monterroso(ARTÍCULO) Contaba Raymond Carver, el gran cuentista norteamericano contemporáneo nuestro, que en ocasión en que un cuento suyo, y siendo él por entonces un desconocido, apareció en una antología de «los mejores cuentos norteamericanos» del año tal, sintió tanto gusto que pasó toda la noche de aquel día en su cama, al lado de su mujer dormida, con el libro en la mano; leyéndolo, pero mas bien, mirándolo arrobado, hasta que horas más tarde, en la madrugada,el pesado artefacto cayó sobre él o encima de su mujer o entre ambos, en el momento en que él mismo sucumbió al sueño y sus manos no pudieron sostenerlo más.

Por:

Augusto Monterroso

Carver no declara cuál haya sido su actitud ante los libros enteramente suyos cada oportunidad en que éstos fueron siendo publicados a lo largo de los años siguientes.

¿Nos ocurrirá a todos un poco lo mismo? De mí se decía que cuando en 1959 salió a la luz por primera vez. en México, mi libro Obras completas, me costó mucho trabajo acostumbrarme a la impresión que me produjo verme convertido por fín en autor, posibilidad que durante largo tiempo había yo propuesto y lo que sólo movido por solicitaciones ajenas a mí me atreví a hacer, como pensando en otra cosa, algo tardíamente, cerca ya de los cuarenta.

El día en que por fin eso sucedió me desasosegué tanto que me sumí en otro silencio de diez años antes de decidirme a repetir la experiencia con La Oveja negra y demás fábulas; y en otro enmudecimiento más, esta vez de tres, para llegar al tercero, Movimiento perpetuo. En la misma forma, queriéndolo o no, he terminado por publicar nueve libros en cincuenta y siete años, a partir de la tarde en que entregué a un periódico mi primer cuento en Guatemala, allá por 1941.

Cuando las reediciones de todos ellos inevitablemente se han sucedido, recuerdo siempre la salida del primero con parecida emoción.

Y por cierto, con la misma seguridad. En aquel tiempo difícilmente podía soportar que alguien, en cualquier reunión, o en la calle o en donde fuera, me hablara de mi libro recién aparecido, y si por si acaso lo elogiaba, me invadía tal sensación de vergüenza que yo, como podía, cambiaba la conversación o, sencillamente, huía; huía con preferencia hacia mi casa y, ya en ella, solo, solitario, abría el pequeño volumen y leía partes aquí y allá, en busca de qué cosa podía ser lo que a mi ocasional interlocutor le habría gustado. Miraba pensativamente el techo y si era ya una hora avanzada, llevaba el libro a la cama, como Carver cuenta que hizo.

Uno no cambia. Todavía lo hago, poseído por una vaga mezcla de gozo, inquietud y temor. En los últimos años, un libro mío recién publicado que se desliza de mis manos en la alta noche es lo único que se ha interpuesto entre mi mujer y yo.

 

Incluido en: La vaca-Augusto Monterroso. Alfaguara Ed. 1998.

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