Título: Doce ratas. Doce apóstoles comandantes
Autor: Andrés Sáenz Vergara
Editorial: Cascada de palabras, México 2012
«Existe una crisis en lo que clásicamente entendemos por ciudad y será esto lo que dará cabida al modo en que habla Andrés Saenz Vergara en su obra “Doce ratas. Doce apóstoles comandantes”. Una crisis en la estructura que prometía una totalidad como organismo en armonía con cada una de sus partes, el concepto de polis.».
“…Abajo en la fosa/ vi gentes sumergidas en excrementos/ que parecía venir de letrinas humanas/ Y mientras examinaba el fondo con los ojos/ vi a uno cuya cabeza estaba tan cargada de mierda/ que no podía verse si era laico o clérigo.”
Dante Alighieri
Existe una crisis en lo que clásicamente entendemos por ciudad y será esto lo que dará cabida al modo en que habla Andrés Saenz Vergara en su obra “Doce ratas. Doce apóstoles comandantes”. Una crisis en la estructura que prometía una totalidad como organismo en armonía con cada una de sus partes, el concepto de polis. Pues la historia nos ha mostrado que esta idea siempre ha dejado algo fuera, algo que va más allá de la dialéctica que en el fondo determinará todas las reivindicaciones sociales hasta la actualidad. Hay una rata que fue relegada a vivir en los sumideros, una rata que no pide ser dignificada, que no exige sus derechos al “Dios-Sistema”, que no vela por ser incluida en el sin sentido de esta dialéctica Universal (está demás decir que estas cosas que se supone que no entran en la dialéctica, tampoco lo hacen en la política). La rata asume su condición de “lo distinto” y desde el margen, desde la alcantarilla levanta su lucha por ser el todo. La rata no es el proletario, la rata no es el homosexual, la rata no es el negro esclavo. La rata es eso que quedó radicalmente fuera del orden cósmico de la polis moderna, por lo tanto darle un sitio espacio/temporal a los aconteceres del libro como la “dictadura militar Chilena” no es relevante. Digamos que atemporalmente “Los hijos jamás nacidos de una tierra nunca prometida/ (van reclamando) reclamaban su derecho ancestral.”
La rata no exige derechos, porque nunca fue considerada dentro de nada. La rata más bien se identifica con lo nimio: las uñas y otros residuos corporales, las migas, la ceniza, el barro o el estiércol; también el cuerpo, pero entendido como carne, el soma, no un cuerpo orgánico dispuesto con vistas a una función, con los pelos y poros que nunca aparecerán retratados en una pintura, con lo informe, con lo impuro, con lo inmundo, con la herida, con la entraña, las vísceras, el desagüe, el sumidero, el baño. Con este montón de partes que no son gobernables (muchas de estas palabras recurrentes en la poética del autor). O meramente con esos que quedaron excluidos al ser incluidos. Locos en los psiquiátricos, anarquistas en los callejones, reos en las cárceles. Probablemente, de una forma más bien indirecta, son a estos últimos a los que refiere el autor “En improvisadas madrigueras se ven nacer nuevos herejes/ se alimentan de la estercolera que mana sobre las mentes del prisionero.”
¿La lucha es por la inclusión o por la destrucción para la construcción? “adelante sobre los cadáveres de los caídos/ Construyamos sobre las ruinas de los que fueron.” Nos dirá Saenz. La rata que es Dios, que es Apóstol, que es comandante, que es Estado o santo. El juego de lo Sacer (santo) y lo scoor (estercóreo), que se resume en solo una palabra, lo intocable. Desde acá todo comienza, desde la escritura que busca interrumpir las maquinarias de poder des-velando lo otro, lo ingobernable, aquello realmente capacitado para ejercer un cambio radical, la gente desde la perspectiva de masa informe será el lugar desde donde el artista soberano formará una nación, una historia, un nuevo libro sagrado.