Título: Elogio de la madrastra
Autor: Mario Vargas Llosa
Editorial: Arango Editores, 1988

Que una novela se convierta en una épica de la trasgresión por sí misma es un logro ineludible. Y ésta, particularmente, se ha encasillado dentro del género erótico, cuando en realidad va más allá de eso. Hay erotismo, sí, pero también por momentos conmueve, hace reír y en términos muy amplios podría decir que es un texto «bien escrito», que demuestra el oficio narrativo de Vargas Llosa al estructurar sus historias.

Por:

Gianfranco Hereña

Leí esta novela gracias a recomendaciones de terceros que la señalaban como una historia simplista y la verdad es que debo contradecirlos (una vez más). Es una novela que sí, tiene rudimentos eróticos pero que además muestra como nadie la erudición de Vargas Llosa respecto a temas tan cosmopolitas como la mitología griega y el tratamiento narrativo con saltos de tiempo.  La historia de Fonchito y Lucrecia (su madrastra), atrapa por méritos propios (más que desmerecerla por su simplicidad es elogiable que cuente una historia bien contada, sin ripios ni brumas de incredulidad). Si hay algo Vargas Llosa sabe hacer bien, es meternos dentro de la piel de sus personajes y hacerlos hablar tan naturalmente que logra introducir al lector en una atmósfera paralela.

Cuando Fonchito está por irse a dormir, Lucrecia (su madrastra) se despide de él y cree adivinar pensamientos libidinosos en la mente del niño. Intenta obviarlo y se pone a ella misma como una mal pensada, pero conforme  avanza el relato, nos damos cuenta de la verdad.

Pero Alfonsito ya la abrazaba: <<¡Feliz cumplete, madrastra!>>. Su voz, fresca y despreocupada, rejuvenecía la noche. Doña Lucrecia sintió contra su cuerpo la espigada silueta de huecesillos frágiles y pensó en un pajarillo. Se le ocurrió que si lo estrechaba con mucho ímpetu, el niño se quebraría como un carrizo (…) Doña Lucrecia se sintió picoteada en la frente, en los ojos, en las cejas, en  la mejilla, en el mentón…Cuando apretó los delgados labios rozaron los suyos, apretó los dientes, confusa. ¿Comprendía Fonchito lo que estaba haciendo? ¿Debía apartarlo de un tirón? (Pg 19)

Habia sido su mayor desvelo, antes, algo que creyo un obstaculo insalvable. «Un entenado, Lucrecia», pensaba, cuando Rigoberto insistia en que debian acabar con sus amores semiclandestinos y casarse de una vez. «No funcionara nunca. Ese niño te odiara siempre, te hara la vida imposible y tarde o temprano terminaras tambien odiandolo. .Cuando ha sido feliz una pareja donde hay hijos ajenos?» Nada de eso habia ocurrido. Alfonsito la adoraba. Si, ese era el verbo justo. Tal vez demasiado, incluso. (pg 26)

 Fonchito se ha enamorado de su madrastra y mientras don Rigoberto (su padre) realiza amplios rituales antes de cada sesión amatoria, poco a poco se va desencadenando entre ambos un juego de especulaciones. Paralelamente, Vargas Llosa trata de retratar una situación similar a la que se va dando en su novela con alguna historia acontecida en la Mitología Griega.

«El joven profesor y yo no estamos aquí disfrutando sino trabajando, aunque, es verdad, todo trabajo hecho con eficacia y convicción muda en placer. Nuestra tarea consiste en despertar la alegría corporal de la señora, avivando las cenizas de cada uno de sus cinco sentidos hasta volverlas llamarada y en poblar su rubia cabeza de sucias fantasías». (pg 98)

Observando la trama de lejos, puede que nos resulte un argumento cliché, manoseado, el arquetipo clásico del menor de edad enamorado de su tía, profesora o madrastra. Pero Fonchito posee ese tipo de inocencias que guardan para si algo de maldad, la de los niños extremadamente sinceros y manipuladores en cuya entraña pueden concebirse estrategias para dañar bastante sofisticadas.

Una lectura corta y recomendable. Puede leerse de un tirón, aunque dadas las circunstancias, aconsejo hacerlo de noche.

Otros comentarios:

«Con la sabiduría del meticuloso observador que él es y mediante la seductora ceremonia del bien contar, Vargas Llosa nos induce sin paliativos a dejarnos prender en la red sutil de perversidad que, poco a poco, va enredando y ensombreciendo las extraordinarias armonía y felicidad que unen en la plena satisfacción de sus deseos a la sensual doña Lucrecia, la madrastra, a don Rigoberto, el padre, solitario practicante de rituales higiénicos y fantaseador amante de su amada esposa, y al inquietante Fonchito, el hijo, cuya angelical presencia y anhelante mirada parecen corromperlo todo». Tusquets editores.

Otras reseñas: 

Diario Inca

 

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