Autor: Renato Amat
Editorial: Texao, 2015
(RESEÑA) “¿Has escuchado sobre “El dilema del erizo”?”, le pregunta Leo a Arlet. Ella nunca antes ha escuchado de algo así. Él entonces le explica: “Se dice que en el invierno, los erizos, a causa del frío, buscan sentir el calor de los de su misma especie, pero temen hacerlo porque mientras más se acercan a otros, más daño se hacen con sus púas. Deben escoger entre la soledad o el dolor.”
Detrás de esta evocadora y bella anécdota, se esconden, subrepticia pero también constantemente, las intenciones ficcionales de El dilema del erizo (Texao Editores, 2015), la primera novela de Renato Amat. ¿Qué historia cuenta el libro? Es una historia sencilla: Leo y Arlet son dos adolescentes que, junto a sus compañeros de colegio, han emprendido el clásico viaje de promoción de cinco días a las playas del norte del país. No tienen más de dieciséis o diecisiete años. Ambos son muchachos confundidos, enamoradizos, exagerados, irresponsables y están irremediablemente obsesionados con el sexo, y al igual que sus amigos sufren de desilusiones, rupturas, engaño, vicios, traumas de infancia, etc. Es decir, sus aventuras giran en torno a estas características tan comunes en jóvenes de esa edad. No hay más que decir al respecto. Solo es eso. Así de simple. Amat y León es jovencísimo, conoce del tema, se entusiasma, lo plasma y finalmente lo ficcionaliza.
Pero quedan varias preguntas en el aire: ¿No hay más de qué hablar? ¿Ahí se acaba el libro, en una simple y anodina historia juvenil de ciento cuarenta y seis páginas?
Felizmente para nosotros, sus lectores, la respuesta es no. Renato Amat tiene escondido un as bajo la manga, un truco recién descubierto que él sabe que resultará infalible. ¿Cuál es? Renato quiere ser un auténtico escritor, claro que sí, pero se da cuenta que tiene solo veintiún años, que posiblemente no ha leído lo que le hubiera gustado. Sus autores favoritos, excepto algunos bien seleccionados, son los mismos que tienen la mayoría de los aspirantes a escritor: Bryce Echenique, Vargas Llosa, Ribeyro, Ampuero y, en el peor de los casos, Bayly. Sabe que adonde vaya solo encontrará las normales limitaciones de una primera creación. Gracias al cielo, Renato es inteligente, muy inteligente, y en los años que va escribiendo sin ton ni son las primeras páginas acerca de estos jóvenes anodinos, lee y relee a sus autores favoritos (a Vargas Llosa más que a nadie, se nota), y entonces descubre por fin la fórmula final, el truco infalible: no importa qué demonios cuentas en tu libro, claro que no, sino cómo lo cuentas. Bingo. E ha dado cuenta de algo determinante. Luego todo caerá por su propio peso.
El dilema del erizo es, pues, eso: el resultado de un esforzado ejercicio en pos de encontrar un mecanismo final, una estructura sólida y las técnicas suficientes para dotar a sus neuróticos personajes de la verosimilitud necesaria para hacerlos brillar con luz propia. El libro, para esto, acoge una determinada estructura: se divide en tres capítulos generales que, a su vez, se subdividen en diversos pasajes separados por líneas temáticas bien definidas donde confluyen, casi de manera desapercibida, infinidad de técnicas bien utilizadas: monólogos interiores, mudas o cambios de vista de narrador, espacio y tiempo, así como vasos comunicantes sobriamente ensamblados. Asimismo, se vale de un recurso que de seguro ha practicado pacientemente: el diálogo. Este tiene una presencia importante en el transcurso del libro, y casi siempre es útil y bien usado, pues no solo recoge acertadamente los códigos y frases hechas de los personajes, sino que aporta una fluidez y un estilo que no repite textualmente a la realidad, sino que la transforma únicamente para los fines de la ficción. Todo esto aunado, además, a una prosa seca, directa, con la que Renato nos dice que prefiere carraspear sobre el escenario antes que desentonar catastróficamente.
Que lo haya descubierto él mismo o haya sido muy bien aconsejado por terceros, importa muy poco: lo importante aquí es que Renato Amat ha logrado una novela sorprendentemente bien equilibrada y nutrida, que logra salvar sus propias limitaciones implícitas (por ejemplo, la ausencia de un lenguaje mejor elaborado y el desarrollo empobrecido de la psicología de algunos personajes) y explotar sus virtudes, casi como un inexperto director de orquesta que si bien sabe de antemano que no hará llorar a la audiencia en su primer concierto, tiene un objetivo bien claro: mantener, cueste lo que cueste, el ritmo hasta el final, y siempre de una manera decorosa, por más que al final del acto sufra un paro cardiaco debido a tanto esfuerzo.
Finalmente, como ya dije líneas arriba, Amat y León tiene veintiún años y esta novela acerca de jóvenes confundidos, solitarios e irresponsables, es su primer libro. Renato, creo, se identifica con mucho de estos calificativos, pero hay uno con el que no estoy totalmente de acuerdo: él no es para nada un narrador irresponsable; al contrario, es uno muy dedicado e inteligente (o al menos lo fue para haber escrito este libro). En todo caso, si ha decidido que continuará en esta línea tan acertada donde la escritura y la disciplina son lo primero, él mismo ya se habrá dado cuenta que en muy pocos años podría convertirse en uno de los mejores novelistas de su generación.
La entrevista con la que acompaño esta reseña tiene como finalidad principal convencer a los lectores de adquirir este libro, leerlo, digerirlo y darse cuenta, como yo, que no fue para nada un tiempo perdido.