Por:

Alonso Cueto

Van a ser las ocho y el sol brilla sobre la isla de cemento que estoy pisando. Me encuentro a mí mismo, me descubro en una calle cerca de unos árboles, junto a un poste. No sé muy bien en qué barrio.

Un regimiento de hormigas camina. Las patitas marchan hacia arriba, hacia abajo, en círculos. La corriente me hace apurarme. Un enorme rinoceronte corre en mi cabeza. Pienso que puedo pararme en la pista y que el rinoceronte va a salir y va a correr delante de mí. Ahora siento un microbús: el bufido ronco, la nube de óxido. Ya tengo menos fuerza. Voy a buscar un restaurante para entrar al baño. Hay un velo de luz sobre las paredes de la calle. Hay una maceta y una flor en una ventana. Tengo que llegar a las ocho.

Ya sé dónde estoy. Voy a dar un examen. El sol sigue brillando, va a ser un día típico de verano y yo he perdido la esperanza.

Mido la presión de mi pie derecho contra el cemento. Algo me quema y me quito el zapato. Estoy sentado en el sardinel. Es tarde. El regimiento de hormigas en mi sangre recupera su velocidad mientras el viento me azota el pelo y lo estira. Voy a ponerme el zapato. No puedo perder el tiempo. Faltan minutos, segundos. Algunos segundos algunos minutos. Eso es. No pienso en lo que puedo hacer hoy. O esta noche. O más tarde. Mi terror al futuro no tiene explicación. Es el miedo a lo que va a pasar. No quiero saber de eso. Tengo sólo estos segundos. ¿Tengo sólo estos segundos? ¿Estoy caminando a un examen yno me importa. El sol brilla en el centro del cielo.

Estoy parado junto a una reja metálica. Algunos patas vagan por allí. Giancarlo está a mi lado. Nos ha ido mal en el examen. Preguntas con respuesta múltiple. Ni siquiera tenían “Ninguna de las anteriores”. Ni siquiera. Yo me siento triste pero Giancarlo fuma y sonríe. Unas chicas de pelo rubio pasan.Las miramos

Ya vámonos de acá – me dice- vamos a mi casa. Tengo un poco todavía. “Un poco” en el lenguaje de Giancarlo es unas líneas de polvo que él va a poner en la mesa de su casa. Antes de volver donde mis padres y enfrentar la pregunta(“¿Qué tal te fue en el examen?”), mejor es seguirlo. Sólo tengo que acordarme de ir a mi casa antes de las nueve.

Soy el último de cuatro hermanos. Vivo en San Isidro, cerca de Pezet. No hemos tenido muchos problemas de plata. Mis dos hermanos mayores siguieron la carrera de mi papá – medicina – y son buenos especialistas, uno en pediatría y otro en cardiología. Mi hermano mayor se convirtió una época en el pediatra más caro de Lima, y eso ponía orgulloso a papá.

Mi hermano Carlos Alberto es un digno exponente de la tradición familiar. Es casi un espectáculo verlo sentado diagnosticando los malestares,los dolores, los achaques de mis tíos, de los amigos de mi padre. Carlos Alberto: nombre de galán almidonado en la estúpida telenovela de mi familia.Siempre usó anteojos. Me llega, no sé por qué. Entre él y yo hubo siempre un pacto secreto; él me ignora y yo lo odio. Mi otro hermano es Luis Guillermo. También es médico. ¿Ya dije eso? Luis es una fotocopia de Carlos, ligeramentemenos nítida. Con Carmela, mi hermana, converso a veces. Pero ella vive enamorada del colosal pepe. Su novio pepe es el rey del frontón en el club Regatas y tiene a Carmela siempre sentada en alguna gradería. Ella lo adora, loidolatra. Muere por él.

Giancarlo siempre fue bueno conmigo. Es un poco flojo para los estudios. Fue uno de los últimos de la clase toda la secundaria. No le importaba. Sabía enamorar chicas robarse el carro de su papá. Algunas veces me venía a buscar en el Tercel rojo. Salíamos por lo general al sur, a correrlo.En el verano vamos a Punta Hermosa, a visitar a Chiqui, a Chatígula, a Piero,al negro Óscar.

Con Giancarlo y sus amigos probé mis primeros tiros hace como dos años. Ellos siempre se meten tiros. Yo, también a veces. Nos juntamos en el sótano de la casa de Giancarlo. Hablamos mucho, sobre todo de chicas y de cosas del colegio. Tomamos cerveza. Después de un rato Giancarlo o el negro Óscar sacan el polvo. Lo consiguen con la plata de su papá o vendiendo adornos de su casa en La Cachina.

Mi papá también me da plata, pero no mucho. Es un hombre raro mi papá. Habla muy poco. Tiene sus reuniones, sus consultas, sus pacientes, sus amigos.Es un forastero. Pero he vivido con él toda mi vida. No sé si lo quiero. Creo que a lo mejor….

Son las cuatro y diez de la tarde del maldito día en que di mi examen de ingreso y no entré por tercera vez. Mis padres están esperando. ¿Mis padre sme están esperando? Sé que tengo que volver antes de las nueve, cuando llega mi papá. Esta vez nos hemos reunido en la casa del negro Óscar. Mis amigos Giancarlo y Chatígula están frente a mí. Fuman. Toman. Ya han sacado laslíneas.

Yo me siento de pronto hundido, aplastado, devastado por el peso de la melancolía en mi cabeza. Ellos se divierten. Ya no hablan del examen. Yo recuerdo a Katia. Estuvimos juntos un año. Ella me dejó. Me dejó cuando yo no entre la segunda vez. Su madre influyó algo, creo. Ella hablaba bien. “Tú estás muy callado siempre”. Me decía. “Dime qué es lo que sientes. De repente puedo ayudarte”. Pero por fin un día Katia me dijo que separarnos era mejor. Las cosas empeoraron desde entonces. Giancarlo dice que soy inteligente. Pero a los diecinueve años, no puedo convencerme de mi capacidad, de mis talentos, de mi inteligencia. No tengo ninguna confianza en lo que esta cabeza de mierda puede hacer. Si yo pudiera matar este dolor.

Y sin embargo, ¿Por qué siento lastima por haber vuelto a fracasar? Había pensado que nada que ver con la lástima, la compasión, el amor, la nostalgia. Me toca aspirar ahora. Mis amigos se ríen. Siguen hablando. Giancarlo es lo más locuaz. Me paro para ir al baño. Sentado en el wáter, veo mis piernas humedecerse con gotas gruesas. Me quedo un rato, con la cabeza abajo. No pienso en el examen. Pienso en mí, encerado en ese baño, como una celda.Con el ruidote mis patas allí afuera. El cuerpo quemándose. Siento que voy asalir para atorarme de polvo, para reventarme la nariz y sentir la sangre queen mi cuerpo que me sube. Sólo así voy a olvidarme de esto. Pero no me levanto.En el gabinete hay algo. Es una loción, una crema. Hay una brocha para echarse espuma en la cara y afeitarse. Ya nadie usa esas brochas. Pero yo las usé una vez. Mi papá me la dio la primera vez que me afeité, que nos afeitamos juntos.Ahora estoy viendo esa escena.

Fue hace cinco años

 

4 comentarios para “Cinco para las nueve- Alonso Cueto

  1. Caramba, qué tedioso leer un cuento mal trascrito. No es el primero entre los ’15 cuentos peruanos’ al que le falta edición. Basta con leer el primer párrafo para descubrir la torpeza de subirla/copiarla sin volverla a releer. Saludos.

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