Por Jorge Carrión

La biblioteca de don Quijote de la Mancha no tiene paredes ni estanterías ni volúmenes encuadernados ni más techo que un cráneo cubierto de cuatro pelos con sus canas y, sobre el cráneo y los cuatro tristes pelos con sus canas, un yelmo un tanto cómico, un poco ridículo, pese a ser llevado con porte, convicción y dignidad, toda la dignidad que permite el trote un poco torpe de Rocinante (…) La biblioteca de Alonso Quijano sí tiene paredes y estanterías y poco más de cien volúmenes, los grandes bien encuadernados, nada nos dice Cervantes sobre el aspecto de los pequeños. Accedemos a ella, paradójicamente, no a través del lector protagonista, sino de sus censores: aquellos que se preocupan por su locura.

(…)

El primer libro que revisan es Los cuatro de Amadís de Gaula: uno opina que merece las llamas por ser la primera novela de caballerías impresa en España y por tanto el origen de todos los males; el otro objeta que es el mejor de los libros de ese género y que por eso, su calidad, debe salvarse. Pero no corren la misma suerte los siguientes ejemplares examinados: son lanzadas por la ventana varias secuelas, por malas, por arrogantes, por disparatadas. Tras tantas condenas, al fin es salvado un segundo volumen y entonces comienzan a jugar su particular partido de tenis la moral y la estética. Lamentablemente, casi siempre gana la extraña moral de los dos inquisidores, que disfrazan con argumentos sociales y literarios una inquina malsana hacia la literatura popular y de evasión. Por suerte no sólo hay libros de caballerías, sino también de poemas. Gracias a ello aparece La Galatea, de Miguel de Cervantes, amigo del licenciado y «más versado en desdichas que en versos». Se revela así que el cura y el barbero son lectores tan avezados, tan fanáticos de la prosa y el verso como el propio Alonso Quijano, que son secundarios del mundillo literario, con la mala o la buena suerte de no gastarse en libros la cordura.

Ni la fortuna. Edward Baker, en La biblioteca de don Quijote, demuestra que es inverosímil que alguien del estatus social y económico de Alonso Quijano poseyera esa biblioteca, que valora en unos 4.000 reales de la época y por tanto es digna de un millonario; y que también es inverosímil que esos libros estén juntos, porque podían existir individualmente, pero a ningún lector culto del siglo XVII se le hubiera ocurrido ordenarlos en un mismo sistema. Compara la colección de libros del protagonista con otras dos que aparecen en la novela: la del ventero y la de Diego de Miranda, caballero del Verde Gabán. Y concluye que la biblioteca de Alonso Quijano es moderna porque en ella predominan la literatura de ficción y la poesía, lo que hoy consideramos literatura, en detrimento de la teología y otras disciplinas que debían presidir cualquier librería en el extraño caso de que alguien decidiera dedicar un espacio de su casa a la acumulación y ordenación de libros.

Fragmento tomado de: Jorge Carrión, Contra Amazon, Galaxia Gutenberg 2019

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