La autora colombiana nos habla de su temprana vocación de escritora, su relación con las artes plásticas y su primera novela «Animales del fin del mundo»

Por:

Geraldo Capillo

La primera impresión al ver a Gloria Susana Esquivel (Bogotá, 1985), es la de ser una persona divertida. Pero más curioso es que su  reciente novela «Animales del fin del mundo» no concuerda con su risueña personalidad, sino mas bien, nos presenta una narración apocalíptica protagonizada por Inés, una niña de seis años que trata de entender por qué su vida y la de todos se cortará abruptamente. El buen librero conversó con ella.

¿En qué etapa de tu vida encontraste su vocación de escritora?

Siempre he tenido la vocación de lectora, eso siempre ha estado muy presente. Cuando era muy pequeña, a los tres años me enseñé a leer a mí misma, era una niña muy sola. Y eso que mis padres no son muy lectores, pero tuvieron la intuición de darme libros, fomentarlo. Me gustaba estar a solas con el libro, me sentía cómoda.

Y en la adolescencia, ¿cuáles fueron los libros que más te deslumbraron?

Muchos, pero «El lobo estepario» de Herman Hesse y «El extranjero» de Albert Camus, fueron los que más me impresionaron, libros que nos cambian la vida y que uno sale desgarrado. Fue un momento clave porque tenía que decidir qué hacer con mi vida. Por lo menos para mis padres estaba claro que yo debía estudiar letras, y la verdad es que soy muy mala para el resto de cosas. Cuando ingresé a la facultad fue un universo que se abrió, allí leí las obras del Boom Latinoamericano. Pero si tuviera que elegir “el” libro que más de deslumbró, sin duda, «Crimen y Castigo» de Dostoievski, estudiaba a dos horas de casa y fue una lectura que si bien lo leí en el bus (además de ser una obra monumental), me acompañó muchas veces.

Más tarde, realizaste un Máster de Escritura Creativa en la Universidad de Nueva York, ¿Cuál fue el motivo que te impulsó para ayudar a otros a escribir historias?

En un momento pensé que la carrera de letras era una carrera de creación y no lo era. La facultad me sirvió para formarme como crítico de obras, luego fui periodista cultural, entonces comencé a profesionalizarme en la escritura. Trabajé en la página web de un medio y tenía que subir contenidos todo el tiempo desde mi escritorio ubicado en la sala de redacción, sin embargo, eso no es lo que quería. Tiempo después, supe de esa Maestría y ahí comenzó mi proceso de escritura. Y sobre cómo me aventuré a ayudar a otros, pues siempre he sido una escritora que se ha formado en talleres, porque te sirve para entender la literatura desde otro lado. Un taller es una conversación para saber cómo el libro conecta con el lector, eso me agradó y después de la Maestría me reuní con otros escritores y formamos talleres, con la intención de sazonar textos de otros.

Has colaborado con el artista Daniel Salamanca. ¿Cómo relacionar dos vocaciones tan solitarias como la escritura y las artes plásticas para emprender un trabajo conjunto? 

Mi trabajo como periodista cultural fue cubrir arte, así descubrí un universo muy rico y que envidiaba un poco porque sentía que los artistas tenían la posibilidad de crear algo físico o visible, a diferencia del escritor que crea algo invisible o efímero. El artista tiene la posibilidad de crear objetos y como soy muy mala en cualquier tipo de expresión pictórica, las colaboraciones que he hecho con Daniel son sobre todo complementarias. Muchas veces después de terminar un libro es el escritor quien busca un ilustrador, este es un caso a la inversa, Daniel me buscó para complementar con palabras su arte.

¿Cómo es tu proceso de escritura, precipitas la eliminación de una línea o reflexionas intensamente?

Creo que reflexionar no es la palabra, dudo mucho. Creo que editarse es lo más difícil de aprender a escribir, es algo que uno adquiere después de mucha experiencia. Siento que el espacio del taller literario ayuda a incorporar las voces de ciertos lectores, es uno de los momentos que más disfruto. Sobre todo, me gusta editar poemas, ese momento en que se empieza a quitar y quitar las palabras que no deberían ir, también lo disfruto mucho. En el caso de novelas, no me salen instintivamente las historias, primero tengo que alimentarme de muchas lecturas y de muchos referentes visuales, necesito clasificarlo por tema o por tono para guiarme.

«Animales del fin del mundo», es una narración apocalíptica, con varios asaltos en el tiempo y mucha retrospección. ¿Qué escritores o libros influyeron para la publicación de esta novela?

Leí muchos libros sobre la infancia, obras como «Lo que no aprendí» de Margarita García. En ese momento me di cuenta de lo que podía y no hacer, sentí la valla alta. Intentar escribir desde la voz de un niño es muy difícil, porque un niño no tiene la lógica cartesiana del lenguaje, no tiene esa sintaxis tan organizada y la manera en cómo funciona su mente es muy diferente a la de alguien que ya ha pasado por muchas lecturas. Me di cuenta que no podía emular la voz de un niño, sino más bien, desde un adulto que recuerda su infancia. Además, leí «La ciudad en invierno» de Elvira Navarro, y fue una mirada femenina a la adolescencia, con ese libro entendí que estéticamente se parecía mucho a lo que quería hacer, la honestidad de la adolescencia.

¿Cuáles son tus próximos proyectos literarios? ¿Más poesía, colaboraciones, novelas?

Hace poco escribí un cuento que fue incluido en una antología, se trata sobre una chica que llega a vivir a la casa de una pareja casada, es un momento complicado porque la protagonista está cerca a cumplir los 30, y es un punto intermedio, donde no se sabe si aún eres joven o ya te puedes considerar un adulto. Ahora, estoy escribiendo mi segunda novela basada en ese relato y que está llena de WhatsApp y Facebook, una novela ultracontemporánea.

Foto tomada de: Radio Colombia

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