Teorema del cirujano

Desde hace un tiempo me asalta el horror de que mientras duermo alguien abre mi estómago y extirpa mis órganos. He intentado provocar tímidos insomnios, pero el cansancio termina vapuleándome. Noches incontables he soñado esta escena; mañanas enteras no me han servido para explicarme el porqué. Ni el buitre devorándose las entrañas de Prometeo justifica mi desolación. Ya no puedo creer en los mitos. Mi convicción de hombre trajinado en la ciencia se inclina por
reducir el problema a la maquinaria freudiana; sin embargo el instinto -cierto grito aborigen- me revela el furor de un fantasma al acecho. A veces el sueño es tan fulminante que pareciera que cada noche fuera anestesiado. Antes de caer he visto, o he creído ver, un bisturí desplazándose en la atmósfera. No quiero pensar que las tibias cicatrices de mi abdomen reflejan mi propio juego. En el hospital he tratado de guardar el secreto, pero todos deben percibir mi acelerado adelgazamiento al ver mi rostro demacrado. Sé que debo someterme a una inspección, pero me aterra la radiografía. Temo verme completamente vacío.

Metamorfosis

El patito feo se convierte finalmente en un cisne inimitable. Sus antiguos hermanos reprobables no pueden contener la envidia que los consume. Se humillan ante sus plumas fulgurantes y su aleteo majestuoso. Ellos no saben que muy pronto el cisne entonará un canto que terminará con su vida. Al no saberlo, serán incapaces de comprender por qué la belleza es más auténtica en la muerte.

Tribunal

El Nazareno fue crucificado por librarnos del infierno; abogó sin tregua en las tierras pobladas y baldías. Defendió y fue condenado. En la agonía prometió el Paraíso a uno de sus protegidos. Nunca más volverán los tiempos en que los abogados pagaban la culpa de los reos.

Cine

Veo la escena revisada hasta el olvido. Me impresiona la muerte de la actriz en el barranco: la caída sublime y sin alas. Destruyo para siempre esa imagen, la congelo: la fulmino en el stop. Reviso entonces cada cuadro hacia atrás. Me sorprende mi don sobrenatural; me divierte la ingenua certeza de que soy dios. La revivo en cada plano y la devuelvo al principio. En su infancia no imagina un fin tan abominable: no atisba la conexión nefasta del azar: la agonía prematura de la madre, el envilecimiento táctil del hermano. Sólo yo conozco el principio y el fin. Si tan sólo pudiera introducir un personaje improbable; extenderle así la mano a la hora suicida. Lo sé todo, pero no puedo detener la continuidad.

 

*Estos cuatro microcuentos están presentes en «El aullar de las hormigas» de Ítalo Morales (Estruendomudo, 2017). 

 

 

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