de mis personajes, me llevó a mirar críticamente ciertos aspectos de algunas dinámicas sociales específicas que podían impactarlos. Tanto en Piura como en Lima, tanto en los setentas como en adelante. Para hacerlo, me pareció que el tono tenía que tener un justo medio entre la observación distante y la interpelación. De ahí algunos saltos, de ahí el juego entre tercera y segunda persona.

«A mí particularmente me interesó el tema de los temores cotidianos, ya sean crisis de pánico, fobias o miedos puntuales a enfrentar situaciones, porque suelen ser subestimados. El famoso “todo está en tu mente”, cuando la mente puede ser muy fuerte y cruel y difícil de enfrentar».

En cuanto a la construcción de Ángela Seminario me parece que sales airoso en más de una ocasión, sobre todo en aquellas partes donde ella no confronta sino que prefiere huir de la realidad que vive día a día en su hogar. En alguna oportunidad mencionaste que era necesario ponerse en los zapatos de una mujer era difícil. ¿Qué fue lo que te costó más en ese proceso?

El personaje de Ángela fue el que más me costó pero a la vez el que más disfruté escribir, especialmente los pasajes de su adolescencia. Al inicio escribía lo que le sucedía pero al releerlo no sentía que fuera de carne y hueso. Y me di cuenta de que no estaba tocando esos miedos, esas ilusiones, esas vías de escape que una adolescente (y luego una mujer) auténticamente podía tener frente a una realidad familiar compleja. Tuve que repensar, profundizar e intentar sentir como lo hubiera hecho Ángela. Dejar de hacerlo mecánicamente. Ese proceso fue difícil pero muy rico para mí. Disfruté mucho escribiendo no solo sobre Ángela, desde la perspectiva del narrador, sino interpelándola desde un tú muy personal. Una de las lecturas que me inspiró en ese proceso fue “La hija del sepulturero” de Joyce Carol Oates, donde acompañamos a la protagonista desde niña a afrontar dilemas familiares y de identidad muy fuertes. Me abrió la mente en muchos sentidos. También lo hicieron novelas como “Las correcciones” o “Libertad”, de Jonathan Franzen, ambas con personajes femeninos muy interesantes, y, claro, con visiones sobre la familia muy potentes. Esos libros fueron mis compañeros en este viaje.

¿Te atreverías a publicar algo enteramente narrado por una voz femenina?

Claro, si tengo una historia por contar que va a ser mejor si es contada por una mujer, ¿por qué no? No creo que tenga que ser una tema de atreverse, ¿por qué le deberíamos tener temor a contar algo desde la voz desde donde creemos que debe ser contado? En todo caso, nos atrevemos a escribir una ficción que sea lo que queremos que sea. Claro, a un narrador puede costarle ponerse enteramente en los zapatos de un personaje femenino, tanto como podría costarle a una narradora que crea un protagonista masculino. Hay códigos que solo el otro tiene y sentir ese código puede costar. En ese sentido, creo que disfrutaría un reto como ese si se dan las circunstancias. El reto mayor, finalmente, es crear la historia, con personajes auténticos.

Foto destacada tomada de: https://elcomercio.pe/eldominical/fragmento-constelacion-armando-bustamante-petit-437315

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