Por:

Jessie Greengrass

Hace unos años, pasé un par de semanas en la Biblioteca Wellcome, leyendo. Estaba embarazada y escribía una novela. Nunca se me ocurrió que pudiera haber alguna conexión entre ambas cosas. En cuanto a la novela, sabía que quería escribir sobre la subjetividad y que estaba interesada en una historia médica (John Hunter, Freud, la historia temprana de los rayos X). Me tomó un tiempo sorprendentemente largo llegar a la idea de una narradora que estuviese embarazada y cuando finalmente se me ocurrió, lo descarté. Escribir sobre el embarazo, tratar de articular el deseo por él, sus realidades incómodas, sus consecuencias, me pareció transgresor, aunque en ese momento no entendía por qué me impedía a mí misma de usar este recurso.

Dar a luz, finalmente, resultó más sencillo que empezar a escribir. Sin embargo, retomé la idea original. En una bruma de agotamiento postnatal todo parecía, de alguna manera, más fácil de contemplar. Yo existía en una burbuja cuyo interior carecía de los recursos mentales para imaginar mucho más allá de mis límites. Decliné de elaborar cualquier argumento hasta después de la medianoche, cuando me puse a reflexionar sobre el embarazo en la literatura, solo para descubrir que mi impresión abrumadora era algo fuera de lugar.

Aunque es una experiencia fundamentalmente femenina, el embarazo existe en la literatura, pero cuando aparece, es para generarle a los hombres algún tipo de problema. A veces es un problema de confianza, como con Hermione en The Winter’s Tale de Shakespeare. O termina siendo un problema porque no ocurre: una esposa que no es capaz de dar hijos (un incondicional drama victoriano).

O, por el contrario, el embarazo es un impedimento, la reducción de la libertad: Newland Archer en The Age of Innocence, de Edith Wharton, ve terminar sus fantasías de evasión con el anuncio de su embarazo por parte de su esposa. Desde el exterior, el embarazo puede parecer un regalo: en Adiós a las armas, el embarazo de Catherine le permite a su amante acceder a una ilusión de paz (antes de que su muerte y la del niño la rompan). Se da por sentado que el nacimiento es concomitante al matrimonio, por lo que las historias se detienen en el altar. Nada interesante puede venir de nosotros después, aparentemente.

Últimamente, es cierto,algunos libros han abordado el tema con cierta destreza: Rachel Cusk, Maggie Nelson, Rivka Galchen. Los Little Labors de este último se ocupan de la transición a la maternidad a través de una serie de fragmentos discretos, que se suman a una imagen de un tiempo que es inconexo. Sin embargo, son memorias, y las memorias están reservadas a experiencias extraordinarias, fuera de las nuestras. Es decir, consideramos que los cuerpos de las mujeres son absolutamente extraños. Son el otro «yo» misterioso, siguiendo sus procesos peculiares. ¿Qué podríamos aprender de algo tan extraño?

Hace muy poco que leí The Argonauts, el  gran relato de  Maggie Nelson sobre su embarazo. Siento que lo hice demasiado tarde, porque mi propio libro ya se estaba imprimiendo. Fue entonces que me pregunté si tal vez ella había dicho todo lo que había que decir. Su trabajo es extraordinario, sí; pero me hago la pregunta ¿Hay realmente solo un espacio para el cuerpo embarazado en la literatura? Lo que Nelson hace (y yo había querido hacer) es utilizar el embarazo como un medio para examinar otras cosas, en su caso, la construcción familiar extraña, la encarnación, el amor. Esto es lo que la literatura nos ofrece: la oportunidad de tomar  especificidades de una experiencia en particular y usarlas para articular algo universal. He aprendido casi todo lo que sé sobre el mundo, sobre mí misma, gracias a los libros. Sin embargo, han sido experiencias adquiridas a través de personajes masculinos, por lo que me he sentido a mí misma entre lo carente de interés y lo indescriptible.

Los cuerpos de las mujeres pueden ser muchas cosas. Pueden ser espejos, pesos, recompensas; pero a menudo se ven desde afuera. Las experiencias que son únicas para ellas permanecen anómalas, suavemente impenetrables, como burbujas de agua a las cuales la significación se niega a adherirse. ¿Qué podríamos aprender acerca de un ser humano a partir de eso que solo nos sucede a la mitad de nosotros? Esto es lo que se siente transgresor acerca de la noción de escribir una novela sobre el embarazo: que al hacerlo, un cuerpo femenino podría verse obligado a defenderse tanto a sí mismo como a otras cosas, cuya experiencia no es únicamente femenina en absoluto.

Tomado de: The guardian

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