El amor ha pasado. Pero conservo un afecto inalterable, y no olvidaré nunca –nunca, créame– ni su figura graciosa, ni sus modos de jovencita, ni su ternura, ni su afecto, ni su índole adorable. Puede ser que me engañe, y que estas cualidades que le atribuyo sean una ilusión mía, pero no lo creo, de ser así sería una indelicadeza atribuírselas.

No sé lo que quiere que le devuelva, cartas u otras cosas. Yo preferiría no devolverle nada, y conservar sus cartitas como memoria viva de un pasado muerto, como todos los pasados; como algo conmovedor en una vida, como la mía, en la que el progreso de los años corre parejo al progreso de la desdicha y la desilusión.

Pido que no haga como la gente vulgar, que es siempre grosera, que no me vuelva la cara cuando pasé a su lado, ni me guarde rencor. Quedemos, el uno ante el otro como dos conocidos de la infancia, que se amaron un poco siendo niños y, aunque en la vida adulta sigan a otros afectos por otros caminos, siempre guardan un rincón del alma la memoria profunda de su amor antiguo e inútil.

Que esto de «otros afectos» y «otros caminos» va con usted, Ophelinha, y no conmigo. Mi destino pertenece a otra Ley, cuya existencia Ophelinha desconoce, y está cada vez más subordinado a la obediencia a Maestros que no consienten ni perdonan.

No es necesario que comprenda esto. Alcanza que me guarde con cariño en su memoria, como yo, inalterablemente, la guardaré en la mía.

 

Tomado de:

Fernando Pessoa / Cartas a Ophelia

 

 

 

 

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