zombilustrado

 

Título: Un zombi ilustrado y otras anomalías
Autor: Freddy Arteaga Canessa
Editorial: Fondo Editorial de Nuevo Chimbote, 2012

La Municipalidad de Nuevo Chimbote ha emprendido, desde hace un par de años, una iniciativa que debería ser tomada en cuenta por el resto del país: la creación de un fondo editorial que financia y publica a sus escritores. Así, con el sello del Fondo Editorial de Nuevo Chimbote, vienen apareciendo valiosos textos de autores chimbotanos, y entre los cuales destaca la ópera prima de un joven autor, Freddy Arteaga Canessa (Chimbote, 1988), sobre el cual trataremos brevemente en las líneas que siguen.

Por:  

Jorge Ramos Cabezas

Conformado por veinte cuentos —breves en su mayoría—, Un zombi ilustrado y otras anomalías se presenta como un interesante proyecto narrativo, en el que se entremezclan cuadros realistas, extraños y de fantasía, primando los dos últimos, y construidos en su mayoría dese la ironía y el cinismo. Con una prosa ágil y fluida, un dominio de las técnicas del relato de horror y suspenso, una clara influencia del cine de zombis y vampiros, así como de Borges y Cortázar, una escritura entre poética y periodística, y una coherente armazón de los elementos de la historia (escenarios, personajes, acciones, estados de ánimo y desenlaces correctamente expuestos), el primer libro de Arteaga Canessa viene a instalarse firmemente en el actual panorama de la narrativa fantástica y de terror peruana, que desde hace unos años, además, está pasando por un saludable auge.

 

En la mayoría de estos relatos, más que narrarse alguna historia llena de acciones, desplazamientos de personajes y hechos que conlleven entramados de escenarios múltiples, lo que hallamos es la historia y voz singular de algún personaje, y decimos “singular” porque este protagonista deviene extraño, raro, acéntrico. Así, entre los mejores textos, nos podemos encontrar con las reflexiones de algún potencial narrador suicida, quien envidia la densidad de las hormigas y sus caídas ligeras al vacío (“De suicidas y psicoanalistas especializados en entomología”); el testimonio de vida de un refinado y moderno vampiro que vive feliz en Nueva York (“Confesiones de un anticuario”); la misiva de un zombi que, en representación de los muertos vivientes que habitan la ciudad, reclama por su condición y por que se le reconozcan sus derechos en la sociedad democrática en la que vive (“Un zombi ilustrado”);  las dudas de un guerrero del Señor, en el siglo XI, tras la liberación de Tierra Santa de los moros (“Epístola de un cruzado”); la entrevista de una mujer con el fantasma de un amigo de la familia, quien ha venido a despedirse en el sueño de aquella (“Fue solo un sueño, Patricia”); un viejo escritor alemán y la patética estratagema por parte de sus editores para vender su obra (“Una estrategia editorial”); un raro periodista que tiene sueños premonitorios precisos sobre tragedias, y gracias a los cuales elabora las noticias del día, hasta que aparece un policía con el mismo don, para lograr prevenirlas (“Primicia saboteada”); un psicópata asesino que logra colocar las partes amputadas de sus víctimas en el interior de las latas de atún del supermercado (“Dedos en mi lata de atún”); el regreso del Leviatán al infierno, ahora convertido en Moby Dick, el cual no viene solo, pues trae consigo a su eterno enemigo, el legendario capitán Ahab, encima de él (“Navegando aguas infernales”); la historia del mítico Robert Johnson, de quien se dice que pactó con el diablo  para gozar de fama y talento en la voz y guitarra (“El blues del diablo”), o con una vampiresa joven cuya vida desenfrenada la hará presa de los cazavampiros (“La hija del dragón”).

Luego, hay que advertir que todos estos cuentos no tienen un referente inmediato, pues son, más bien, historias ambientadas en el exterior (ya sea en ciudades europeas o norteamericanas), con personajes naturales de aquellos lugares, y en las que se aprecia un lenguaje cinematográfico (en su mayoría, de las películas del género de terror, vampiros y zombis). Este es, pues, otro elemento que conecta a todos los cuentos y que le da sentido al corpus. Al respecto, leamos lo que nos dice el narrador protagonista y creador de ficciones en un cuento, cuando trata de explicar una de las características de sus historias —y en la que se cuela, estamos seguros, la voz del autor real—: “No sé por qué siempre mis personajes son extranjeros, tal vez he visto muchas películas o quizá es una forma de alejarme de ellos” (54).

Así, alejado de una tradición narrativa más bien puramente realista de su región, y con un nuevo lenguaje, de forma válida, el autor arriesga y nos presenta una obra más que interesante y prometedora.

Ahora, también hay algunos relatos que desencajan en el conjunto, ya sea por la flojedad de la narración, por la falta de tensión necesaria o por momentos de inverosimilitud (“La cuna del miedo”, “La ruta del elefante de hierro” y “Una ilusión impresa”). Así, en “Una ilusión impresa”, por ejemplo, resulta inverosímil, pues, que alguien, sea quien sea, ubicado en un contexto actual y realista, como manda la historia, no pueda publicar un libro, y sobre ello verse el relato. Como sabemos, hoy en día, y desde hace mucho, cualquiera puede publicar sin necesidad de pasar por ningún visto bueno editorial. Para eso están las imprentas, la autoedición, en fin.

Sin embargo, fuera de esto último, el cuentario se presenta solvente, novedoso y cumple con el objetivo de todo buen libro de ficciones, que es el de cautivar a su lector, considerando además que se trata de una ópera prima y de un muy joven autor.

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