Por César Vallejo
La tarde cocinera se detiene
ante la mesa donde tú comiste;
y muerta de hambre tu memoria viene sin probar ni agua, de lo puro triste.
Mas, como siempre, tu humildad se aviene a que le brinden la bondad más triste.
Y no quieres gustar, que ves quien viene filialmente a la mesa en que comiste.
La tarde cocinera te suplica
y te llora en su delatal que aún sórdido
nos empieza a querer de oírnos tánto.
Yo hago esfuerzos también;
porque no hay valor para servirse de estas aves.
Ah! qué nos vamos a servir
ya nada.
Tomado de: Trilce (1923)