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Título: La habitación cerrada.
Autor: Paul Auster
Editorial: Anagrama, 1997

El cierre de la maravillosa Trilogía de Nueva York tiene en «La habitación cerrada» a un buen epílogo de su saga. Fanshawe, el mejor amigo del narrador cuando era niño, desaparece repentinamente y deja como legado una serie de manuscritos a su esposa. Ésta, recurre a él como el único salvador de sus textos. Una trama envolvente, llena de intrigas y pequeñas trampas que seducen al lector a través de sus poco más de 120 páginas.

 Por:

Gianfranco Hereña

Un buen día decidimos acabar con todo e irnos. Dejamos la casa intacta y a una familia ansiosa por saber la razón que nos ha llevado a tal decisión. Ese es el caso de Fanshawe, un hombre que repentinamente decide irse de casa y sembrar la duda entre sus conocidos. Dentro de los misterios que envuelven el caso, están que Fanshawe alguna vez tentó la posibilidad de ser escritor y que tuvo un amigo que ahora es editor, pero que a estas alturas de su vida ha resignado toda chance de publicar algo interesante.

Dentro de las pistas que deja, yacen una carta donde le da indicaciones muy precisas a su esposa. En ella, se aclara que este amigo es el único que tiene el poder de publicar o no sus manuscritos, los cuales han sido cuidados por su esposa, quien posteriormente entablará una relación cercana con el editor hasta convertirse en su esposa. Poco a poco una trama que tiene en la prosa de Paul Auster a comodines que hacen interesante su relación con los lectores; ligereza, autenticidad y sobre todo una facilidad enorme para introducirnos dentro de la piel de sus personajes.

Lo interesante de Auster es que juega con las expectativas. Es decir, nos resulta evidente que nadie desaparece sin motivos y que en algún momento el narrador se tomará la molestia de buscar el porqué Fanshawe no dejó rastros sobre su paradero.

Ahora me parece que Fanshawe siempre estuvo allí.  Él es el lugar donde todo empieza para mí, y sin él, apenas sabría quién soy (…)En noviembre hará siete años, recibí una carta de una mujer que se llamaba Sophie Fanshawe. «Usted no me conoce» empezaba la carta y «me disculpo por escribirle tan inesperadamente. Pero han ocurrido cosas y, dadas las circunstancias, no tengo mucha elección» (…)La explicación venía en el segundo párrafo, muy bruscamente, sin ningún preámbulo. Fanshawe había desaparecido, escribía ella y habían pasado más de seis meses desde la última vez que lo vio. Ni una palabra en todo este tiempo. La policía no había encontrado rastro de él(…)

Más más aún, si a mitad de libro le sorprende una carta escrita por él dándole indicaciones para que lo suplante en vida o si en determinado momento, él mismo se toma la molestia de escribir una biografía sobre él y rastrea sus pasos obligándolo incluso a viajar a París, lugar donde Fanshawe pasó gran parte de su juventud.

Aunque a veces nos pareciera que todo transcurre sin ambigüedades, resulta sospechoso que Sophie (la esposa de Fanshawe) jamás oponga resistencia a los mimos del narrador. Es decir, una vez que éste logra publicar todos los manuscritos de su amigo, coquetea libremente con la esposa sin que esta se vea obligada a rechazarlo en alguna de las ocasiones. Tiene el camino muy fácil y eso empaña un poco la calidad de la obra. Sin embargo, eso no le resta mérito al talento de Auster, que con este libro cierra la maravillosa «Trilogía de Nueva York» conformada por tres novelas policiales que se inician con «Ciudad de Cristal» y sigue con «Fantasmas».

 

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