Ricardo Piglia es un historiador con fijación en las novelas policiales. Vaya que logró fusionar con gran acierto ambas pasiones en «Plata quemada», novela cuya reseña es el tema del día de hoy. Vale decir que este escritor, porteño de nacimiento, basó este relato en un hecho delincuencial que sacudió a la Argentina allá a mediados de los años sesentas. Su prosa nos traslada hacia los albores de ese tiempo que creíamos perdido y valiéndose de una jerigonza propia de aquel entonces, no nos queda sino sentarnos a disfrutarla con un «mate» en la boca.


Por:
Gianfranco Hereña
 
Habían planificado el asalto perfecto. La estrategia parecía tan bien trabajada que nada hacía prever el error. Los hermanos Dorda se vuelven nuestros cómplices a partir del inicio del relato y en sus acciones posteriores a través del recorrido que hacen por el viejo Buenos Aires. A pesar de caer en la típica y ya bastante manoseada historia del «atraco» a un banco, podemos ver en cada uno de ellos a una persona más que a un personaje.  Según explica a inicios del libro el mismo autor, tuvo acceso a fuentes privadas como las grabaciones secretas realizadas por la policía o recortes de diarios y revistas que le ayudaron a comprobar sobre qué terreno pisaba al escribir la novela. Esto permitió que  Piglia armara la historia y reconstruya a los personajes con una precision admirable.
Ahí es donde vemos, por ejemplo, que cada uno de ellos cuenta con un pasado que, a pesar de ser experimentado en artes del robo, guarda fracturas emocionales que son las que finalmente condenan sus destinos. 
 
Era inevitable que tras ejecutar el robo la policía no los persiguiera. Por ello, la banda huye hacia el Uruguay y se recluyen en un departamento con un gran número de provisiones esperando que la policía jamás de con su paradero. A ellos les agarra el mal de todo aquel que posee un mínimo de talento: la soberbia. Sus excesos de confianza dan pie a una minuciosa persecución  y finalmente, tras ser ubicados, a una resistencia casi heróica.
Los vándalos empiezan a disparar desde el departamento y logran, por momentos, ahuyentar el cerco policial.   El miedo a ser atrapados se posa como un fantasma sobre cada uno de ellos. Nadie quiere volver a la cárcel. Es ahí donde empezamos a humanizarlos. Esta descripción del «Gaucho» Dorda en una de sus autoreflexiones grafica mejor lo que digo:

«En la cárcel me hice puto, drogadicto, me hice chorro, peronista, timbero, aprendí a pelear a traición, a partir la nariz de un cabezazo a tipos que si los mirás torcido te rompen el alma, aprendí a llevar una púa escondida entre los huevos, a meterme las bolsitas de la merca en el ojo del culo, me leí todos los libros de historia de la biblioteca, porque no sabía qué hacer, me podés preguntar quién ganó la batalla que se te cante en el año que quieras y yo te lo digo, porque en la cárcel no tenés un pomo que hacer y entonces leés, mirás el aire, te envenenás, te llenás de veneno como si lo respiraras».

Tan vertiginosa como sentimental, «Plata quemada» crea un ambiente propicio para el análisis. No estamos pues ante una novela policial cualquiera, sino ante una trama bien trabajada en cuyos personajes podemos identificarnos a nosotros mismos.

2 comentarios para “Plata quemada- Ricardo Piglia

Deja una respuesta

Regístrate

O con tu correo

Inicia sesión

O con tu correo