jenniferthorndike

La primera impresión que tuve sobre [Ella] de Jennifer Thorndike fue de una gran depresión y oscuridad. Esto ocurrió cuando recien había conocido a nuestra autora tras su llegada a Filadelfia. Sucede que poco antes yo leí su libro de cuentos Cromosoma Z y tuve una muy agradable y divertida lectura, de modo que en los días en que Jennifer me pasó algunos fragmentos del libro que aquí presentamos, cuando estaba en pleno proceso de creación; lo sentí dark y bastante terrible, debido a la muy extraña relación madre-hija que la ficción plantea. 

Por:

Roger Santiváñez

Esta lectura se corroboró al tener la ocasión de leer la novela ya publicada en el 2012. En efecto, frases como esta: “Así, nuestra familia se redujo a una pequeña sociedad enferma” me hicieron pensar en que Thorndike estaba tratando de decirnos que vivimos en una sociedad malsana y degradada.Es decir, el núcleo familiar que el texto expone sería –en dimensión reducida- un símil de lo que sucede en general en esta sociedad burguesa, occidental y cristiana que padecemos. Y el sufrimiento extremo del personaje narrador así como el de la madre, serían testimonio del sufrimiento y dolor al que nos somete el capitalismo asesino que experimentamos cotidianamente. Pienso que ese es un gran primer valor de la novela: mostrar con toda crudeza a lo que hemos llegado en tanto seres humanos minimizados, convertidos en fantoches, incapaces de amar y envueltos en relaciones rebajadas, saturadaas de odio y de resentimiento.

En este sentido el miedo es un elemento fundamental. Así como la hija de este libro, que por temor a ser tan maligna como su madre, inhibe su menstruación y a la larga la concepción de bebés; nosotros vivimos atenazados por el miedo. No podemos hacer muchas veces lo que queremos o lo que deseamos. Nos quedamos petrificados por la angustia y preferimos acomodarnos –como diría el poeta Antonio Cisneros: “en la parte más apestosa de la ballena”. Y así continuar en una vida cobarde y solitaria, sin ninguna esperanza de posibilidad para mejorar la degradación diaria a la que nos somete el gran capital de las corporaciones mundiales y globalizadas para quienes somos solamente un número, una cifra en las estadísticas, o carne de cañon para la enferma carrera del lucro y la explotación del hombre por el hombre que domina absolutamente la sociedad actual.

El silencio que reina entre la madre y la hija es otro punto en el que Jennifer Thorndike realiza la incomunicación del mundo contemporáneo. Nadie sabe lo de nadie, cada quien se acoraza en su soledad y se desgarra en una competencia absurda, excitados por el mito del triunfalismo que nos mete en la cabeza el sistema a traves de todos sus aparatos propagandísticos. Y la familia como tal queda reducida a una falsa institución de pacotilla. La crítica de la novelista es feroz: en un momento llega a decir: “Parece que soy una mala persona por desearlo, pero estoy convencida de que nadie está en la obligación de sentir cariño por otro miembro de su familia por el simple hecho de serlo. Yo no siento nada por ella” [dice la narradora refiriénose a su mamá]. Con esto Thorndike se trae por tierra a la familia como celula básica de este sistema. Es capaz de situarse –desde afuera- y liquidar en un párrafo la supuesta sacralidad del llamado orden de las familias, tal como se nos ha enseñado a respetar desde la más tierna infancia. Pues aquí verificamos que –realmente- no hay ninguna razón para amar a nadie de nuestra familia, por el hecho de ser tal. En esta actitud revolucionaria la novela lo que está haciendo es cuestionar el concepto de familia tal como lo entiende el sistema burgués y planteando –anarquista y utópicamente- la posibilidad de una nueva organización social que no pase necesariamente por la formulación tradicional de la familia.

Hay otro aspecto que me parece sumamente interesante en el libro. Se trata de la lucha in-vitro del personaje narrador, o sea la hija con su hermano mellizo. “Nosotros nos negamos a nacer y ella nos fuerza cada vez más”  leemos en esta parte. Esta situación límite alude al misterio de la vida, es decir y aquí cito a Vallejo: «estamos en este valle de lágrimas adonde yo no pedí que me trajeran”. Claro, porque en realidad nadie ha solicitado llegar a este mundo. Pero la novela está planteando lo estúpido que es el hecho de haber nacido.Y a la larga, lo absurdo que es la experiencia humana y todo lo que llamamos la Historia con mayúsculas. Lo radical de Jennifer Thorndike  está en crear esta ficción de que uno –en el vientre de la madre- podría haber luchado para no nacer, porque no habría ninguna razón convincente para aceptar la vida.

En otro capítulo de la novela el personaje-narradora afirma: “no soy más que una presencia sin identidad”. A mi modo de ver esto se refiere a lo que Leopoldo María Panero llama lúcidamente la “Condena del Yo”. Es decir, todos nosotros –a cada rato- estamos hartos de nosotros mismos.No podemos liberarnos de nuestro ser y existir y tener conciencia de que somos y estamos. Pienso que  nuestra autora nos está señalando dicha pesada carga que estamos obligados a llevar todos los días. Y secretamente desea perder esa identidad. Le encantaría no ser, o quiza Ser Otro como nos apostrofó Rimbaud con su famoso Yo es Otro.Y quizá allí, en esa especie de limbo recien encontremos algo de paz y de tranquilidad y de belleza.  Porque aunque tal vez en la ficción de la novela la narradora rodeada  sólo de frutas en un espacio que siente como no su casa ni su cuarto, sufre por no ser nada sino una presencia vacía, es allí mismo donde va a encontrar su felicidad; es decir ya cuando la madre muere, ella cree que por fin va a poder ser ella misma, es decir ser Otra.

Pero al final sabemos que esto no va a ocurrir, porque cíclicamente la historia termina donde empieza, o sea, con el alumbramiento de los mellizos: la narradora y su hermano. Y de este modo, queda claro no hay solución posible ninguna. O lo que es lo mismo: todo vuelve a empezar de nuevo y otra vez. La historia se repite incansablemente hasta la saciedad. Los engranajes de la rueda de Chicago retornan imparablemente a girar y lo que nuestros padres hicieron con nosotros, nosotros lo volveremos a hacer con nuestros hijos y ellos con los suyos, asi como nuestros abuelos lo hicieron con nuestros padres; y las aparentemente distintas maneras que ha tenido el ser humano de organizarse a lo largo de la historia de las sociedades no ha sido sino la historia de las luchas de clases y su consiguiente represión –desde lo íntimo y erótico hasta lo social y político- mas como ha escrito el gran Enrique Lihn: “Pero una parte de mi no ha girado al compass de la rueda, ni a favor de la corriente” y aquí tenemos la contundente prueba: la notable novela de Jennifer Thorndike.

Foto tomada de: Leeporgusto.com

[Texto leído para la presentación de [Ella] de Jennifer Thorndike. Soho, New York, setiembre 2014]

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