Por Maximiliano Contreras

«Es todo un tema,
todo un tema».
(Frase que dice la gente)

—Te juro por Dios que me tiene lleno, el pendejo de mierda; es que todo el día con los mensajes y me manda «hola» y me manda «¿qué hacés, hermosa?» y «hola, bebé»… ¡Dios!, lo mando a la mierda y me sigue hablando, si bien tengo cara de tener más heridas que nadie y con más cicatrices que Chucky, no sé si será para tanto. ¿Se me notarán? Algo debe haber porque hay cada pelotudo que se me prende, tengo un imán para los pelotudos, la puta madre, si me cansé de mandarlo a la mierda —mientras hablaba, la amiga le cebaba mates y escuchaba, porque
antes de hablar o de opinar algo quiso, por así decirlo, enterarse de cómo fueron realmente las cosas—. Entonces el boludo me empezó a seguir, ¡ay, no sabés!, enfermo el chabón, enfermo de
la cabeza, no sé, nos juntamos un par de veces, pero, nada, no quiero saber nada con él. No entiende, lo ignoro y parece peor, ojalá consiga algo, así me deja de hinchar los que no tengo.

Después de empezar a tomar el mate hubo como un ratito de silencio y la amiga, Celeste, que la había sacado de la cama para que se vistiera rápido y fuera a tomar mate con ella y escucharle todo lo que había pasado la noche anterior, porque pareciera que después cuando llega el nuevo día la noche nos persigue con las cosas que hicimos, ahí estaba Celeste, mirándola chupar el mate, no quería o no sabía muy bien qué decir, en estos casos, a veces es mejor quedarse callada o decir monosílabos, uno no sabe en qué momento te direcciona a la mierda una persona así,  supersensible con estas cosas, con contar todo lo que hizo y de todo lo que se arrepintió, uno cree que se arrepintió, pero si te vas a arrepentir, no lo hagas—, a esta gente había que tratarla con pinzas, de a poquito, sacarle las cosas y decirle algo como para dejarla conforme, total, esa locura no se la cura nadie.

—Bueno, contame, ¿cómo fueron las cosas? Digamos que… ¿cuál fue la gota que rebalsó el vaso?, ¿cómo fue el asunto?, ¿qué pasó?, ¿lo viste, dónde?, ¿anoche?
—Sí, anoche, fue así, me largó un mensaje el viernes a la noche, tipo dos de la mañana, me puso que quería hablar, quería verme.
—¿Se vieron?
—Sí…
—¡Ay, Dios!
—Bueno, sí, pero no.
—¿Se vieron, sí o no?
—Sí…
—Bueno, contá…
—Este… eh… entonces, nos juntamos a la vuelta de mi casa, que está la panadería, por ahí y desde ese lugar nos fuimos ca- minando a la plaza, quería saber qué quería; pero ¿ves? Me dejo llevar por sus impulsos y terminé besándolo, lo besé…

—¿En serio? Hasta recién no lo podías ni ver y ahora ya ponés
cara de que te gustó verlo.
—Es que me gustó.
—¿Sí?
—Sí, bah, no sé.
—¿Qué?
—No sé qué quiero.
—¿Lo querés a él?
—Sí…
—Y, bueno, metele.
—Pero no.

Entonces, la pava se enfrío y pusieron otra para calentar agua. Eran las seis de la tarde, ese día ninguna de las dos trabajaba, era día domingo a la siesta, desde hacía pocos meses —no sé
cuántos, si cuatro o cinco— vivían solas, es que cuando uno empieza a tener lo suyo ya busca su lugar; se conocían de mucho tiempo, tuvieron la suerte de trabajar en el mismo lado, pero no les bastaba contarse todo ahí, tenían que juntarse sí o sí. Así que, bueno, en lo mejor de la charla y con el frío del día era casi verano, casi primavera, pero refrescaba.

—¿Qué más pasó?
—Todo.
—¿Todo, qué, te lo comiste?, ¿o algo más?

La cara decía todo, había algo más.
—No pudimos hacer nada, es que justo llegaba la madre.
—Ah, mirá vos.
—Entonces, el chabón se reprendió conmigo y ahora me
quiere ver a cada rato, no ves que me escribe y me manda
«hola» y quiere que nos veamos, me sigue, me atosiga, pero me
encanta…
—No entiendo, ¿qué te gusta?
—Que me siga, me encanta, que se preocupe por mí, aunque
no seamos nada de nada, ni lo vamos a ser.

—¿Por qué decís que no van a ser nada?
—Yo estoy en otra.
—¿Pensás en él?
—Todo el día, es que es retierno conmigo.
La amiga estaba cebando los mates de la décima cuarta tetera
y, con cara de no saber qué hacer o qué decir, atinó a levantarse
a poner más agua.
—Poné más agua, amiga, no te das una idea de lo confundida
que estoy, estoy remal.
—Bueno.
Entre el «bueno» y el fuego de la cocina, esperando que se
calentara el agua, sintió el celular que sonaba.
—Otra vez él, mirá si es cansador.
—Bueno, ¿pero te gusta o no?
—¿Qué cosa?
—Sí, bah, no sé, no, bueno, sí.
—Bueno, entonces, ¿sí o no?
—¡Ay, amiga!, no sé.

Entre cara de duda y con ganas de mandarla a la mierda, suspiró para aguantarla otro rato más. «Quién me manda a estas personas, quién me las manda —y paró las orejas cuando algo le
llamaba la atención—, mirala ahí, parece no sé qué hablando y hablando, la histérica esta».

Texto publicado en: Relatos muertos- Ed. Caligrama (2017)

Texto cedido por el autor para su difusión.

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