(ARTÍCULO) En la segunda mitad del siglo XVIII, cuando las ideas de la ilustración y la estética neoclásica comenzaban a perder fuerza frente al advenimiento de ideas revolucionarias y concepciones estéticas que priorizaban los sentimientos y la individualidad, se publicó en Alemania, Las cuitas del Joven Werther, una novela epistolar que asentó los pilares sobre los que descansó el sueño del Romanticismo.
Por:
Fernando Chelle
En el artículo anterior, me detuve en el estudio de las características del movimiento prerromántico europeo y fundamentalmente en Alemania y en el Sturm und Drang. Mi interés fue mostrar el clima intelectual que generó la publicación en el año 1774 de Las cuitas del joven Werther, la novela juvenil de Johann Wolfgang von Goethe, que funcionó como un pilar sobre el que luego descansó el sueño del Romanticismo. Ese artículo se cierra con la síntesis argumental de la novela. En el presente escrito comenzaré a estudiar la obra de forma más pormenorizada, deteniéndome en su estructura, en las fases del enamoramiento del personaje protagónico y en el análisis literario de una de las cartas que contiene, la del 10 de mayo. El estudio de la obra se completará en el próximo artículo, donde me detendré, a mi entender, en la carta más importante, la del 16 de junio.
La novela se encuentra dividida en dos partes, tituladas: Libro Primero (que transcurre en primavera) y Libro Segundo (que transcurre en invierno).
Como ya referí en el artículo anterior, la obra es una novela epistolar. Está compuesta por cartas que van del 4 de mayo de 1771 al 20 de diciembre de 1772. Aparte de esas cartas, que son las que están escritas por el personaje protagonista y van dirigidas a su amigo Guillermo, debemos sumar los textos escritos por el editor, un personaje ficticio, que escribe unas palabras a los lectores al comienzo de la obra, luego un breve texto que titula “Del editor al lector”, que se encuentra después de la carta del 6 de diciembre, y luego, se encargará de continuar refiriendo los hechos sucedidos posteriormente a la carta del 20 de diciembre, hechos que culminan con la sepultura del joven Werther.
En la primera parte, encontramos el traslado de Werther al pueblo de Wahlheim, donde se dedicará a la pintura y a la poesía. Aquí es donde conocerá a Carlota, de quien se enamorará perdidamente y con quien compartirá paseos y conversaciones.
La segunda parte, presenta la llegada de Alberto, prometido de Carlota, al pueblo de Wahlheim y la partida, transitoria, de Werther. Aquí sucederán los cambios trascendentales, entre ellos el casamiento de Carlota y Alberto, que llevarán al suicidio del personaje protagónico.
Varios son los temas que podemos encontrar en la novela, quizá los fundamentales sean: el arte, la naturaleza, el amor (en algunas de sus variantes), lo espiritual, entre otros. Incluso, hay ciertas cartas, lo veremos más detenidamente en los comentarios, en que predomina uno de esos temas enumerados, pero puede aparecer algún otro, casi siempre es así, como tema secundario o complementario del principal. El arte, que es el tema principal de la carta del 10 de mayo, también es el fundamental en la carta del 26 de mayo. El tema de la naturaleza es importantísimo, sobre todo en el Libro Primero, pero está presente en toda la obra. Como referí en el artículo anterior, la naturaleza, en esta obra precursora del Romanticismo, deja de ser un lugar estático y equilibrado y se la ve como un gran organismo que es a su vez origen e inspiración artística. El paralelismo psicocósmico, recuso que se caracteriza por establecer una similitud, una analogía, entre el estado de ánimo de un personaje y ciertos fenómenos de la naturaleza, recurso que tanto utilizó el Romanticismo, ya se encuentra aquí, en Las cuitas del joven Werther. El amor, quizá el tema fundamental de la obra, también está presente en una diversidad de cartas, tanto del Libro Primero, como del Segundo. La carta fundamental donde se desarrolla este tema es la del 16 de junio. Pero el amor es un sentimiento que irá sufriendo variantes en lo que respecta a la relación de Werther con Carlota y esto se ve reflejado en las cartas. La carta del 16 de junio está centrada en el momento en que Werther conoce a su amada, pero luego vendrán las visitas y los paseos, luego los celos y la distancia y finalmente el regreso al pueblo, la no correspondencia en el amor y el suicidio. Todos esos cambios, que conllevan emociones diferentes en la vida del protagonista están reflejados en las cartas. Por ejemplo, y sin irnos del tema del amor, en el Libro Primero, aparte de la carta del 16 de junio, encontramos la del 8 de julio donde el protagonista expresa la incertidumbre acerca de si es correspondido su amor o no y la carta del 18 de julio, que contiene una extensa reflexión acerca del amor. En el Libro Segundo, la breve carta del 3 de septiembre, donde Werther se refiere a su amor y repara en el hecho de que Carlota también es amada por otro. El 4 de septiembre, envía la carta donde cuenta la historia de un muchacho del pueblo que está perdidamente enamorado de su ama y compara esa situación con la suya. Podríamos referirnos también a la carta del 21 de noviembre, donde vemos esa confusión, esas falsas ilusiones, tan normales por otra parte, que se hace el protagonista por el simple hecho de que Carlota le dice “querido”. En fin, el tema del amor está de alguna manera en prácticamente la mayoría de las cartas que componen la obra. Pero específicamente en el libro segundo, que comienza con Werther alejado de Carlota, en una especie de exilio amoroso, y que prosigue con su regreso, la vuelta a la soledad y finalmente el suicidio, se suman a los temas ya referidos, el de la Locura, el de los malos espíritus y, por supuesto, el del suicidio.
Análisis literario de la carta del 10 de mayo
Esta es una carta que pertenece al Libro Primero, es la segunda epístola que el joven protagonista le envía a su amigo Guillermo. El tema predominante en el texto es el artístico, el conflicto que se establece entre la vivencia y la creación artística, pero la naturaleza, vista como un lugar de soledad, inocencia, refugio, es un tema secundario que viene a complementar el principal. Se trata de un relato muy breve, dividido en cuatro párrafos. Los dos primeros párrafos funcionan como una introducción donde encontramos la presentación del conflicto fundamental de la carta, la imposibilidad de la creación artística, en medio de una experiencia mística, una vivencia placentera y absoluta. El tercer párrafo encierra lo que denominaré cuadro verbal, por tratarse de una pintura, pero a través de la palabra, donde el personaje está incluido y a su vez funciona como un transmisor, un traductor, de la creación, que bien podríamos llamar, divina. Por último, en el párrafo con que se cierra la carta, encontramos un desdoblamiento del narrador, donde el Werther que vive la experiencia mística le habla al Werther artista.
La carta comienza con esta introducción:
Semejante a una de esas suaves mañanas de primavera que dilatan mi corazón, priva en mi espíritu una gran serenidad. Estoy solo y gozo y me regocijo de vivir en estos sitios, creados para almas como yo.
Me siento tan feliz, amigo mío, estoy tan absorto en el sentimiento de una plácida vida, que hasta mi talento resiente su efecto. Mi pincel y mi lápiz no podrían trazar hoy la menor línea, dibujar el menor rasgo, y no obstante, jamás me he sentido tan gran pintor como hoy.
En el primer enunciado de la carta encontramos el estado de ánimo, la vivencia de Werther. La expresión de ese estado de ánimo se da a través de una comparación, específicamente, de un símil. Generalmente en una comparación, la primera parte, hace referencia a aquello de lo que se habla y las segunda, se refiere a aquello con lo que se lo compara, pero en este símil de Goethe, este orden está invertido. De manera que estamos frente a una comparación, que encierra un hipérbaton, o sea, una alteración en el orden lógico de la frase, y el nexo comparante, en lugar de encontrarse en el centro de los elementos comparados, se encuentra al comienzo del enunciado. Más allá de mostrar el estado de gratitud de Werther, el símil muestra lo gozosa que resulta ser la primavera para el joven artista. Es que la carta transcurre en primavera y nos muestra un personaje en estado de felicidad, ya que en la novela se va a establecer un paralelismo psicocósmico, donde va a existir una correspondencia entre el estado de ánimo del personaje y la estación del año que está viviendo.
En el segundo enunciado, el que cierra el primer párrafo de la carta, encontramos una confesión directa del personaje. Está solo, en medio de la naturaleza y se encuentra feliz. Se halla en un lugar que le permite encontrarse con sí mismo y a su vez comunicarse directamente, con lo que podríamos denominar, desde un punto de vista panteísta, la divinidad. Ese deleite por los lugares intactos, no contaminados, va a ser una característica inequívoca de los escritores románticos, que al igual que como sucede con Werther en este pasaje, verán en la naturaleza un refugio, una muestra de la divinidad, un lugar que no se encuentra contaminado por el mercado de las grandes ciudades.
En el segundo párrafo, Werther continúa reparando en su estado de ánimo y hace referencia a cómo este repercute en su obra. La dicha que lo embarga afecta su quehacer artístico, pero no al artista, su sentir sigue intacto, y el quehacer artístico no desaparece de su horizonte de expectativas. Se establece allí un conflicto, entre la creación artística y la vivencia artística y se da la paradoja, que Werther, incluso no realizando nada, se siente un gran pintor.
El tercer párrafo de la carta constituye lo que he denominado, cuadro verbal.
Cuando los vapores de mi querido valle suben hasta mí y me rodean, y el sol en la cima lanza sus abrasadores rayos sobre las puntas del bosque oscuro e impenetrable, y tan sólo algún dardo de fuego puede penetrar en el santuario, tendido cerca de la cascada del arroyo, sobre el menudo y espeso césped, descubro otras mil hierbas desconocidas; cuando mi corazón siente más cerca ese numeroso y diminuto mundo que vive y se desliza entre las plantas, ese hormigueo de seres, de gusanos e insectos de especies tan diversas de formas y colores, siento la presencia del todopoderoso que nos creó a su imagen, y el hálito del amor divino que nos sostiene, flotando en un océano de eternas delicias.
Este joven pintor, que se encuentra imposibilitado de trazar la menor línea y de dibujar el menor rasgo, le da paso al artista verbal, al escritor, quien logra la pintura, a través de la palabra. En ese cuadro, el artista está contenido, es parte de la pintura, pero a diferencia del arte pictórico, que es estático, aquí nos enfrentamos a un cuadro viviente. Esta obra de arte pictórica-verbal, donde los elementos son referenciados de forma descendente, ya que del sol se desciende hasta las hierbas más mínimas, es posible por la consustanciación del artista con la naturaleza. El sistema de percepción es agudo y contempla diferentes sentidos; el tacto, en el espeso césped; el oído, en el sonido de la cascada del arroyo y finalmente lo visual, que va desde lo más notorio hasta ese diminuto mundo que vive y se desliza entre las plantas. En esa vivencia placentera y absoluta de Werther en medio de la naturaleza hay una experiencia mística, no solo desde un punto de vista panteísta, donde la presencia divina estaría en todos los elementos de la naturaleza misma, sino también en el sentir del personaje, que refiere a la presencia de un dios al que llama todopoderoso, concepción deísta, donde Dios es el creador y está separado de la naturaleza humana. De manera que, en esta experiencia hay una convergencia, un sincretismo de concepciones espirituales, elemento este, que será característico del pensamiento romántico.
¡Oh, amigo! Cuando ante mis ojos aparece lo infinito sintiendo el mundo reposar a mi alrededor, y tengo en mi corazón el cielo, como la imagen de una mujer querida, dando un gran suspiro, exclamo: “¡Ah, si pudieras expresar, estampar con un soplo sobre el papel lo que vive en ti con vida tan poderosa y tan ardiente; si tu obra pudiera reflejar tu alma, como ésta es el espejo de un Dios infinito…” Pero, ¡ay, querido amigo! Me pierdo, me extravío y sucumbo bajo la imponente majestuosidad de esta visión.
Este es el párrafo con que se cierra la carta, donde encontramos un desdoblamiento del narrador, donde el Werther que vive la experiencia le habla al Werther artista. La experiencia mística es tan maravillosa, que despierta, en el Werther que la vive, la necesidad de decirle al Werther artista lo fantástico que sería poder llegar a plasmar y perpetuar, tanta belleza y tanta dicha. Es una vivencia “poderosa” y “ardiente”, y la expresión artística de una vivencia tal, sería el espejo del alma del artista, que a su vez es el espejo de la divinidad. Este juego especular, muestra, en última instancia, que la obra plasmada con el poder y el ardor necesario por parte del artista, es una muestra de la divinidad.
En el final de la carta, Werther se dirige nuevamente a Guillermo, el receptor, para expresarle que se siente gozosamente derrotado ante la experiencia mística. Es el Werther artista, el que se pierde y se extravía ante la imponencia y la majestuosidad.[1]
[1] En el próximo artículo, analizaré literariamente la carta del 16 de junio, finalizando de esa forma el estudio de la novela epistolar de Johann Wolfgang von Goethe, “Las cuitas del joven Werther”.
Artículo publicado en la revista digital Vadenuevo www.vadenuevo.com.uy . Marzo de 2017.
Blog del autor: PALABRA ESCRITA
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