En la última edición de La Independiente pude enterarme de que Héctor Huerto, a quien tuvimos el gusto de entrevistar hace poco junto a Fred Rohner (ver programa), era quien estaba a cargo del sello Acuedi. Del amplio catálogo que ofrecía en su stand, me interesó de sobremanera «Marx en tiempos posmodernos», cuyo autor era Paul Maquet.
Lo que uno espera encontrar en un libro así son referencias que sirvan de hipervínculos a nuevas lecturas. En ese sentido, creo que Maquet no decepciona, por el contrario, realiza una acerba crítica a la izquierda desde la posición marxista, que nos lleva a replantearnos sus orígenes y el impacto que ésta ha tenido en la sociedad a través de campos como la filosofía, la ciencia, la política y la educación. Tras la lectura, contacté a Héctor y luego a Paul, quien amablemente respondió a #Las5cortas. Esto fue lo que salió:
Por:
Gianfranco Hereña
¿Cuál sería para ti la importancia de reinsertar a Marx no sólo dentro del post modernismo sino dentro del panorama político mundial de hoy?
Desde el ámbito crítico, Marx es quien mejor entendió el funcionamiento del capitalismo, tanto sus posibilidades y aportes a la emancipación humana, como sus contradicciones y límites en el camino hacia dicha emancipación. Hoy en día, el capitalismo funciona en buena medida como Marx lo imaginó: una economía global dominada por monopolios capaces de influir y subordinar a los Estados; con un rol protagónico del capital financiero; mientras crece la desigualdad y los trabajadores enfrentamos una situación de sobreexplotación, pues tenemos cada vez menos tiempo libre y una situación social más precaria e inestable. Después de la crisis financiera de 2008, estos rasgos se han vuelto aún más evidentes. No sorprende que en todo el mundo se esté volviendo a hablar de Marx, y se le vuelva a leer con interés en las universidades.
El pensamiento posmoderno ha tendido a criticar todos los «metarrelatos», pero por lo general ha dejado de lado ese metarrelato del capitalismo como fuente de prosperidad e inclusive como algo casi «natural» en el comportamiento humano. Eso ocurrió precisamente en los años 80 y 90, cuando el relato del capitalismo se volvía omnipresente y algunos hasta hablaron del «fin de la historia». Hoy en día, no es posible pensar en una transformación emancipatoria dejando de lado la transformación de la economía, y ello no es posible sin tomar en cuenta el diagnóstico marxista y sus herramientas conceptuales. Como señalo en el texto, no es posible hacer una crítica a la modernidad pasando por alto una de las mejores herramientas para entenderla que ella mismo produjo.
El abandono del marxismo ha traído muchos límites en el debate programático de las propias izquierdas. El excesivo protagonismo del debate Estado-mercado es para mi el más notorio, en la medida que para una lectura marxista estos dos elementos son más complementarios que antagónicos. Incluso el pensamiento posmarxista -por ejemplo, los paradigmáticos Laclau y Mouffe- ha hecho una defensa importante del «estado populista» como vía para el protagonismo político del pueblo. Las experiencias de la pasada década progresista en América Latina muestran los límites de esas aproximaciones. En buena medida, considero que se han repetido muchos errores de las experiencias del siglo XX, y ha habido poco espacio para discutir contradicciones centrales del capitalismo que significan límites a la emancipación humana: el trabajo asalariado, la duración de la jornada laboral, la anarquía de la producción, la propiedad privada, son aspectos que estuvieron totalmente por fuera de la agenda del reciente ciclo progresista latinoamericano.
Recuperar a Marx implica volver a discutir estos aspectos clave de su crítica a la economía. No significa que Marx tenga todas las respuestas. Significa que los problemas que él identificó siguen allí. Al mismo tiempo, han surgido muchos otros temas en esta prolongada crisis del mundo moderno, como la crisis ambiental y el descubrimiento de la dimensión intercultural, sobre los cuales el marxismo seguramente tiene poco o nada que aportar. Necesitamos respuestas nuevas e imaginativas. Pero no podemos «botar al bebe con el agua sucia» y simplemente abandonar el meollo de la problemática marxista, que es cómo generar las condiciones materiales para la emancipación humana, superando dialécticamente los límites de la economía capitalista, es decir, conservando lo que ella tiene de revolucionario pero superando lo que tiene de enajenante.
http://beta.acuedi.org/book/11332
En el libro se hacen referencias a varias ideas de Marx que con el tiempo se han distorsionado o generado lecturas que pueden considerarse erradas. Desde tu punto de vista, ¿Cuál de todas ellas te ha resultado la más alarmante?
En el pensamiento común, «marxismo» y socialismo están asociados a un Estado muy fuerte, que procura la «igualdad» sacrificando la «libertad», donde los derechos civiles y políticos pasan a segundo plano y la democracia es reemplazada por una «dictadura» de partido único. Lo triste es que eso no tiene nada que ver con las ideas de Marx. Es, sí, la experiencia concreta de la mayoría de socialismos estatales del siglo XX, lo que es producto de un conjunto de factores que se discuten en el libro. Pero no tiene nada que ver con las preocupaciones y propuestas de Marx, que por el contrario buscaba darle una base material a la libertad humana. Para él, el comunismo sería «el reino de la libertad». Marx cuestiona explícitamente aquellos Estados tipo napoleónico omnipresentes, que tienen regulada y atada a la sociedad civil. Si bien Marx habla de «dictadura del proletariado», no lo hace pensando en una dictadura como ahora lo entendemos. Lo que ocurre es que según su análisis, todo Estado, cualquier Estado, cualquiera sea su forma política específica, es un tipo de «dictadura», pues es un instrumento de opresión de una clase sobre otra. Según su perspectiva, nuestra democracia no es una democracia real sino una «dictadura» donde una clase dominante se impone sobre la clase trabajadora. Así pues, cuando habla de «dictadura del proletariado» no está pensando en retroceder a formas políticas tiránicas o que signifiquen la pérdida de los avances democráticos que se habían originado en las sociedades burguesas, sino simplemente en que la maquinaria del Estado -que él califica como «dictadura»- pase a manos de los trabajadores y trabajadoras. De hecho, el horizonte de Marx no es perpetuar esa situación, sino lograr lo que más tarde Lenin llamará la «extinción» del Estado. Una vez que desaparezcan las clases sociales y que todos los ciudadanos y ciudadanas se hayan apropiado de la capacidad de gestionar la cosa pública, desaparecerá toda necesidad de un Estado. El comunismo sería una sociedad sin Estado, conformada por asociaciones de productores libremente coordinadas entre sí. Esa es su hipótesis y esa es su propuesta. Así pues, asociar «Marx» y «autoritarismo» creo que es un error, pues nada hay en la obra de Marx que permita leerlo desde esa óptica.
Esto no significa que yo piense que las respuestas de Marx sean necesariamente acertadas. Creo que las experiencias del siglo XX le dieron parte de razón a la temprana crítica de los anarquistas: poner la conquista del Estado como eje central de la lucha por la emancipación y otorgarle un rol central en la gestión de la economía fueron, a la larga, factores que no contribuyeron a formar una cultura de la libertad en los socialismos reales. Ello, junto a otros factores históricos y contextuales que se discuten en el libro, que responden al contexto específico en el que surgieron estas experiencias.
Creo que podemos y debemos encontrar respuestas nuevas y creativas que permitan la emancipación política, la democratización de la vida política, poner bajo control el potencial autoritario que reside en el seno de todo Estado, y eventualmente aproximarnos a sociedades donde el rol de un aparato burocrático y represivo centralizado sea cada vez menos importante.
¿Por qué consideras que la izquierda ha sido, en muchos de los casos, incapaz de analizar críticamente su herencia?
Carlos Tovar tiene una figura fabulosa al respecto. Dice que luego de la caída del socialismo real, muchos izquierdistas regresaron a su casa y tiraron los libros, y dijeron «Marx estaba mal». Dice que es como si un estudiante que jala un curso, regresara a su casa y botara sus libros, como si los que estuvieran equivocados fueran esos libros y no ellos. Me parece elocuente. En efecto, el análisis crítico de la praxis propia es quizás lo más difícil. Hoy en día tampoco vemos a las izquierdas reflexionar críticamente sobre el desastre de la Venezuela de Maduro o sobre la sombra de corrupción en la experiencia del PT de Brasil. Para ser honestos y justos, tampoco vemos a la derecha analizar críticamente procesos como los de Fujimori y Pinochet, y reinciden una y otra vez en horrores del pasado, como lo ha demostrado -por ejemplo- su reciente apoyo tácito o explícito al riesgo neofascista de Bolsonaro en Brasil.
Ahora bien, cuando hablamos de «la izquierda» no hablamos de algo homogéneo, y sería injusto pretender que «la izquierda» ha sido en general incapaz de analizar críticamente su herencia. Desde el inicio, las disidencias han proliferado en las izquierdas, y desde ellas han salido constantemente análisis críticos sobre los socialismos reales, sobre el autoritarismo, sobre el imperialismo socialista, sobre el capitalismo de Estado. Más recientemente, por ejemplo, ha sido desde las izquierdas sociales e intelectuales desde donde se articuló la principal crítica a los gobiernos progresistas latinoamericanos, calificándolos de «neoextractivistas».
Leído a la distancia, ya publicado, ¿Qué sensación te ha dejado el haber escrito un texto como este?
Me alegra haberlo publicado, aunque por supuesto ahora que lo veo encuentro que tiene muchos vacíos. En principio, escribirlo fue para mi una manera de ordenar mis propias ideas. Desde mi activismo de juventud, tuve mucha inquietud tanto por entender las ideas de Marx, en una época en que estas habían sido dejadas de lado por la mayor parte de la intelectualidad; así como también por entender la vigorosa crítica a la modernidad, la crítica a la razón monolítica, el descubrimiento de la ecología como fuente para una nueva cosmovisión, la emergencia de la interculturalidad como una nueva clave para leernos mutuamente como humanidad. Un enfoque tradicionalmente aceptado ha sido la existencia de una contradicción inherente entre marxismo y posmodernidad, como el agua y el aceite. En parte, esa contradicción es abordada por Carlos Tovar, quien tuvo la gentileza de escribir la introducción al libro (y plantea un debate con el foco del libro, lo que además me resulta interesante como ejercicio de diálogo al interior de una misma publicación). Mi inquietud por ambos, marxismo y posmodernidad, me llevó a la necesidad de ordenar mis ideas por escrito y tratar de entender cómo podían articularse en un modelo de interpretación de los procesos contemporáneos. Me alegra haber recibido el apoyo y aliento para publicarlo, con la ilusa esperanza de que estas reflexiones puedan aportar algo al debate.
¿Tienes en mente publicar más ensayos al respecto o cuáles te parecen que son aquellos puntos de este libro en los que te gustaría ahondar más? ¿Por qué?
Como planteo en el libro, toda mirada al pasado no tiene otro objetivo que tratar de entender mejor el presente e imaginarnos mejor el futuro. En ese sentido, el ensayo se quiere ubicar en el contexto de una búsqueda contemporánea por nuevos paradigmas críticos, que sean capaces de reconocer la crisis del proyecto moderno, pero que no pierdan de vista los aportes que este ha legado a la humanidad en términos de emancipación humana, técnica, conocimiento. Es decir: el proyecto civilizatorio moderno, que nació en Europa y luego se exportó e impuso globalmente, está en crisis; no se trata de reparar algunos aspectos secundarios de una máquina que funciona bien. La crisis ambiental y los procesos de descolonización, por ejemplo, son procesos que cuestionan aspectos esenciales de ese proyecto moderno. ¿Pero cómo lograr que esta crisis no signifique simplemente una pérdida de horizonte colectivo, como ocurrió con la temprana posmodernidad? Actualmente hay un riquisimo debate al respecto, desde el pensamiento poscolonial, desde el cuestionamiento al «desarrollo» y al crecimiento económico, desde la crítica feminista a la economía. Quisiera ahondar en esos aspectos, en el ámbito de la propuesta, que este ensayo, por sus características, no me permitía.