Edgardoriveramartìnez

Título: A la luz del amanecer
Autor: Edgardo Rivera Martínez
Editorial: Alfaguara, 2012

Fiel a su estilo, Edgardo Rivera Martínez vuelve sobre sus pasos y nos entrega una novela donde queda en evidencia su visión cosmopolita; va de lo andino a lo universal y muestra  la superación del indigenismo para lograr una comprensión integral de la identidad peruana. Aquí va la reseña.

Por: Luis Alejandro Mellado

«Sí, todo parece como lo dejé hace años. Yo, Mariano de los Ríos, he retornado ayer por la tarde a la casa donde nací, pasé mi infancia y adolescencia, y donde vivieron mis padres, y Tobías y Raquel, hermanos míos, y algunos de mis antepasados».

 Así comienza A la luz del amanecer (Lima, Alfaguara, 2012), la cuarta novela del  distinguido escritor nacido en los andes centrales, Edgardo Rivera Martínez (Jauja,  1933). Autor del libro de cuentos Ángel de Ocongate (1982)  y del imprescindible  País de Jauja (1993), finalista del premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos  y considerada como la mejor novela peruana de la década de los 90. Fiel a su estilo,  esta obra parte de lo andino y va a lo universal, del recuerdo íntimo a la evocación  de sentimientos universales como el amor; amor a la familia, a la mujer, al trabajo al  que nos dedicamos, y, sobre todo, al paisaje en que hemos nacido.

La novela no está dividida en capítulos; pues, a la manera de un libro de memorias, el narrador cuenta sus vivencias, anécdotas, triunfos y fracasos; en forma casi cronológica con pequeñas rupturas de tiempo, pasando del pasado al presente y viceversa. El protagonista de esta historia, Mariano de los Ríos Urdanivia, de 58 años, regresa a su casa natal, en Soray (pueblo ficticio, ubicado en los andes centrales), para quedarse en ella, y en la primera noche recuerda, o trata de reconstruir, sus experiencias. Recuerdos que se van confundiendo en una atmosfera de evocación y fantasía donde ya no es posible distinguir si los recuerdos son fieles o son irrupciones del inconsciente pues todo recordar implica trocar los sucesos para embellecerlos, en este caso bajo un cuadro bucólico.

La historia está narrada en primera persona, el personaje Mariano de los Ríos se interna en un nocturno soliloquio donde se deja llevar por los recuerdos pero también por la imaginación y la fantasía. Prueba de ello son los diálogos  y las apariciones de seres fallecidos o perdidos en otro tiempo como cuando recibe la visita fantasmagórica de su madre en medio de una atmósfera llena de misterio, donde el presente no existe, solo el pasado tiene lugar esa noche, el pasado y sus fantasmas, penas y alegrías.

El repaso del árbol genealógico de la familia y el recuerdo de sus hermanos Tobías y Raquel son muy importantes en esta novela para mostrarnos una pequeña sociedad donde cada uno sigue sus propios ideales y donde la separación física es inevitable para lograr cumplirlas y ser feliz de alguna manera. Así Raquel, al terminar el colegio, viaja a Lima a estudiar para costurera; y Tobías, el hermano mayor, pasa a la clandestinidad por motivos políticos, más tarde se sabría que estuvo luchando junto al poeta Javier Heraud en Madre de Dios por el año 1963. Por su parte Mariano pasó a dedicarse a la pasión que desde niño lo atrapó, la cristalografía, pasión que lo llevó a conocer varios lugares de nuestra geografía peruana (Huarón, Cerro de Pasco) y también del extranjero como París, Praga, Grecia, México, entre otros. Estos lugares también son evocados en esa noche que parece interminable.

La búsqueda del amor de pareja, desde la infancia hasta la adultez, es un tópico que recorre todo libro. Rivera Martínez describe estos pasajes, las experiencias amorosas del protagonista con esas damas (Leonor, Marina, Virginia, Constanza) de tan disímiles personalidades o temperamentos con gran poesía y muestra una  maestría al solo sugerir los actos eróticos.

Otra característica resaltante es la musicalidad que percibe el protagonista en cada nombre, sea de un mineral (azurita), un lugar, el nombre de una persona (Sophie, Túpac Roca) o de una deidad andina, azteca o griega. La búsqueda de la eufonía, del sonido grato y memorable, lo emparenta con la poesía, con la literatura, pues Mariano expresa su gusto por los poemas de Vallejo, las obras de García Márquez, Ciro Alegría, Arguedas, Martín Adán, Melville y Gide; gusto que lo hace poseedor de una gran sensibilidad.

En la obra el viaje es uno de los tópicos más importantes pues como Ulises ,el protagonista, regresa a casa luego de muchísimo tiempo y , si bien,  ha estado regresando cada vez que podía, su estancia no era definitiva pues como en la Odisea el protagonista tenía mucho que conocer, lugares que visitar, amores que vivir, fracasos que superar. Ahora a sus 58 años él toma la decisión de volver a Soray esta vez para quedarse, vivir de sus ahorros y de alguna forma recobrar fuerzas, renacer y no ser más un “Ángel cansado”. Es por ello que esta novela constituye para el protagonista una suerte de catarsis o liberación que le permiten revitalizarse para contemplar el futuro con optimismo.

En cuanto al estilo, el lenguaje es depurado y profundamente poético. A pesar que predomina el monólogo y la estética elevada es de una prosa fluida y el lector está facultado para adentrarse en el alma del protagonista, sus pensamientos, miedos y divagaciones.

A la luz del amanecer no es la excepción a la línea estético cultural que sigue Edgardo Rivera Martínez en sus obras, pues al igual que las anteriores, y como lo dijera alguna vez el ministerio de Cultura, “muestra la superación del indigenismo para lograr una comprensión integral de la identidad peruana”. Además, si bien su obra en muchos casos se inspira en temas andinos estos se hacen universales (como en esta novela) a través de temas como el amor y la añoranza. Otro rasgo que lo ata a sus demás obras, y que resaltara años atrás el poeta Marco Martos, es que “transita entre lo realista y lo fantástico y versa […] de personajes bastante instruidos y con sensibilidad artística en el pueblo peruano”.

 

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