la batalla del ebrio

 

Título: La batalla del ebr(i)o
Autor: Thomas Harris
Editorial: Ajiaco ediciones, 2014

Todo proceso creativo se relaciona con las zonas de conflicto. La literatura, la música o cualquier ejecución de arte frecuentan con regularidad los estados dolorosos, las realidades oscuras o los procesos de la vida que han estado o están en tensión. Mallarmé en su tiempo profetizó que “la poesía es el lenguaje de un estado de crisis”, Tomás Harris en la actualidad alienta la profecía.

 

 

Por:

Pablo Lacroix

¿Qué miraron los ojos de John Wilmot?

¿Qué miraron los de Bukowski?

¿Qué miraron los de Baudelaire

Rimbaud

Poe, Dostoievski

Hemingway

Kerouac?

¿Qué miraron los de Faulkner?

¿Qué miraron los ojos de Winehouse

los de Jim Morrison

los de Janis Joplin

los de Layne Staley?

¿Qué miran aún los de Charly García

Lemmy Kilmister

los ojos de Harris?

 

Seguramente lo que miraban

y lo que miran

es la escritura, la música

la fisionomía del lenguaje

Pero también la botella

Harris es un poeta de peso, de trayectoria y unidad estética. La fisionomía de su lenguaje puede ser descrita como una corriente inagotable de viajes y desvíos, una constante persecución de Ítaca, el corazón de su palabra. Pero también, Harris propone un hablante lírico que colinda con el trauma, el amor desgarrado, la tradición gótica y la alquimia del verbo. El mar es la infinidad de hojas y la escritura ese barco que desafía la corriente.

 

Su último libro, La batalla del ebr(i)o, nos abre paso a una zona de escritura que antes no ha sido vista, o no con tanta precisión como lo es en este caso. La batalla, la zona de peligro, es ahora el catastro de lo íntimo y el Goliat es la botella, el alcohol y la experiencia. La bebida es ahora el espejismo de la ruta, la trayectoria oblicua.

 

¿Cómo el heroico Ulises venció al gigante Polifemo? La respuesta es sencilla y a la vez compleja. No fue con el vigor, no fue con la eficacia del músculo, no fue con la ciencia del movimiento. Fue con la astucia, con el ingenio, con la palabra. Con la misma astucia que se encuentra en este libro, una obra lúcida, de temática ebria, pero lúcida, que vence a esos obstáculos gigantes que resultan persecutorios.

 

 

Apenas tres semanas.

Tres días por semana.

Tres tragos por día.

Y la camarera al verme,

abre la botella de Absolut

y el vaso está a la mitad

y los cubos de hielo a la deriva.

(De Absolut).

 

A la deriva, en la navegación de la escritura, en la navegación del yo que colinda con la retórica, con el lenguaje poético. Es así como Harris nos sitúa en un libro híbrido, que parece biográfico y a la vez no, que nos define un viaje por ese mundo interno que en su anterior obra no conocíamos. Como en El barco ebrio de Rimbaud, el que navega es él, el hablante lírico es el barco y la marejada es su vida. La metáfora es el tambalear, es la arena movediza de la navegación, es el caos disyuntivo del <<yo>> que flota, se deja llevar por la corriente y reafirma su existir. Son el lenguaje y la palabra, la palabra y la bebida, las señales del viaje, repito, la trayectoria oblicua.

 

Más dulce que a los niños las manzanas ácidas,

el agua verde penetró mi casco de abeto

y las manchas de vinos azules y de vómitos

me lavó, dispersando mi timón y mi ancla.


Y desde entonces, me bañé en el poema

de la mar, lleno de estrellas, y latescente,

devorando los azules verdosos; donde, flotando

pálido y satisfecho, un ahogado pensativo desciende;


¡Donde, tiñendo de un golpe las azulidades, delirios

y ritmos lentos bajo los destellos del día,

más fuertes que el alcohol, más amplios que nuestras liras,

fermentaban las amargas rojeces del amor!

(El Barco ebrio, Rimbaud, Fragmento)

 

La vida es un barco fermentado, un poema etílico, un cubo de hielo que desciende por el oleaje del poema. Harris, poeta vidente, logra con eficacia diseñar una obra que manteniendo su estética habitual; como lo es ese juego con personajes literarios, referencias intertextuales, musicales y cinematográficas, nos presenta un proceso, un agregado más a su obra general, donde el yo se intensifica, donde los vicios y la tragedia cumplen un rol vital, pero que sin embargo, continúan el camino.

 

“Me gusta saber que Dante frecuentaba la taberna, que Shakespeare trasnochaba y bebía, […], que Beethoven se pasaba las horas muertas en la cervecería” dijo en su momento Giovanni Papini, y Scott Fitzgerald, fue muy lúcido al tratar la articulación del bebedor; “primero te bebes una copa, luego la copa se bebe una copa y por fin la bebida te bebe a ti”Harris frente a esto agrega; “Yo bebí la copa. / No. La copa me bebió a mi” (de Metonimia). La bebida es también escritura, la manera en que el líquido recorre la garganta, el tiempo en que el efecto se posesiona del cuerpo, la gracia de la borrachera y el lánguido despertar del nuevo día. Todos estos puntos se transforman en tópico y en La batalla del ebr(i)o, son un leitmotiv interminable.

 

Aparecen en el libro personajes como Malcom Lowry, Joseph Roth, Charles Jackson, Rihaku, Poe, Baudelaire, Alexis Figueroa, Carlos Decap, entre otros, y aparece también un sujeto Harriano, poderoso, un hablante lírico firme, directo, un Harris/Tiresias, un oráculo de su propia vida, una voz que proclama su existencia desde el estío hasta elDecálogo del alcohólico y el Epitafio.

 

Ahora que el monje Harris ha muerto podemos

condenarlo o despreciarlo, absolverlo o amarlo.

 

Pero que en su epitafio no diga nunca sobre la losa:

¡Ay!, murió por culpa del alcohol.

(De Epitafio)

 

En este libro, Harris escribe de su vida y también de su muerte, o al menos desde la realidad poética, porque desde ya nos damos cuenta que la taberna es su palabra, el mar de copas el misterio, y aunque se pierda o no la batalla, no es momento de pagar la cuenta, ni de ahogar el cigarrillo, ni mucho menos de soltar el vaso. Aunque se pierda o no la batalla, el sujeto Harriano no apaga las luces.

Así soy realmente: maligno, borracho, pero lúcido.

Joseph Roth

Un comentario para “Ojos que navegan en el barco de la vid

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