Por Yenitza Anseume

En la selva amazónica, las sabanas de Venezuela, el páramo y todas las zonas boscosas de Centro América viven las dantas. Hace mucho tiempo las dantas tenían la nariz tan pequeña que no podían encontrar alimento fácilmente. Por lo general las cazaban muy rápido los indígenas que comían su carne y usaban su piel para hacer escudos. También las dantas eran presa fácil  de los jaguares, pumas y tigres, que las encontraban carnosas y apetitosas.

Un día, después de mucho caminar, una danta en busca de agua, descubrió a la orilla de un lejano río un enorme árbol cuya, hoja verde y grande tenía un aroma exquisito, sus flores de color blanco amarillento producían un rico néctar y sus frutas duras, brillantes, color café y en forma de oreja, eran deliciosas. Se trataba de “el Guanacaste” que quiere decir árbol de las orejas o árbol que oye.

La danta comió suficiente de las hojas y frutas del Guanacaste y luego guardó un poco para compartir con su familia el maravilloso descubrimiento. Todas las dantas quedaron maravilladas con el delicioso olor y sabor del Guanacaste. Así que empezaron a buscar el  árbol por todas partes persiguiendo el olor de su fruta  a lo largo y ancho de la selva. Tanto olfatearon las Dantas y con mucho esmero, que sus trompas empezaron a estirarse y por fin con una trompa más larga pudieron detectar el Guanacaste a más de 80 metros de distancia, también el yolillo, el jobo, la jagua y la naranja.

Así pasó que de tanto comer esta fruta del árbol que oye, a las dantas se les desarrolló el sentido de la audición y ahora con los oídos y el olfato desarrollados pueden detectar la presencia de un extraño a más de 80 metros de distancia y aprovechar para refugiarse de los hombres y las bestias salvajes de la región.

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