A solo tres meses de recibir la banda presidencial, el doctor Alejandro Giammattei, anunciaba a través de Cadena Nacional, el primer caso de  COVID-19 declarado en Guatemala, era viernes 13 de marzo

Por Evelin González

Cuatro meses antes, entre villancicos navideños e ir y venir de transeúntes que se aglomeraban en los Centros Comerciales, para dejar parte de su salario en las principales tiendas de ropa y alimentos; la noticia de un virus que se apoderaba de la distante China estaba muy lejos para ser verdad, y en esta parte del mundo los sueños de final de año no permitían ver un futuro negro y desesperanzador. Todos querían celebrar: dar para recibir. Los diarios se ocupaban entre otras cosas de anunciar descuentos navideños, entrevistas con personajes de la farándula, docenas de Papá Noel visitando hospitales y orfanatos, y más descuentos navideños. Algunos más escépticos de la algarabía fiestera, se detuvieron a observar una que otra noticia que daba cuenta de una enfermedad que  azotaba esa parte tan lejana  del mundo, pero aquí seguía la fiesta.

Como anunciando una peor catástrofe,  se observó por las pantallas de los medios de comunicación en masa, a miles de personas migrando hacia no sé qué lado, ahora reflexiono que imitaban el instinto de sobrevivencia como aquellos elefantes que buscaron tierras altas en  Sri Lanka  cuando sobrevino el tsunami ya hace seis años. El reloj hizo su trabajo honestamente marcando cada hora, minuto y segundo para apurar la tragedia, como queriendo gritar a la humanidad lo innegable del tiempo. Desde mi ventana logré ver pasar apresurado a Cupido, llevando solo un par de flechas.  El verano asomaba de vez en cuando su mejor cara  con días completos de sol y calor, pero ya nadie consiguió llegar a disfrutarlo.

Semana cero

A solo vísperas de la época de la Pasión y Muerte del Hijo Santo, un viernes 13 de marzo se anuncia por Cadena Nacional una emergencia nacional sin precedentes. No hubo reacción inmediata, la información se quedó aprisionada cientos de casas. Los que sí saltaron de gusto fueron varios estudiantes;nada de clases, de tareas, de regaños,  de tráfico, de maestros molestos. La felicidad completa en la vida de aquellos que deben prepararse, pero no  les da la gana. Hasta aquí un buen grupo de alumnos entre niveles de primaria, secundaria y  universidad cantaban algunas estrofas del Himno de la UEFA Champions League “Die Meister “  “Die Besten” “The champions”, como quien celebra la final de un torneo de fútbol. La sorpresa vendría una semana después, cuando  un ejército de docentes atacó por la retaguardia a varios campamentos de estudiantes que yacían acomodados en sus moradas, a la espera de nuevas noticias. Mientras tanto se hartaron de ocio, de música, de series de televisión, de redes sociales, de viejos hábitos, y los días seguían pasando y las tareas empezaron a llegar.  Se adecuaron los horarios a los otros horarios, de un momento a otro los niños estaban sistematizados bajo una especie de bruma tecnológica que muchos estaban por descubrir, porque no es lo mismo jugar y ver videos por pasatiempo, que potenciar el aprendizaje a través de una computadora.

Los maestros que se atrevieron a navegar en el océano  del internet, descubrieron nuevas formas, métodos, estrategias, herramientas y lenguaje  para lograr llevar a tiempo las asignaciones curriculares que los padres de familia gritaban para sus hijos, con el pretexto: No tienen nada que hacer.

En este contexto, no faltaron los educadores héroes. Los había de todas  formas y colores, hubo casos extraordinarios que los medios se encargaron de ensalzar, como aquellos que llevaban personalmente las tareas a sus alumnos, y de paso una dosis de refuerzo emocional. También aquellos que viajaban muchos kilómetros para hacer su labor. Otro pequeño grupo, estoicamente demandaba de sus alumnos la misma actitud de entrega al aprendizaje, como si estuvieran en el salón de clase; todo con el objetivo de luchar cada día, luchar para no perder la fe en un reencuentro no muy lejano. Otros en cambio olvidaron por completo que los chicos solo tenían dos manos y dos ojos; también que debían alimentarse y dormir. El bombardeo de tareas fulminó como siempre a los más débiles, a aquellos que pensaron que nadie se daría cuenta si entregaban o no la tarea. Los que sobrevivían terminaban exhaustos de largas jornadas sentados frente a un ordenador o mesa. Las clases online eran  solo completar cierta cantidad de ejercicios, por también, cierta cantidad de puntos en las asignaturas.

Después de tres semanas de la emergencia

Los vecinos seguían sin dar crédito a las noticias diarias. Cada muerto o infectado, gracias a Dios estaba lejos. Todavía son muy pocos lo muertos. El vecino taxista seguía trasladando clientes y haciendo amistad con estos. Salía constantemente del condominio sin ninguna medida de seguridad para él, menos para sus pasajeros. El vecino empresario seguía al frente de su empresa y de su equipo de trabajo con las mismas rutinas laborales y restricciones satinarías, ¡Claro! Como él estaba en su casa con su familia, no había preocupación extra. Sin embargo, sus empleados después de la jornada laboral, se instalaban en una galera que  habían construido con permiso absoluto del propietario y jefe. Era más seguro que los empleados no se expusieran al exterior, lo mejor era cuidarlos, no fuera a ser que descuidaran el trabajo. Después de algunos reclamos y desavenencias, acordaron seguir turnos para visitar a su familia. La pandemia no mata si se abordan cuidadosamente todos los protocolos de seguridad; lo que muchas veces mata es la indiferencia a las necesidades del individuo de sentirse libre y protegido por la única institución que ha sabido mantenerse: la familia.

Después de mes y medio de la emergencia

La fe perdida de muchos, la hallaron escondida atrás de la puerta principal o debajo de la mesa. Los que se habían ido, volvieron a recordar torpemente el Padre Nuestro, otros ayunaban, otros predicaban, otros perfilaron la catástrofe como profecías apocalípticas y otros descubrieron que su estéreo tenía niveles altos de volumen; este es el caso de una muy devota vecina que a través de canticos de arrepentimiento, invitaba amorosamente a sus vecinos a dedicarse a ser más religiosos y buscar los caminos eternos para salvar su alma. Periódicamente se escuchaba oraciones sanadoras y entrega total del espíritu al ayuno, sin embargo, durante los fines de semana se veía entrar familiares lejanos que gustosos compartían un delicioso almuerzo, y algunas veces la cena.

Los más cuerdos y menos ambiciosos creyentes, se reunían mediante círculos virtuales para compartir palabras de ánimo y esperanza en medio de un clima lleno de noticias desalentadoras. Este aspecto lo cubrían varias familias que comprometidas con su espiritualidad, se ayudaban mutuamente a continuar edificándose a través de mensajes bíblicos que recibían de sus líderes. En un momento determinado del caos, la única salida es creer que hay algo más que necesidades materiales. Y aunque la hora no había llegado, era necesario estar alerta, tal como lo dice el Evangelio. Podría afirmarse que un gran porcentaje de la población mundial, se detuvo para reflexionar en lo absurdo de su existencia, de manera que era necesario concentrarse en vivir las aflicciones propias de la vida real, con la esperanza de un cielo nuevo.

La vida seguía su  curso para muchos que salían  en busca del sustento para sus familias; estos otros héroes se iban con un amén en la boca. La certeza no era morir sino contagiarse. De manera que siguieron todas las indicaciones sanitarias, como hijos obedientes, y siempre volvieron sanos y salvos.   Otros que habían instalado su lugar de trabajo en su casa, eran de los más afortunados. Recibirían el salario puntualmente y contaban con los recursos suficientes para alimentarse tres veces al día, siete días a la semana y aún en algunas oportunidades desafiar su tiempo libre para atreverse a experimentar en la cocina, como intentando  cambiar el clima caótico que representaba el exterior. De esta experiencia culinaria, aprendieron a elaborar pizzas, pan, pasteles, galletas y dulces.  Luego la cuarentena se alargó y el gusto por estas distracciones se apagó, lo que en realidad hacían era jugar a la cocinita con tiempo libre.

Después de tres meses del primer caso

Un camión de mudanzas llega muy temprano a desocupar una vivienda. La sorpresa fue tal para varios que observaron cuando solamente subieron al camión una cama, varias maletas y una mesa entre otras menudencias. Dos días después nos enteramos que los habitantes, hasta entonces guatemaltecos para nosotros, que habitaba la casa eran inmigrantes; hace diez años habían llegado al país desde Nicaragua y hace cuatro sus papeles  legales para permanecer en el país habían expirado. Por alguna situación, el esposo  abandonaba a su esposa e hijos a su suerte. Antes de marcharse había convenido con la dueña de la casa, que solo pagaría la renta hasta que el mes terminara, y que después ya no se hacía responsable. Al enterarnos de las condiciones en las que se había quedado la familia, se apeló a la caridad para  llevar lo necesario en alimentos. Alguien generoso contactó a la embajada de Nicaragua e informó la situación migratoria que sus connacionales cruzaban, pero después de quince días de espera, ninguna información se había recibido y la frustrada madre seguía creyendo en el sistema. Mientras tanto la ayuda era cada vez más escasa debido a las distintas prioridades que vivía cada núcleo familiar.

Albert Camus, novelita y periodista francés, acuñó la siguiente frase: “La estupidez insiste” y es que en medio de tantas instrucciones para la protección de la salud, hay algunos que cabalgan temerariamente desafiando cada norma a su antojo. Si el Toque de queda era a las 18:00 horas, el hijo mayor se iba a la 18:10; si en Toque de queda era a las 15:00 horas, el hijo mayor se iba a la 15:30 y así sucesivamente, burlaba las restricciones de forma antojadiza. Todos en esta familia iban y venían a todos lados, para ellos siempre  era sábado o domingo. Competían para ver quién era el más osado. Se aventuraban en retar el sentido común que muchos veíamos atónitos y encolerizados. El día número cien de confinamiento, una noche lluviosa como esas de las películas de terror, una ambulancia se estacionó frente a su vivienda. El vehículo no se anunció con sirenas, y los conductores no se parecían en nada a enfermeros o médicos. De hecho por un momento retrocedí en el tiempo y me ubiqué en la escena del largometraje E.T el Extraterrestre estrenada en 1982, específicamente el  momento cuando el equipo de investigadores llega a casa de Elliot, con trajes especiales y todo un protocolo de seguridad  para llevarse al extraterrestre casi moribundo.  Exactamente así fue el encuentro, cara a cara con un transporte que nadie quiere que  llegue a su domicilio o sus alrededores. Tardaron menos de media hora en hacer la diligencia y abandonaron el lugar silenciosamente, solo fueron testigos las densas gotas de agua del sexto mes del año. La víctima era la inquilina del inmueble, señora cuarentona de cuerpo grueso y cabellos crespos. Su papel dentro del círculo de su familia: ama de casa a tiempo completo. Sí, Albert Camus, tenía razón.

A ciento cinco días de la pandemia

Un cartel neón con letras negras invitaba a los vecinos a no sé qué reunión. En una primera lectura no le puse importancia, dos días después recibí un mensaje por chat de parte del Comité de Vecinos, en donde se nos pedía estar presentes una de las próximas tardes, en un horario especifico. El día indicado llegó un camión de la Municipalidad con sillas, toldos, mesas y bocinas. Todo el equipo era para el acto de inauguración del Proyecto de Pavimento que se había iniciado ocho meses antes, y necesitaban la presencia de la mayor cantidad de vecinos con los mejores ánimos para recibir a los delegados del municipio. Hubo cohetillos, palabras alusivas, comida, trofeos, diplomas, reconocimientos, globos, arreglos florales, trapecistas, payasos, etc. Nadie asistió a excepción de los seis miembros del Comité, pero no se sabía si a causa de las restricciones o de algunos resabios pasados. La actividad terminó hora y media más tarde, antes que iniciará el Toque de queda.

…En cuanto a los estudiantes, ya habían disfrutado las vacaciones de medio ciclo, dos semanas para estar en casa, dos semanas sin tareas y proyectos. Dos semanas para recargar la mente de energía positiva, algunos se había atrevido a ser optimistas, pensando que volverían a los salones de clases, pero el paisaje no era prometedor, los muertos y contagios seguían  multiplicándose.

Este caos mundial trajo a mi localidad, sin duda empujados por el hambre, a distintas personalidades que pasaban frente a mi casa con la mano extendida y los ojos llorosos. Supe contar hasta tres: la pareja de ancianos que vendía comida típica de Guatemala. Entre los manjares que ofrecían se contaban: deliciosos y únicos tamalitos y atol de elote, siempre con esos granos de la mazorca para coronar el vaso; tostadas de salsa, aguacate o frijoles, con cebolla y perejil como decoración, güisquiles criollos al vapor ¡Una delicia! Los lindos abuelitos llevaban su mercancía en una carreta de metal: él empujaba, ella despachaba. Parecían más enamorados que nunca. Otro grupo de personajes lo componía una caravana de vendedores ambulantes que pasaban con sus canastos llenos de verduras y granos básicos. Este grupo pertenecía a una feria comunal que se había quedado varada en el mismo lugar desde el inicio de la emergencia. Al iniciar las restricciones, los clientes ya no llegaron a disfrutar de los carritos chocones, ni de las sillas voladoras, tampoco de la montaña  rusa, menos del carrusel. Los dueños se vieron en aprietos y tuvieron que salir a vender por los alrededores para paliar las necesidades básicas. Solo había un inconveniente: siempre iban felices.  El tercer personaje era el señor que vendía helados. Una constante era pasar justo a la hora del almuerzo con su ¡Tilín! ¡Tilín! En armonía con los oídos de los niños. Los sabores atraían el gusto y la vista. Los había de limón, mango, fresa, chocolate, vainilla y coco. Varios salían y compraban para degustar de postre, para otros era solo un recuerdo de infancia feliz. Dice un viejo proverbio que si aprender quieres, no pierdas la oportunidad de hablar con otros, para conocer su alma.

La ocasión se dio durante uno de esos días. Conocí acerca  de su vida, de su familia, de su hambre y entendí la razón del porque pasaba a esa hora. Me explicó lo mal que estaban las ventas y que de eso ya eran cuatro años.  Lloré profundamente, lloré sola, las gotas amargas caían por mis mejillas. Lloré con el sabor a limón, mango, fresa, chocolate, vainilla y coco. Desde ese día cada vez que escucho el ¡Tilín! de su campanilla veo las caritas de mis retoños en concordancia con su corazón bondadoso pedir uno de kiwi.

Fin

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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4 comentarios para “Guatemala a través de los ojos del Coronavirus

  1. Muchas gracias Karin, a veces el mundo solo gira sin nosotros dentro. Y cuando lo hace, podemos ver cada vena y arteria de ese lugar muy enfermo que nos cobija. Para cualquiera que su lucha sea sobrevivir , se adaptará, decía Darwin.

  2. Su manera de describir la realidad nunca dejara de sorprenderme. Gracias por relatar la verdad que muchos guatemaltecos estamos viviendo en esta época de incertidumbre y agobio.

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