Por Julio Ramón Ribeyro

Los hospitales son los puestos fronterizos por donde se canaliza el tránsito entre la vida y la muerte. Por la gran puerta de la fachada entran y salen los vivos. Pero hay una puerta discreta, vergonzante, por donde se despide disimuladamente a los muertos. Médicos, cirujanos, anestesistas, son los administradores omnipotentes del Más Allá. Pero hay también funcionarios menores que deciden lo irreparable, tales las enfermeras que olvidan renovar una transfusión o que no acuden en el momento preciso en que el paciente necesitaba la pastilla o simplemente la palabra capaz de retenerle en su última caída. Y esos choferes de ambulancia, odiosos lacayos volantes de la salud, que salen disparados en sus ruidosos vehículos hacia el lugar de los accidentes. Tienen instrucciones muy precisas: conducir cada cual a su clínica u hospital a los buenos heridos, es decir, a los ricos. Para identificarlos disponen de una serie de normas, pero, a falta de indicios flagrantes, recurren a un expediente conocido: los zapatos. En los zapatos se revela sin equívoco la situación social de la víctima. A un herido que calza zapato viejo y sin marca conocida prefieren al que lleva Charles Jourdan. Esta es sólo una anécdota. Hay cosas peores: las instrucciones que tienen las enfermeras para que no se vea morir a un paciente. En las salas comunes colocan biombos a ambos lados del enfermo grave. Pero cuando se avecina el momento definitivo, lo ponen en una camilla rodante y comienzan a pasearlo por los corredores mientras agoniza y se debate. Cuando va a expirar, ¿qué hacen con él? Una enfermera me dijo: «Lo empujamos discretamente hasta las duchas».

 

Publicado en: Prosas Apátridas – Ed.Planeta 2006

2 comentarios para “Ribeyro sobre los hospitales

  1. SI parece que es una norma tácita, so pérdida del trabajo que te mantiene. Esa discriminación no es nada nuevo, simplemente te adecuas al status imperante. Así es lamentablemente.

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