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Título: La fiesta del Chivo
Autor: Mario Vargas Llosa
Editorial: Punto de lectura, 1999

Pero Vargas Llosa, además de narrar la vida de cada uno de estos personajes durante la dictadura trujillista, se adentra en la mente del mismísimo Trujillo y nos revela sus más profundos miedos y traumas. Humaniza al inescrupuloso caudillo (Rafael Leonidas Trujillo), conocido por sus colaboradores como el Jefe, Generalísimo y Benefactor de la República Dominicana.

Por:

Juan Rosales Arenas

Un vívido retrato del festín de sangre, horror y muerte en el que sumergió el dictador Rafael Leonidas Trujillo a la República Dominicana es lo que consiguió el Nobel Mario Vargas Llosa en la Fiesta del Chivo (2000), una de sus novelas históricas más notables. Gracias a las voces de Urania Cabral y los conjurados Salvador Estrella Sadhalá, Antonio Imbert, Antonio de La Maza y Amado García Guerrero, el lector se sumerge en las entrañas de un régimen perverso que, valiéndose cualquier estratagema para acallar las voces disidentes, perseguía a la Iglesia Católica, torcía voluntades a cambio de prebendas, mandaba asesinar a sus críticos y amedrentaba a sus propios colaboradores.

El libro, dividido en 24 capítulos, se apoya en tres ejes narrativos. Uno de ellos relata el regreso inesperado de Urania Cabral, hija del senador Agustín Cabral, fiel colaborador de Trujillo, a la República Dominicana luego de varias décadas. Allí, Urania indagará en un pasado cuyas heridas todavía no han sido resueltas e intentará liberarse de un trauma y un sentimiento de culpa que no la han abandonado, pese a trabajar en un prestigioso buffete de abogados en Nueva York. Como la sociedad dominicana, ella todavía tiene varios asuntos ocurridos durante el gobierno de Trujillo que debe atender.

En el otro eje asistimos a un recorrido por las últimas horas de la era trujillista. A través del Generalísimo conoceremos la relación que mantenía con sus más cercanos colaboradores, como el presidente fantoche Joaquín Balaguer –este personaje es a mi juicio el más misterioso y fascinante-, el jefe del Servicio de Inteligencia Militar Johnny Abbes García o el repulsivo constitucionalista  Henry Chirinos. Y además de conocer de cerca a la cúpula trujillista, también seremos testigos de la crítica situación económica, social y política que atraviesa el país.

El último eje está dedicado a los conjurados Salvador Estrella Sadhalá, Antonio Imbert, Antonio de La Maza y Amado García Guerrero, los cuatro conspiradores  que, apostados junto a la carretera que va de Ciudad Trujillo hacia San Cristóbal, agurdan el paso del auto en el que viaja el dictador para asesinarlo. Mientras el narrador da cuenta de la preocupación que hay en cada uno de ellos porque el plan pueda ejecutarse eficientemente, nos relata también sus motivaciones personales para matar a Trujillo y cómo se gestó la conspiración que acabó con un régimen que duró tres décadas.

Vargas Llosa echa mano de sus ya conocidas estrategias narrativas y, jugando con el tiempo y el espacio, nos regala un tramo final de la novela cargado de tensión y suspenso en el que, personajes aparentemente secundarios, cobran una relevancia y protagonismo desconcertantes. La diversidad de puntos de vista que utiliza el Nobel para contar lo que ocurre cuando la conspiración ya ha sido puesto en marcha enriquece la novela. Asistimos a un juego intrigas, traiciones, negociaciones que determinarán quiénes caen en desgracia y quiénes salen airosos de la crisis. La política en su estado más puro.

El último capítulo de la novela, que cierra con la historia de Urania, es la pincelada final que termina de retratar al dictador Trujillo. Es ahí donde el contraste entre el aura sagrada del caudillo y la precariedad del ser humano se hace más evidente.

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