onetti

(ARTÍCULO) Lejos de las luces que rodearon a los protagonistas del Boom Latinoamericano –del que confesó a Joaquín Soler Serrano: «fui arrastrado»– y tras la imagen convencional del escritor atrincherado, Juan Carlos Onetti se ha convertido, muy a gracia del tiempo, en uno de los mejores exponentes de las letras del siglo XX, a la vez ineludible e inolvidable.Por:

Diego Triveño

Un tratamiento minucioso de la obra de Onetti según su testimonio sería, en principio, un proyecto casi imposible y hasta algo tortuoso. Pero a pesar de haber huido de los medios periodísticos y no haber encabezado extensas conferencias sobre su estilo y temática, como sí lo hicieron sus contemporáneos, su obra y elementos recurrentes en ella, paradójicamente, suponen el mejor testimonio de sus intenciones y su visión literaria.

La obra narrativa de Onetti se desarrolla, en su mayoría, en un universo que consideraremos intangible, pero permite su comparación con el Buenos Aires y el Montevideo que llegó a conocer. Santa María fue una ciudad vaga, imposible de asir en su totalidad, pero que podríamos intentar situar a las orillas del Río de la Plata y emparentar inevitablemente con la mítica Macondo, el condado faulkneriano de Yoknapatawpha y la Comala de Juan Rulfo. Además de esta característica geográfica –y esto podrá ser comprobable por cualquier lector suyo–, los protagonistas de sus historias parecen habitar envueltos por un velo oscuro, denso e inexorable, que es su sello de impronta y, al mismo tiempo, su maldición. Ninguno de ellos mantiene una vida emblemática, de cafés parisinos o intensas esperas de amor de más de medio siglo, ellos son más bien perdedores resignados, pasivos, acabados fumadores y bebedores.

Esa inapetencia por lo real, la repugnancia y la insatisfacción existencial, que caen con frecuencia en todos sus textos, hallan excelentes ejemplos en sobre todo dos personajes de sus ficciones. Tanto Eladio Linacero como Juan María Brausen, ambos héroes de El pozo y La vida breve respectivamente, rehúyen de una realidad que se les hace insoportable y asquea a tal punto que redobla sus esfuerzos y los empuja a recurrir a su imaginación para hacerla, con todas sus consecuencias, acaso un poco más llevadera.

El primer encuentro que tuve con Onetti fue a través de sus cuentos y admito que no podría haber tenido alguna mejor introducción a su universo. Se trataba de una edición algo corta, de bolsillo, de sus «Cuentos completos». La primera de las historias que hallé, y que iban desde 1933 hasta 1993, se llamaba Avenida de Mayo –Diagonal– Avenida de Mayo y contrastaba notablemente con la época literaria de su publicación (auge del regionalismo y criollismo). Si bien el sincronismo del cuento fue tomado como una ordinaria tentativa o sencillo experimento modernista o estético, marcó el inicio de la carrera del joven Juan Carlos de apenas 23 años. A este le seguirían cuentos cumbre como Un sueño realizado, que narra los anhelos de una mujer por volver a disfrutar de la felicidad de instantes oníricos; Bienvenido, Bob, una evocación a la decadencia de la juventud y su duro tránsito hacia la vejez; Esbjerg, la costa, el intento desesperado de un pobre diablo por acabar con la nostalgia de una danesa y El infierno tan temido, relato que describe la venganza malévola de una actriz a través de fotografías de la misma fornicando con desconocidos que hace llegar a su exesposo.

Es probable que Onetti haya alcanzado con algunos de sus cuentos igual maestría que con sus narraciones de largo aliento. En lo personal, además de los relatos mencionados, pienso que merecerían figurar en el mismo pedestal novelas bastante logradas: La vida breve, El astillero y Juntacadáveres, un trío en conjunto bautizado como ‘‘La saga de Santa María’’ y que contienen lo esencial de su trabajo como novelista.

Tras su exilio en España, su producción narrativa fue aletargándose, se diría entonces que su obra se vio estancada, pero para mí no fueron más que años que le sirvieron para envejecer bien y consolidarse en la memoria de sus lectores. Todos aquellos que lo vieron por última vez jamás olvidarán la habitación en la que lo hallaban echado con un libro en las manos y varias botellas de whisky al lado de la cabecera, vagamente seguro de la cercanía de la hora final, dispuesto a encararla en la calma de esa soledad.

La vida de Onetti se apagó en una clínica de Madrid en 1994, luego de llevarse consigo, entre muchos otros, al Premio Cervantes (1980) y ser propuesto como postulante al Premio Nobel de Literatura.

Tras varios años de su muerte, aquellos textos del escritor dado al olvido y al desgano permanecen y comienzan incluso a poblar el gusto de lectores jóvenes como yo. Las nuevas reediciones de sus obras no hacen más que resucitar el interés en el público e invitarlo a unas de las más y mejor logradas ficciones del siglo pasado. Aún ninguna de sus narraciones pierde el encanto, el elegante lenguaje que se desliza en su prosa, ni mucho menos la capacidad de enceguecer en ocasiones la vida cotidiana, en otras, de ser, tan al estilo de Onetti, la perfecta oportunidad de un grito de liberación, una ventana abierta hacia el abismo.

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