Por John Fante

Fuimos al aeropuerto en silencio, veinte minutos de hediondo óxido nitroso por la autopista de la costa, yo al volante y Harriet en el rincón opuesto, enfurruñada, enfadada, fumando un cigarrillo tras otro. Siempre me hacía gracia su forma de fumar porque no se tragaba el humo, se limitaba a acumularlo en la boca y a expulsarlo por las fosas nasales, pero aprisa, con cigarrillo casi llameando.

 

– ¿Puedo decirte algo sobre tu padre?- preguntó con tranquila indiferencia.

– Qué.

– Algo que no te había dicho hasta ahora.

– ¿Y qué es?

– Prométeme que no le contarás.

– Joder, Harriet…

– Una vez me metió mano.

No me inmutó la revelación; fue como si me dijeran que mi padre empinaba el codo. Seguí mirando al frente, esperando que concretara la fecha y la ocasión.

—¿No me has oído? —  preguntó—. He dicho que tu padre, Nick Molise, me metió mano.

—Ya he te oído.

—Hijoputa de mierda. ¿Es lo único que tienes que decir?

—¿Cuándo fue?

—El día de nuestra boda. En el porche trasero de la casa de tu madre.

Yo no salía de mi asombro. Harriet tenía la cara contraída por la furia. Por lo visto llevaba años dándole vueltas al asunto.

—¿Quieres decir que fue hace veintiséis años?

—¿Qué importa cuándo fuera? Ocurrió y basta. Yo era tu mujer, la mujer de su hijo, llevaba puesto el vestido de novia, era un día sagrado en mi vida, y el asqueroso hijo de puta va y me mete mano. ¿Es que no te afecta en absoluto?

—Perdona, Harriet. Pero me parece que no es para tanto. ¿Por qué no me lo contaste entonces?

—¿Y estropear aquel magnífico día? —A lo mejor no te metió mano. Puede que fuera un gesto afectuoso. Recuerdo que bebió mucho champán. ¿Estás segura de loque dices? ¿Qué hizo exactamente?

—Me pellizcó el trasero.

Aquello era típico de Harriet: era capaz de decir «joder» e «hijoputade mierda», pero cuando se trataba de «culo», siempre era «trasero» o«nalgas».Me eché a reír.

—Eso no fue meterte mano.Fue un cumplido. Lo hacen todoslos italianos. Yo te he pellizcado elculo miles de veces. Es gracioso.

—No quiero que esté en mi casa —masculló con la respiración agitada—.Es un viejo verde asqueroso, con ojos negros de macarroni, que me pone la carne de gallina. No pienso tenerlo bajo mi techo. Es mi última palabra.

El tráfico abarrotaba la carretera cuando entramos en el complejo del aeropuerto. Harriet exhaló otra bocanada de humo, enfadada, peligrosa, con los ojos entornados como los de un gato.

—Hazme un favor cuando estés allí.

—Con mucho gusto.

—Ve a ver a mi madre.

—Ni hablar.

Aparqué pegado a la acera, delante de Western Airlines, y bajé del vehículo. Harriet se puso al volante. Le di un beso en la mejilla que me supo a piedra fría.

—Ve a ver a mi madre, por favor.

—No.

Pisó el acelerador y casi me decapitó cuando se alejó para incorporarse al tráfico.

 

Este texto pertenece al segundo capítulo de la novela que lleva el mismo nombre. «La hermandad de la uva»- John Fante. Anagrama, 2004.

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