Por:

Ricardo Palma

 

I

Atahualpa

Al doctor Evaristo P. Duclos , insigne ajedrecista

Los moros, que durante siete siglos dominaron España, introdujeron en el país conquistado la afición al juego de ajedrez. Terminada la expulsión de los invasores por la católica reina Isabel, era de presumirse que con ellos desparecerían todos sus hábitos y distracciones ; pero lejos de eso, entre los heroicos capitanes que en Granada aniquilaron el ultimo baluarte del islamismo, habían echado hondas raíces el gusto por el tablero de las sesenta y cuatro casillas o escaques , como en heráldica se le llama al ajedrez.

Pronto dejó de ser el juego favorito de los hombres de guerra, pues cundió entre los feligreses, abades, obispos, cónicos y frailes de campanillas. Así, cuando el descubrimiento y la conquista de América fueron una realidad gloriosa para España, llegó a convertirse en la patente o pasaporte de una cultura social para todo aquel que venía al Nuevo Mundo investido de algún cargo de importancia.

El primer libro que sobre el ajedrez se imprimiera en España apareció en el primer cuarto de siglo posterior a la conquista del Perú, con el titulo Invención liberal y arte de axedrez, por Ruy Lopez de Segovia, clérigo, vecino de la villa de Zafra, y se imprimió en Alcalá de Henares en 1561. Ruy Lopez es considerado como fundador de teorías y poco de su aparición se tradujo el opusculo al francés y al italiano.

El librito, que abundó en Lima hasta 1845, poco más o menos, en que aparecieron ejemplares del Philidor, y era de obligada consulta allá en los días lejnaísimos de mi pubertad, así como el Cecinarrica para los jugadores de damas, hoy no se encuentra el Lima.  Ni por un ojo de la cara se pueden adquirir ejemplares de ninguno de los dos viejísimos textos.

Muchos de los capitanes que acompañaron a Pizarro en la conquista, así como los gobernadores de Vaca de Castro y La Gasca, y los primeros virreyes Nuñez de Vela, marqués de Cañete y el conde de Nieva, distrajeron sus ocios en las peripecias de un partida. No es cosa que llame la atención, entonces, que desde que el primer arzobispo de Lima se convirtiera en el epicentro del juego del ajedrez, tanto así que hasta llegó a comprometer, por no resistirse a tributarle culto, el prestigio de las armas reales. Según Jimenez de la Espada, cuando la Audiencia encomendó a uno de sus oidores y al arzobispo don fray Jerónimo de Loayza la dirección de la campaña contra el caudillo revolucionario Hernandez Girón, la musa popular del campamento realista zahirió la pachorra del hombre de toga y la afición del mitrado al ajedrez con este cantarcillo pobre de rima pero rico en verdades:

El uno jugar y el otro dormir,
¡don qué gentil!
No comer ni apercibir
¡oh qué gentil!
Una ronca y el otro juega…
¡y así va la brega!

Los soldados , entregados a la inercia en el campamento y desatendidos en la provisión de víveres, empezaban ya a desmoralizarse y acaso el éxito habría favorecido a los rebeldes si la Audiencia no hubiera tomado el acuerdo de separar al oidor marmota y al arzobispo ajedrecista.

(Nótese que he subrayado la palabra ajedrecista , porque el vocablo, por mucho que su uso sea general , no se encuentra en el Diccionario de la Academia , como tampoco existe en él el de ajedrista ,que he leído en un libro del egregio Don Juan Valera).

**

Se sabe, por tradición, que los capitanes Hernandez de Soto, Juan de Rada, Francisco de Chavez, Blas de Atienza y el tesorero Riquelme se congregaban todas las tardes, en Cajamarca, en el departamento que sirvió de prisión al Inca Atahualpa desde el 15 de Noviembre de 1532, en que efectuó la captura del monarca, hasta la antevíspera de su injustificable sacrificio el 29 de agosto de 1533.

Allí, para los cinco nombrados y tres o cuatro más que no se mencionan en sucintos y curiosos apuntes (que a la vista tuvimos, consignados en rancio manuscrito que existió en la antigua Biblioteca nacional), funcionaban dos tableros, toscamente pintados, sobre la respectiva mesita de madera. Las pieza eran hecha del mismo barro que empleaban los indígenas para la fabricacion de idolillos y demás objetos de alfareria aborigen, que hogaño se extraen de la huacas. Hasta los primeros años de la república no se conocieron en el Perú otras piezas que no fueran las de marfil y que remitían para la venta los comerciantes filipinos.

Una honda preocupación abrumaría el espíritu del Inca en los dos o tres primeros meses de su cautiverio, pues aunque todas las tardes tomaba asiento junto a Hernando de Soto, su amigo y amparador, no daba señales de haberse dado cuenta de la manera como actuaban las pieza ni de los lances y accidentes del juego. Pero una tarde, en las jugadas finales de una partida empañada entre Soto y Riquelme, hizo el ademán Hernando de Soto de movilizar el caballo y el Inca y tocándole ligeramente en el brazo, le dijo en voz baja:

– No capitan, no….¡El castillo! ¡Mueva el castillo!

La sorpresa fue general, Hernando, después de breves segundos de meditación, puso en juego la torre, como le aconsejara Atahualpa, y pocas jugadas después sufría Riquelme el inevitable mate.

Después de aquella tarde y cediéndole siempre las pieza blancas, al cabo de un par de meses el discípulo (Atahualpa) era ya digno del maestro y jugababa de igual a igual.

Comentábase también, en los apuntes a que me referido que los otros ajedrecistas españoles, que con excepción de Riquelme invitaron al Inca Atahualpa a jugar; pero este se excusó siempre de aceptar, diciéndoles por medio del interprete Filipillo:

-¡Yo juego muy poquito y vuestra merced juega mucho mejor!

La tradición popular asegura que el Inca no habría sido condenado a muerte si hubiera permanecido ignorante en el ajedrez. Dice el pueblo que Atahualpa pagó con su vida aquel mate que por su consejo de veinticuatro jueces, convocado por Pizarro, se impuso a Atahualpa la pena de muerte por trece votos contra once. Riquelme fue de los trece que suscribieron la sentencia.

II

Manco Inca

A Jesus Elías y Salas

Después del injustificable sacrificio de Atahualpa, se encaminó Don Francisco Pizarro al Cuzco, en 1534. Para propiciarse el afecto de los cuzqueños declaró no venir a quitar a sus caciques sus señoríos y propiedades y que castigado ya en Cajamarca (Atahualpa) , con la muerte , el usurpador asesino del legítimo inca Huáscar, se propondría a entregar la insignia imperial al Inca Manco, un mancebo de dieciocho años , legítimo heredero de su hermano Huáscar. La coronación se efectuó con gran solemnidad, trasladándose luego Pizarro al valle de Jauja, de donde siguió al del Rímac o Pachacamac para hacer la fundación de la capital del futuro virreinato.

No tengo para que historiar los sucesos y causas que motivaron la ruptura de las relaciones entre el Inca y los españoles acaudillados por Juan Pizarro, y a la muerte de éste, por su hermano Hernando. Bástese apuntar que Manco se dio trazas para huir de Cuzco y establecer su gobierno en las altiplanicies.

En la contienda entre pizarristas y almagristas, Manco prestó a los últimos algunos servicios y consumada la ruina y victimación de Almagro el Mozo, doce o quince de los vencidos, entre los que se contaban los capitanes Diego Méndez y Gómez Peréz, hallaron refugio al lado del Inca, que había fijado su corte en Vilcapampa.

Méndez, Pérez y cuatro o cinco más de sus compañeros de infortunio se entretenían en el juego de bolos (bochas) y en el del ajedrez. El Inca se aespañoló (verbo de aquel siglo, equivalente a se españolizó) fácilmente, cobrando gran afición y aun destreza en ambos juegos, sobresaliendo como ajedrecista.

Estaba escrito que como al Inca Atahualpa, la afición al ajedrez había de serle fatal al Inca Manco.

Una tarde estaban enfrascados en una partida el Inca Manco y Gómez Pérez, teniendo por mirones a Diego Méndez y a tres caciques Manco hizo una jugada de enroque no consentida por las practicas del juego, y Gómez Pérez le arguyó:

–Es tarde para ese enroque, señor fullero.

No sabemos si el Inca alcanzaría a darse cuenta de la acepción despectiva de la palabreja castellana (fullero) ; pero insistió en defender la que el creía correcta y válida jugada. Gómez Pérez volvió la cara hacia su paisano Diego Méndez, y le dijo:

–¡Mire, capitán, con la que me sale este indio puerco!

Aquí cedo la palabra al cronista anónimo cuyo manuscrito, que alcanza hasta la época del virrey Toledo, figura en el tomo VIII de documentos inéditos del archivo de indias: “El Inca alzó entonces la mano y le dio un bofetón al español. Este metió mano a su daga y le dio dos puñaladas, de las que luego murió. Los indios acudieron a la venganza e hicieron pedazos a dicho matador y a cuanto español en aquella provincia de Vilcapampa estaba, generando una masacre”.

Varios cronistas dicen que la querella tuvo lugar en el juego de bolos pero otros afirman que el trágico suceso fue motivado por el desacuerdo en una jugada de ajedrez.

La tradición popular entre los cuzqueños, es la que yo relato, apoyándome también en la autoridad del anónimo escritor del siglo XVI.

EN VERSIÓN PODCAST

 

(Adaptación de Gianfranco Hereña)

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