Autor: Andrés Felipe Solano
Editorial: Ediciones Universidad Diego Portales, 2015

(RESEÑA) Más allá de ser un volumen de crónicas de un colombiano viviendo  en el lejano país asiático, es un libro que podría clasificarse dentro del rubro del diario, debido a todas las posibilidades narrativas que uno puede permitirse dentro de él. Un conjunto de textos breves escritos a lo largo de todo un año y dividido en cuatro estaciones (Invierno, Primavera, Verano, Otoño),  donde es posible hallar desde historias íntimas sobre los altibajos de su matrimonio con Soojeong-o Cecilia en el lado occidental- hasta esbozos sobre la cotidianidad y desmitificaciones políticas de la extraña y lejana (para nosotros) Corea del Sur.

“En lo tocante a la literatura, jamás busqué una respuesta. Si la literatura sueña con arrojar como fruto algún tipo de sabiduría o algo similar, tal vez sea porque ya está muerta.”

Andrés Felipe Solano

Por Sebastián Uribe Díaz

Solano no discrimina temas, y es que si bien su vida siempre está en primer plano, al escribir sobre ella los lectores podemos mirar al tigre asiático a través de la prosa del colombiano.

Empecemos por el plano más personal. Como indica la nota preliminar, Solano conoció a la que sería su esposa durante una residencia literaria en Seúl el 2008. Lo que no parecía ser más que un affaire, se convirtió en una relación más seria tras el contacto que sostuvieron tras el retorno del colombiano a su patria y el viaje de ella al país sudamericano (con hepatitis incluida). Se casaron primero en Colombia y luego en Busan en el 2009 y 2010 respectivamente. El 2012 desembarcaron en la ciudad portuaria coreana mencionada, donde estuvieron seis meses en la casa de los padres de ella hasta que  se mudaron a un departamento en el barrio de Itaewon. Durante el invierno del 2013, Solano empezó este libro en donde dedica buena parte del mismo a describir su matrimonio: los silencios, las discusiones (“Salieron calaveras y culebras de nuestras bocas y un cállate, cállate, y casi un lárgate de una puta vez.”), los momentos de tensión y también los de sosiego. Podemos hallar textos donde nos enteramos de la trascendencia del idioma como una barrera al interior de una relación, sobre aquello que no se verbaliza y las dudas que flotan detrás de ello. Las hipótesis y los miedos:

“También he pensado en la posibilidad de aprender coreano lo suficientemente bien como para entender lo que ella habla con la gente, y he evaluado la inquietante posibilidad de que esa nueva Cecilia esté llena de un humor soso, de comentarios inanes, de respuestas aburridas. El silencio siempre será nuestro aliado, nuestro tesoro a defender.”

También apuntes sobre las indagaciones sobre la posibilidad de romper con los límites inherentes a la monogamia matrimonial y cómo hay preguntas cuyas respuestas deben quedar en el terreno de la eterna duda.

“Quedó claro que hablaba de una noche, no de una relación extramarital prolongada. En todo caso, su pragmatismo me desarmó e hizo que me preguntara si a ella le ha pasado por la cabeza acostarse con otro hombre. Supongo que sí, y por supuesto yo tampoco quisiera saberlo en caso de que sucediera.”

O aquellos donde se muestra cómo la economía doméstica es el generador de tensiones, preocupaciones y desmotivaciones:

“Hace cinco años que no recibo una paga mensual. En algún momento tuve una pensión y un seguro de salud. Esto se está convirtiendo en un banco de iglesia, donde se empieza por las quejas y se termina en lágrimas y babas. El invierno no ayuda a mitigar la sensación de orfandad.”

Y ya que menciono a la economía a nivel micro, Corea: apuntes desde la cuerda floja funciona como una estupenda radiografía sobre las implicancias del consumismo en la sociedad coreana, en la que Solano deja traslucir a través de sus observaciones sobre la vida cotidiana cuestiones que analizadas a profundidad, fungen de síntomas del fenómeno mencionado, pues como afirma el colombiano “Siempre habrá más y más para comprar. Nunca será suficiente”. La histeria colectiva por el extremo cuidado personal (sin distinción entre hombres y mujeres) es una muestra de ello. Y sí, este virus ya está presente en todo el mundo, pero en Corea se acentúa además por los avances tecnológicos que de cierta forma (no la causa principal) deshumanizan a gran parte de la población coreana, con ansias de acumular bienes de lujo, estar “ultrainformados”, a la “vanguardia” de los dictámenes de la moda del momento. El triunfo del neoliberalismo más extremo y el todopoderoso gobierno de la publicidad:

“Ya no hay agentes explotadores externos, a lo Marx. Somos nosotros mismos quienes nos explotamos hasta quedar rendidos. Nosotros con nuestro apetito desbordado, con las ganas de tenerlo todo –zapatos y libros de fotografía y mechones de pelo-, de estar enterados de todo, de querer viajar a todos lados, de hablar sobre todo, de escribir sobre todo, de querer tocarlo todo, fornicarlo todo, cuerpos, pedazos de cuerpo, mentes, almas, muertos, máquinas, fantasmas.”

“Quise saber si los coreano siempre habían estado obsesionados con su aspecto físico. Me dijo que sí, que incluso era una cosa que antecedía a al capitalismo, a la producción en masa, a la publicidad, pero que obviamente no en las proporciones de hoy. Después de Japón, Corea es el país donde se vende más maquillaje para hombres en el mundo.”

Llegando al punto incluso de ver el suicidio como una vía de escape que (suena terrorífico) parece estar normalizándose, debido a gran parte a la carrera competitiva de las familias surcoreanas en lo referente al ámbito del estudio. El aprendizaje como un medio para lograr el anhelado triunfo impuesto por el modelo hegemónico, que no es sino el de tener la capacidad de adquirir bienes de manera desmesurada:

“Corea tiene la tasa de suicidios más alta entre los países industrializados. Viejos que se ahorcan en la noche o toman veneno para aligerarle las cargas a sus hijos, que están obligados a mantenerlos; adolescentes que se rehúsan a llenar el molde que sus padres han construido para ellos.”

Un modelo de sociedad que cuenta además con un hipócrita discurso moral sobre el pudor sexual y ciertas libertades personales como el referido al consumo de alucinógenos:

“Si  bien puede aparecer la imagen de la Venus de Boticelli en televisión con los senos pixelados, las calles están llenas de tarjetas que ofrecen los más variados servicios sexuales, desde sitios donde se paga por media hora de besos hasta noraebangs de lujo, donde los hombres van a cantar y a beber con jóvenes modelos sentadas en sus rodillas antes de pasar a la cama.”

“Me pregunto qué va a pasar cuando Estados Unidos la legalice y se vuelva un negocio legítimo.(…) Hace poco encarcelaron a un viejo que cultivaba yerba en un parque público en un suburbio de Seúl. La fumaba en una banca delante de todo el mundo. Nadie lo denunció, simplemente porque el 99% de los surcoreanos no distinguen el olor de la marihuana.”

Pero una colectividad, que al fin y al cabo, aún con todo el desarrollo que la ha beneficiado, mantiene secuelas de su pasado subdesarrollado:

“La comida aparece con frecuencia en las novelas coreanas de posguerra. Muchas escenas se desenvuelven alrededor de los platos. Una nación obsesionada con la comida es la consecuencia de un país que padeció la hambruna. La suegra de una de mis alumnas del taller de traducción la regaña con frecuencia por no tener la nevera llena. Mi suegra, aparte de una nevera de dos puertas repletas, tiene un par de refrigeradoras especiales para conservar kimchi y verduras. Siempre están a tope.”

“Desde que me acuerdo, en marzo siempre empieza la guerra.”, se menciona en el libro, y es una frase que sirve como punto de partida al entendimiento de los aspectos políticos en este país, más allá de lo que podemos consumir de las grandes cadenas de información a nivel mundial que nos brindan un falso panorama sobre lo que acontece en la nación asiática. La pregunta es ¿Cómo afecta a los pobladores, de verdad, las tensiones entre las dos Coreas? Veamos el siguiente fragmento:

“Es sábado y el gobierno de Corea del Norte anunció que va a convertir a Seúl en un mar de fuego. Por ahora ese no es un problema, la verdadera tragedia es que esta mañana amanecimos sin café. (…) El lugar estaba repleto de parejas o grupos de amigos que parloteaban frente a un café  americano, un expreso o un capuchino. Compartían fotos en sus celulares o en sus tabletas. Nadie parecía preocupado por las noticias. La música que sonaba no fue interrumpida en ningún momento por una alerta de último momento. Compré dos libras de café y salí a recorrer las calles cercanas a la Universidad de Hongkik. No había sirenas ni movimientos de tropas. No había manifestantes con carteles, ni cantantes desgarrando himnos pacifistas. Todo el mundo estaba inmerso en sus compras, en sus helados, en sus citas amorosas.”

No hay la exagerada ola alarmista que leemos nosotros los fines de semana en la sección internacional de los diarios latinoamericanos. Y el motivo parece sencillo pero tiene una poderosa lógica detrás: A nadie le conviene. O mejor aún: A La Economía (en mayúsculas) global y los principales poderes no le conviene.

 “¿Qué va a pasar? En teoría, a nadie le conviene una guerra en el tercer punto comercial más importante del mundo. Si estallara una guerra así, se desinflaría la economía mundial y el planeta se iría por el inodoro. Un ejemplo diminuto que leí en el periódico; algunos programas universitarios en Estados Unidos se financian en gran parte gracias a los estudiantes asiáticos Si estallara la guerra, no habría más coreanos, chinos, taiwaneses o japoneses dejando miles de dólares en los campus gringos. “

 “Esta vez anuncié por el micrófono que  Kim Jong-Un había mandado  a matar a su tío y a otros altos mandos. Luego me enteré de que un periodicucho de Hong Kong dijo tener información confiable sobre el destino final del familiar del dictador. Habría sido carne para los perros. Esa fue la noticia que corrió como pólvora, un chisme sin fundamentos que alimentó una vez más las torcidas fantasías occidentales sobre la república comunista. Aquel tipo de rumores solo exacerba los peores deseos e impide ver el verdadero drama de Corea del Norte, su terrible soledad. Aún me pregunto cómo fue capaz de Adam Johnson de escribir The Orphan´s Song  y ganar con aquel libro el Premio Pulitzer la primavera de 2013. El estadounidense armó una novela de cuatrocientas páginas con la información que recolectó en entrevistas a desertores y en un viaje de tan sólo cinco días a Corea del Norte. Tomó uno de esos tours para extranjeros a Pyongyang y caso resuelto. No me extrañaría que su novela terminara con un hombre devorado por un animal.”

Solano destruye los mitos que nos hemos construido alrededor del “exitoso” modelo de desarrollo coreano, devela la tragedia detrás de los logros mostrados en varios aspectos, expone los males que los coreanos intentan esconder debajo de la alfombra y cómo todo lo anterior impacta en la vida de sus ciudadanos. En la vida de quien escribe este muy buen libro, donde a pesar de algunas metáforas que sobran (“Salí maravillado, con una sensación de gratitud que protegí como a una canasta de huevos durante el camino de regreso a casa.”) es una interesante propuesta. Recomendable por muchos motivos.

 

 

 

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