Por Gabriel García Márquez
(…) Uno de mis compañeros de cuarto era Domingo Manuel Vega, un estudiante de medicina que ya era mi amigo desde Sucre y compartía conmigo la voracidad de la lectura. Otro era mi primo Nicolás Ricardo, el hijo mayor de mi tío Juan de Dios, que me mantenía vivas las virtudes de la familia. Vega llegó una noche con tres libros que acababa de comprar, y me prestó uno al azar, como lo hacía a menudo para ayudarme a dormir. Pero esa vez logró todo lo contrario: nunca más volví a dormir con la placidez de antes. El libro era La metamorfosis de Franz Kafka, en la falsa traducción de Borges publicada por la editorial Losada de Buenos Aires, que definió un camino nuevo para mi vida desde la primera línea, y que hoy es una de las divisas grandes de la literatura universal: «Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, encontróse en su cama convertido en un monstruoso insecto». Eran libros misteriosos, cuyos desfiladeros no eran sólo distintos sino muchas veces contrarios a todo lo que conocía hasta entonces. No era necesario demostrar los hechos: bastaba con que el autor lo hubiera escrito para que fuera verdad, sin más pruebas que el poder de su talento y la autoridad de su voz. Era de nuevo Scherezada, pero no en su mundo milenario en el que todo era posible, sino en otro mundo irreparable en el que ya todo se había perdido.
Al terminar la lectura de La metamorfosis me quedaron las ansias irresistibles de vivir en aquel paraíso ajeno. El nuevo día me sorprendió en la máquina viajera que me prestaba el mismo Domingo Manuel Vega, para intentar algo que se pareciera al pobre burócrata de Kafka convertido en un escarabajo enorme. En los días sucesivos no fui a la universidad por el temor de que se rompiera el hechizo, y seguí sudando gotas de envidia hasta que Eduardo Zalamea Borda publicó en sus páginas una nota desconsolada, en la cual lamentaba que la nueva generación de escritores colombianos careciera de nombres para recordar, y que nada se vislumbraba en el porvenir que pudiera enmendarlo (…)
Publicado en: Vivir para contarla- Gabriel García Márquez, 2002.
Quizá no sólo se pueda decir como metáfora literaria: Si al coronel Aureliano Buendía le hubiera gustado «vivir en el paraíso» que atrapó a Gregorio Samsa, no resulta inverosímil que al propio Samsa le hubiera gustado dejar ese paraíso para vivir en Macondo.
En alguna parte leí que la expresión atónita de Gabo al leer «La Metamorfosis» fue: «Carajo, así que esto se podía hacer en literatura». Y se decidió a hacer el tránsito del periodismo a la literatura.
Interesante como en nuestro continente la literatura europea arriba algo desfasada no era estaño la sorpresa de GGM Al descubrir a Kafca