Antes de ser la mundialmente famosa autora de Harry Potter, J.K Rowling deambulaba en las oficinas de Amnistía Internacional del Reino Unido. Antes que abrirle paso a la hoy nombrada literatura juvenil, vegetaba en los asientos de aburridísimas clases de Literatura Inglesa en alguna universidad londinense. Si alguna vez pensaron en el lugar común de  aquella frase  «nada en esta vida es sencillo» reemplace mentalmente la imagen de quien se la dijo y póngala a ella. Mejor dicho, escúchela hablar con aplomo durante su discurso en la ceremonia de graduación de Harvard.

Empecemos por el inicio (valga la redundancia)

En «Vivir bien la vida» , Rowling nos habla de sus inicios. Para avanzar hay que retroceder y tomar impulso. El hecho con J.K Rowling es que esa retrospectiva sobre lo que significa ser hoy quien es la llevó a autoanalizarse. Así supo entonces que toda pérdida, incluso de tiempo, podía ser compensada luego con un aprendizaje. Mientras recibía clases de mitología griega, huía en los almuerzos para imaginar historias donde este universo de personajes tomaba vida. No se sabe exactamente qué es lo que Rowling escribía en aquel entonces. Lo que sí nos queda claro es que la épica del héroe se ve bastante reflejada en Harry Potter, quien toma dimensiones épicas enfrentándose al mal personificado a través de viñetas tan macabras como el «Basilisco» o a los miedos del protagonista en forma de  «Dementores», claras alusiones a las ánimas griegas de las que ella ha sabido generar el mejor de los provechos.

La derrota y la vida

Harry Potter es la historia de un chico mago, sí. Pero eso lo hace especial en un mundo que lo ningunea hasta que descubren sus poderes y el designio que ha caído sobre él ¿No les parece hasta aquí un argumento ya conocido?Pue espere, hay más. Hogwarts no es otra cosa las clásicas novelas de orfanato inglesas. Aquí es de donde Rowling se safa de los clichés:  los convirtió en escuelas personificadas dentro de un gran castillo-escuela. Gryffindor, Slytherin, Ravenclaw y Hufflepuff no son sino simbologías que son la justificación para darle a quien lea la saga los motivos suficientes como para engancharse. Es una saga juvenil, sí, entonces habrán por lo tanto rivalidades, historias de amor y amistades que se fraguan bajo un ambiente atípico pero al mismo tiempo cómplice. Entonces, dónde es que entra a tallar el factor «fracaso» , pues en el hecho de Rowling nunca tomó a las clases universitarias en serio. De un modo u otro, naufragó como estudiante pero ganó como autora. El juego, al parecer, le salió bien.

«Vivir bien la vida»

El libro, corto, de apenas 80 páginas, es en realidad el discurso ilustrado de la graduación en Harvard que mencionamos en el primer párrafo. Sin embargo, conviene inmiscuirse en su mundo un rato. Para Rowling, la valentía a la hora de afrontar el fracaso es tan esencial para vivir como la capacidad de empatía, de ponernos en la situación de los demás. La derrota, en sí misma, no es el fin de algo sino el principio de nuevas oportunidades. Lejos de ser una oda a la autoayuda barata, es mejor leerla y empatizar con ella.

 

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