El sol filtra por los vidrios polvorientos. De afuera llegan risas, cornetas de ambulantes, bulla de niños pateando una pelota de trapo, esos mocosos, tirarse un par de medias, esperen a que termine y van a ver lo que hago con su pelota… y la gorda echa con cólera el arroz al aguadito hirviente y mira las alitas de pollo subir y dar vueltas entre las burbujas verdecinas, nuevecitas las medias, refunfuña mirando de reojo por la puerta entornada pasar la pelota en una nube de polvo mientras sorbe de la cuchara para probar la sazón. Pero le sabe amargo, como le sabe amargo todo desde la pelea de ayer, desde que se fue el sinvergüenza ese, ese pelagatos más pegado a la política  que chinche a un perro, sí, lárgate, mejor, estoy harta de tus reuniones, de tus discusiones, y mejor no regreses, y luego de sacarle a la calle las pertenencias, le había tirado la puerta con una violencia tal que los adobes de la casa se estremecieron y las vecinas asomaron la cara a ver qué pasaba. Tiene fuerza, la gorda. Pero ahora también tiene pena, la gorda.

Por:

Christiane Félip Vidal

Baja la candela y prende la radio a la espera de la hora: …ción del año, de la embajadora de la música nacional, he ahí la internacional Sonia Morales, con su éxito “Por tu amor” , aquí, en Radio Unión 105, su radio, hoy día, 8 de octubre, día de la marina del Perú, día de la Dignidad Nacional, aquí con ustedes, en el Megafiestón del cono norte, por los 40 años de radio unión 105, con ustedes,  Sonia Morales…”. Destapa la olla a punto de rebalsar, como está a punto de rebalsar la pena que tiene, su pena de gorda abandonada que encuentra eco en la voz de Sonia Morales:

Por tu amor, una vez más,

Siento morir

Mi corazón, una vez más

Sufre por ti

tararea la gorda, cucharón en mano encima de la olla humeante

Sin tu amor

No sé vivir

No sé soñar

No sé qué hacer

Quiero morir…

llora la gorda tarareando con lagrimones que brotan y caen a la olla.

No llores, gorda, se te va a amargar el aguadito, olvídate, bien sabes que así es, que los hombres han sido aves de paso en tu vida… ¿Qué esperabas de éste? ¿Algo distinto? Si siempre fue igual, tú, con tu cariño rollizo y tus ojos ansiosos, tan lista para recibirlos y amarlos y dejar que descansaran en tus pechos remanso, en tus pechos almohada, pero ellos, un tiempito nomás y ciao. En la tinka del amor nunca saliste ganando. No llores, gorda preciosa, y apúrate más bien que te esperan otros hombres, con un hambre distinto, un hambre real, un  hambre de obreros de la construcción y de ellos depende el sustento diario.

Y la maldita radio que no da la hora, piensa, secándose los ojos con el dorso de la mano, mientras otro pelotazo golpea la puerta, ¡vayan a jugar más allá, muchachos de miércoles, que si esa pelota cae otra vez por acá los agarro a escobazos! grita hacia la calle  mientras Sonia Morales le sigue recordando que sin amor, no sabe vivir, no sabe qué hacer y quiere morir.

Hunde el cucharón, vuelve a probar la sazón, añade un poquito de sal y otro tantito de pimienta, pero ni modo, le contagió al aguadito su propio sinsabor de gorda hastiada, enojada, engañada, y por más que le añada pimienta, culantro y comino, igual le sabe insulso.

Se apagó la voz de Sonia Morales y el locutor se desgañita en la radio: “Radio Unión, la potencia musical del Perú, para los corazoncitos enamorados, felicita Rivera, aquí, en radio Unión 105, son las 12 y 30 y están…”. Apaga la radio, pone su pena en sordina para recordarla después, cuando en la noche no tenga a quien abrazar ni quien caliente su piel terciopelo de gorda linda. El hambre de los obreros no espera y ya no hay tiempo para llorar por el desgraciado, malagradecido, que se vaya al diablo, con su partido, sus pintas nocturnas, “más vale que lo ocupe la política que otra mujer” había dicho la comadre el día que ella se le quejó, pero no logró convencerla. Para la gorda, la política es igual de peligrosa que otra mujer y ni hablar de cuando se unen las dos…

Empaca con furia en la canasta los platos hondos, las cucharas, y, para taparlos, busca el secador entre las cajas que, agenciadas en precario equilibrio, hacen oficio de mesa, de aparador, de baúl. Son las cajas que él trajo, ahí nomás, gorda, unos cuantos días, después las saco, y claro, las sacaba pero para traer otras y más volantes y afiches y bultos vueltos a sacar en secreto de noche y ella, la muy sonsa, aguantándole el misterio, las ausencias de varios días, la palabra de no hablar del asunto con nadie, es lo único que te pido, gorda, no te quiero comprometer ¿Cómo puede ser una tan tonta? se pregunta dando vueltas por el cuarto hasta recordar que la víspera colgó afuera el bendito secador. Sale al patio donde, anidada en la tierra, se calienta al sol tímido la gallina negra, la del próximo caldo, porque como para chuparse los dedos cocina la gorda, eso dicen todos, por eso tiene su clientela, y recoge el secador en el alambre que cruza los dos metros cuadrados de patio recién baldeado, entre las esteras que delimitan su lote ganado a fuerza de ollas de aguadito, de chanfainita, de tacu-tacu, de ceviche de conchas negras y de tallarines en salsa roja.

¿Qué esperabas de éste? ¿Algo distinto? Si siempre fue igual, tú, con tu cariño rollizo y tus ojos ansiosos, tan lista para recibirlos y amarlos y dejar que descansaran en tus pechos remanso, en tus pechos almohada, pero ellos, un tiempito nomás y ciao. En la tinka del amor nunca saliste ganando.

Mientras espera a que termine de cocinarse el arroz, suspira y se refriega los ojos con el secador. A este, sí que lo quiso, además no fue difícil quererlo, tan distinto a los demás, tan servicial, tan atento, el desgraciado. Por eso es que la gorda odia la política: la política le robó sus noches, le malogró los domingos, le llenó la casa de cajas y le quitó a su hombre. Reuniones del partido, órdenes del partido, decía y se iba dos, tres, cinco días, para volver en plena noche con sus bultos, documentos del partido, después te explico, pero nunca explicó nada, ni siquiera aquel domingo cuando, de regreso del cumpleaños de su comadre, lo encontró cavando un hueco en el patio y ella, tonta, prefirió creerse el cuento de que había querido hacerle la sorpresa de plantarle un árbol que, por supuesto, nunca trajo…

Verifica la cocción del arroz, tapa la olla y apaga la candela. Luego vierte agua del balde en la batea para lavar el cucharón y guardarlo en la canasta pero se le nubla la vista de nuevo. No llores, gorda ¿acaso es la primera vez que se te va un hombre? Afuera hay como veinte, y así fue cómo lo encontraste a él, esperando su ración diaria en la pausa de la obra, lo mismo que aquellos que esperan ahora el aguadito. Y tú lo cautivaste  con tu picante de mariscos, con tu arroz verde ¡qué sazón tiene esta mujer, virgencita santa, por mi madre, que nunca probé comida tan rica! Y probó no sólo tu comida, también te probó a ti, y lo embriagaste con tu piel, y tu risa, y tus caderas de potranca, y tus pechos donde ovillarse, mujer de mil pasiones.

 

Asegura la tapa sobre la olla y, envolviendo las asas con un trapo, deposita el recipiente sobre la base del carrito de las compras que, desprovisto  de su bolsa, le sirve para transportar a diario el almuerzo para los albañiles de una obra cercana. Cinco cuadras más arriba, eso sí, sorteando baches, piedras, pelotazos, y con un séquito de perros flacos pegados a la olla que se tambalea sobre la base de madera que le había acomodado él, en los buenos tiempos, ¿recuerdas, gorda?

La gorda recuerda y suspira mientras deposita sobre la olla la canasta con los platos y los cubiertos. Luego, moja una toalla para refrescarse la cara, troca las chancletas rotas por zapatos negros de taco bajo y, tras colgar la blusa ancha que usa de mandil, sale carrito en mano a la luz del mediodía de siempre.

La recibe la cuadra ruidosa, ahora abrumada de sol, chillidos de niños, llantos de bebes, gritos, música, risas, perros que ladran y que ahora se le  vienen encima, ¡quita, zafa! le dice al más atrevido que casi levanta la tapa con el hocico y la gorda sujeta más fuerte la carretilla mientras apura el paso, apenas tres metros y ya sudorosa, aún cuatro cuadras por recorrer y ya cansada, saludando por aquí, sonriendo por allá, no vaya a ser que las vecinas crean que le duele la partida del hombre, si ella misma lo botó, al desgraciado ¿qué se habría creído, ah?¿que lo iba a aguantar toda la vida?

El carrito choca contra una piedra y la olla se tambalea peligrosamente. La gorda explota ¡ya me tienen harta, vayan a marcar sus arcos por otra parte, no ven que una ni siquiera puede caminar por aquí! Con tanto espacio que hay por el arenal ¿por qué no van a jugar fútbol por allá? Sujeta la canasta que amenaza  con resbalar y vuelve a asegurar su oloroso equipaje ¡zafa, tú, peludo! Pero el peludo no zafa y se pega más a la olla, junto con otros perro amarillo y entonces recuerda lo que le decía él “si fuera por mí, una buena dosis de Racumín, y, listo, el pueblo joven se limpia de perros” y con las justas no proponía aplicar la cura a los niños, mocosos del diablo, ¿a qué vienen a fisgonear por aquí? renegaba sospechoso, y ya ves, gorda, tú, hoy día, casi podrías pensar lo mismo, desear que se vayan todos al  diablo, perros, niños, albañiles, vecinas, tú misma y él, sobre todo él, que la caigan todas las desgracias, reza, suplica a la virgen de Cocharcas, por favor, virgencita mía, que le den de varazos en la próxima manifestación, que atrape la gripe asiática por maoísta, que lo agarren pegando afiches…¡Los afiches! La gorda para tan bruscamente que el peludo se golpea el hocico contra la olla y empieza a lamerla, feliz ¡zafa, sarnoso! mientras ella duda un instante al recordar el rollo de afiches y volantes que quedaron en la casa… Por un segundo, la estremece la idea que él pueda volver a recogerlos y quizás, quizás entonces… ¿quién sabe?… quizás ella entienda y perdone y… ¿Y qué gorda? ¿Otra vez? ¿Tanto te gusta ser la Sonia Morales del arenal? Porque los domingos en solitaria, pasa, lo de los regresos tardíos y de las ausencias nocturnas, pasa también, pero lo de traer a otra a tu casa ¡eso no! ¡qué tal descaro! Y la otra con su carita de mosca muerta, compañera, déjame explicarte, no lo tomes a mal, compañera… Ella no era compañera de esa pituquita de mierda, a ella se la respetaba y a su casa también, por más humilde que fuera.

Le regresa la cólera y jala del carrito con violencia. Apenas vuelva a casa quemará afiches y volantes ¿Qué se había creído el ingrato degenerado? ¿Que los iba a guardar de recuerdo? Subes furiosa la cuesta  empinada pero no sabes, gorda frágil, si lo que pica tus ojos es el ají del aguadito o el polvo del arenal y si lo que corre por tu mejilla es el sudor o una lágrima atrasada de la mañana.

Aún no se divisan a los trabajadores pero sí el barullo de la obra. El carrito rechina, la olla se tambalea, elle jala, lucha contra el suelo desigual. Falta solo una cuadra y está a punto de doblar hacia la derecha cuando un hombre surge por atrás y la agarra del brazo. A punto de gritar, se voltea y reconoce a uno de los obreros de la construcción. Lo mira sorprendida ¿Acaso son maneras de…? Pero él: “No subas. Los tombos han venido a preguntar por ti. Dijimos que sueles llegar más tarde”. La gorda lo mira, mira la olla, los perros pegados a la olla, el suelo polvoriento, de nuevo al hombre y se da cuenta que tiene miedo, que le tiemblan las piernas y no entiende por qué, si ella no tienen nada que reprocharse, le dice al hombre pero él ya se ha ido y la gorda está sola con su miedo, su carrito, los dos perros, y no sabe qué hacer, si subir, dejar la olla a los obreros sin atenderlos y regresar a casa, o regresar a casa con la olla, dejando a los obreros sin almuerzo… Se va a enfriar el aguadito, piensa, desesperada, y mira a su alrededor en espera de una ayuda, pero transita poca gente a esta hora y por esta zona: dos niños juegan michi en la arena, una joven sale de su casa a botar agua sucia a la pista y desaparece tras una pared de adobes, y, más abajo, un viejo escarba con un palo entre los desperdicios. A la calle no le importa tu pena, gorda, cada cual anda con la suya ¿para qué cargar con otra? Decídete, no hay tiempo que perder, corre, baja, vete donde la comadre, ella sabrá aconsejarte…

¡La comadre! ¡Por supuesto! Da media vuelta. La casa de su comadre queda tres cuadras más allá de la suya. Piensa que al pasar delante de su propia casa aprovechará para dejar el carrito  con el aguadito y sacar los afiches para quemarlos donde la comadre. Faltan dos cuadras. Llevado por la pendiente y la carga de la olla, el carrito la empuja y tiene que pisar fuerte con los talones para no dejarse llevar, le duele la muñeca de tanto resistir el peso, nunca más, piensa, nunca más me enamoraré de un político, es demasiado peligroso…

Faltan pocos metros antes de llegar a la última esquina. El suelo se ha vuelto más plano y su andar más seguro. Esquiva las piedras del arco y cuando está para voltear la vecina sale a su encuentro justo para decirle que han estado preguntando por ti, creo que todavía est… ¡Demasiado tarde, gorda! Volteas y, efectivamente, ahí están y ya te vieron, y ya vienen corriendo pero no es necesario  que corran, no te vas a escapar porque tu cuerpo se ha vuelto de algodón y no responde, se afloja la presión de tu mano sobre el carrito y ya no te importa el estrépito de la olla que cae, los perros lamiendo el aguadito desparramado, porque ellos se precipitan sobre ti, zamaqueándote, jalándote de los brazos, de los cabellos, terruca de mierda, bien escondidas las tenía y tú gritas que los afiches no son tuyos, tampoco los volantes, que ya se fue el desgraciado, que lo botaste tú, pero te empujan dentro de tu casa cuya puerta está rota, y te siguen empujando, jalando, tironeando hasta el patio, el patio que parecen haber labrado ¡Y eso! ¿Qué es? ¿Acaso no sabías de las armas, de las granadas? ¿Acaso se han enterrado solas en el patio? ¡Ahora mismo vas a cantar!

La gorda se ha desplomado en el patio. Por encima de su cabeza, oye gritos, pero ya no entiende lo que le preguntan. A altura de sus ojos, pasan y vuelven a pasar botas que la patean, pero ella, ahí, en la tierra removida del patio que su llanto va regando, sólo siente contra su mejilla las plumas ya frías de la gallina negra.

Publicado en:

Antología Lima en la piel. Estruendomudo. (2006)-

Antología El Cuento peruano 2001-2010. Ediciones Copé (2013)

 

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