Al teniente  Gamboa; a Zavalita, a Pantaleón Pantoja, a Mayta, al Sargento Lituma, a Palomino Molero, a Roger Casement (el de la ficción). Feliz día a ustedes. Feliz día al maestro. Porque los recuerdo con cariño y pegado al  papel: Gracias totales.

“La vocación literaria no es un pasatiempo,

un deporte, un juego refinado que se practica en los ratos de ocio.

Es una dedicación exclusiva y excluyente,

una prioridad a la que nada puede anteponerse,

una servidumbre libremente elegida que hace de sus víctimas

(de sus dichosas víctimas)

unos esclavos”.

Mario Vargas Llosa

(Cartas a un joven novelista)

“Mario Vargas Llosa”– se escuchó finalmente en el recinto– usted ha encapsulado la historia del siglo XX en una burbuja de imaginación. Ha flotado en el aire por 50 años y aún brilla. La Academia Sueca lo felicita. Por favor, acérquese para recibir el Premio Nobel de Literatura de este año de manos de Su Majestad el Rey.

Aquel viernes 10 de diciembre se coronó una etapa histórica dentro de la literatura nacional. Mario Vargas Llosa tradujo años de esfuerzo en un galardón sin precedentes. El presentador lo había sentenciado en una frase; el mérito iba más allá de un «best seller» o de un libro en específico, era la coronación justa para toda una trayectoria consagrada a la vida intelectual.


Al respecto, Vargas Llosa afirmó en Washington que recibir el Nobel le supuso “una semana de cuento de hadas y un año de infierno”. Y es que para un hombre como él, disciplinado hasta la médula, escribir  se ha convertido en una vocación que le impone regímenes bastante estrictos en materia de horarios y compromisos sociales.
Mario Vargas Llosa es un gran trabajador. Cuando se levanta se lava los dientes y se sienta a trabajar. Ahí no lo toca nadie y nadie lo molesta. Luego a la una de la tarde almuerza muy ligeramente y así acaba su día de trabajo todos los días del año”, señaló alguna vez Hugo Neyra, ex director de la Biblioteca Nacional y amigo personal del Nobel”.

Aunque ya en otras ocasiones había manifestado que se ceñía a una agenda cuidadosamente elaborada, el autor de “La Ciudad y los perros” vio trastocada su vida a partir del premio, ya que los homenajes se triplicaron y las menciones a su nombre se hicieron más frecuentes. Tuvo que sucumbir, dice, “bajo la presión de ir a las ferias de libros, recibiendo llamadas de periodistas de todo el mundo” que lo querían entrevistar, y fue un año en que no tuvo tiempo “para escribir y ni siquiera para leer”.

El cadete Vargas Llosa


Apenas se hacía sentir el toque de diana, el cadete Mario Vargas Llosa cruzaba raudo el patio del Colegio Militar Leoncio Prado.

Entre novelas eróticas que escribía a hurtadillas, el ahora Nobel escribió en su autobiografía “El Pez en el agua” (1993) de que fue en ese colegio donde aprendió “que el Perú no era el pequeño reducto de clase media en el que yo había vivido hasta entonces confinado y protegido, sino un país grande… sacudido por toda clase de tormentas sociales”.

El escritor peruano Sergio Vilela ha escrito sobre las diversas tropelías a las que tuvo que esquivar Vargas Llosa en aquel entonces. “El cadete Vargas Llosa” contiene, además, fotografías del archivo personal del laureado autor nacional y describe con una prosa aguda y puntual cada una de las visicitudes que incluyen, además, los entredichos con su padre, a quien conoció en Piura recién a los once años.

Silencio sepulcral


La mano dura que impone el autor consigo mismo ha sido descrita, incluso, por su propio hijo. Álvaro Vargas Llosa recordó con nostalgia cuando alguna vez quiso profanar la oficina de su padre. 

“Le ponía un pestillo a la puerta para que no pudiéramos entrar, porque era como su recinto mágico y sagrado. Penetrarlo era violar algo muy íntimo y de algún modo perturbar su mundo personal(…)Un día logré entrar y quedé helado ante los papeles y apuntes. Yo era muy chiquito y recuerdo que me paralicé y salí corriendo aterrado”, recordó.

De lunes a sábado


En marco de la Feria del Libro de Washington, organizada por la Biblioteca del Congreso, Vargas Llosa se atrevió a revelar algunos de sus hábitos literarios cuando se somete al rigor de la pluma. Dijo que suele escribir por las mañanas en casa, mientras por las tardes, acude a bibliotecas o bares para reescribir y preparar el trabajo del día siguiente. “De lunes a sábado trabajo en libros, y el domingo escribo artículos”.

Ante un auditorio que lo escuchaba pasmado por la autoexigencia que se imponía, Vargas Llosa repitió casi lo mismo que había dicho en el discurso cuando ganó el Nobel. Se refirió a su esposa Patricia arguyendo de que lo único que él hace “es escribir y ella hace todo lo demás, lo que es un gran trabajo y yo le estoy muy agradecido”, dijo esta vez sin quebrarse y muy por el contrario, mostrando un semblante augusto que presenciaba los rostros de sus seguidores quienes se amontonaban por esperar al término del discurso en búsqueda de un autógrafo.

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