«Te hemos visto morir sonriente y ciego.

Nada esperabas ver del otro lado,

Pero tu sombra acaso ha divisado

los arquetipos que Platón el Griego

soñó y que me explicabas. Nadie sabe

de qué mañana el mármol es la lleve».

Jorge Luis Borges

 

Cuentan que Cristóbal Colón, después de haber sido rechazado por el monarca portugués para encabezar una expedición hacia el Oeste, quedó reducido a la miseria. Su hijo Diego era todavía pequeño y su hermano Bartolomeo no estaba dispuesto a solventar sus gastos eternamente. Andaba Colón muy deprimido por ello y se dedicó a hacer mapas y venderlos, porque desde chico le había gustado mucho dibujar y, aunque no era muy amigo de las lecturas, el haber viajado por el mundo conocido y el hablar varias lenguas le favorecía el entendimiento de los clásicos. Convirtióse además en refinado copista y vivió fascinado por Ptolomeo, a quien reproducía fielmente. Pero siendo ambicioso, no se resignaba a vivir de cartógrafo.

Soñaba con la fortuna que le facilitaría la gloria que legaría a su hijo, y así tendría, en cierta forma, la inmortalidad, bien tan codiciado en aquella época como hoy día. Pero era también hombre práctico, y si pretendía la fortuna, era porque creía merecerla. Años atrás, había presenciado la llegada al puerto de Madeira de unos náufragos a quienes dio alojamiento en su casa. Entre ellos había un piloto que falleció al poco tiempo, no sin antes entregarle unas cartas de navegación y jurar que había encontrado tierra firme al otro lado del Mar Tenebroso. A raíz de este suceso, Colón tenía la seguridad de que podría alcanzar renombre y celebridad si es que conseguía quién le financiara el viaje. Durante años, aquella expectativa le consumió la vida, mientras esperaba encontrar el medio para realizar el proyecto. Los mercaderes y mercenarios que pululaban por las tabernas del puerto nada más verlo le rehuían, porque estaban cansados de escucharle la misma historia que a todos contaba con lujo de detalles, y tantas veces habló de ella que ya no se sabía cuánto de cierto o falso había en aquel sujeto tan curioso. Hasta que se armó la expedición del capitán Ferdinand Dulmo, de la isla de Terceira, con dos carabelas y más de ochenta hombres rumbo al Oeste en busca de las Islas de las Siete Ciudades.

Para entonces, Colón se había dedicado a la bebida y estaba tan desesperado y aburrido recorriendo los muelles, que había llegado a tomar la decisión de partir en cualquier navío, aunque fuese de ayudante o capitán de segunda. Incluso se había resignado a proporcionar la información que había cultivado con tanto celo a quien le asegurara un porcentaje de la gloria que se pudiera conseguir, abandonando toda ilusión de tener el rol protagónico. Ya tenía cuarenta años y la esperanza de vida en aquellos tiempos no llegaba ni siquiera a los cincuenta. Sin pensarlo demasiado, llegó hasta Dulmo y le ofreció sus servicios. Le prometió entregarle su secreto más preciado: las cartas de navegación hacia el Oeste. Pero el capitán Dulmo, que era un poco autosuficiente, desconfió del hombre al que veía obsesionado por intereses muy dispersos para su gusto: la gloria, la cristiandad, el rescate del Santo Sepulcro de manos de los infieles y, por supuesto, la búsqueda de oro. Si algo no soportaba Dulmo era a un tipo tan heterogéneo y Colón era, precisamente, un ejemplar de una era que ya comenzaba a declinar.

El capitán, en cambio, era joven y moderno. Sin mucho detenimiento, rechazó cortésmente al extranjero. El resto de la historia ya se sabe. El pobre Dulmo no regresó nunca, tampoco sus ochenta hombres, quienes fueron tragados en las profundidades del mar. Cristóbal Colón continuó su vida muy desalentado y perdiendo toda credibilidad pública. Pensando que estaba acabado, tuvo ideas suicidas, por lo que su hermano, que temía por él, le aconsejó un remedio muy común que se estilaba entonces, que era el cambiar de aires. Así que Cristóbal Colón se marchó de la ciudad y se fue a Castilla, donde pudo comenzar una nueva vida ofreciendo su fuerza de trabajo como cartógrafo y capitán de navío. Siendo ya mayor y reposado, no tenía los ánimos y el ímpetu de la mocedad, por lo que se resignó a esperar durante siete años antes de tomar la decisión definitiva de arrojarse de cabeza al Tajo. Como era un desconocido, pudo volver a contar sus viejas historias. Esta vez tuvo mejor suerte porque le creyeron, descubrió América y se hizo famoso.

* Orbe novo es el segundo de quince relatos que integran el libro Ave de la noche (1995). La escritora dedica este libro a su padre, Juan.

Agradecimientos: Antonio Moretti (Editorial Campo Letrado)

 

2 comentarios para “Orbe Novo – Pilar Dughi

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