bañera(CUENTO) Las horas pasan y el tiempo no se detiene. Él prometió llamarla a las cinco de la tarde, pero son casi las nueve de la noche y no suena el celular. Claudia sabe que todo esto es una locura, una ilusión que a sus escasos dieciocho años quiere sostener. Él le dijo desde el principio que era casado y que a sus treinta y dos años no iba a dejar su matrimonio por ella. Pero Claudia es tonta y se enamoró de él y ahora sueña con que la busque y ella lo pueda abrazar y perderse en ese abrazo que tanta falta le hace. A nadie le importa lo que le sucede. La soledad es su única compañera y su angustia la consume.

Por:

Gabriel García Rodríguez

El momento es preciso. Está sola en casa; sus viejos y sus hermanos se han ido a la casa de la playa. Nada le cuesta coger las pastillas y terminar con todo, piensa que nada vale la pena, ni su familia disfuncional, ni sus jalados en la universidad y menos el amor de Mariano. Recuerda a su abuela y sus ojos se humedecen. Se dirige al baño, se desnuda y abre las llaves de la ducha, mete un pie y siente el agua fría, ya tiene el frasco en sus manos, se sienta en la bañera y empieza a mirar el techo, siente mucho frío a pesar de que el agua está caliente y que el día está muy soleado. Una a una va ingiriendo las cuarenta cápsulas celestes. Un sabor amargo se apodera de su boca. La cabeza comienza a pesarle igual que un bloque de concreto, mientras la tina se va llenando de agua; pronto se da cuenta de que empieza a rebalsarse todo, pero eso no importa, ella está quedándose dormida.

A lo lejos escucha cómo suena su celular, pero no tiene fuerzas para ir a contestar, sólo sabe que se está durmiendo y pronto no verá ni escuchará nada, y lo más importante: no volverá a llorar ni a pensar en él. Vuelve a recordar todo, ve imágenes borrosas de su niñez, de su colegio, sus padres, el día que nacieron sus hermanos menores, los paseos en el centro de Lima con su abuelo, las tardes aprendiendo a cocinar con su abuela, piensa en ella mientras las lágrimas van apareciendo en sus ojos y ruedan por sus mejillas. Recuerda la noche que conoció a Mariano, pero recuerda también las llamadas que nunca llegaron, las tardes que la dejó plantada, recuerda las mañanas enteras que le escribía miles de líneas a su email y él sólo respondía con tres o cuatro palabras. Se está arrepintiendo, pero ya es muy tarde, casi no puede moverse, siente que sus manos y piernas no le responden, su garganta está seca y no puede gritar, no sale ni un solo sonido, ve muy borroso, sin fuerzas para nada, piensa que no hay marcha atrás, sabe que ya no hay escapatoria; otra vez recuerda a sus padres, a sus hermanos, pero sobre todo a su abuela. Odia con todas sus fuerzas a Mariano, el hombre que cree es el culpable de su final, y ahora también se odia a sí misma pues sabe que ella buscó ese final. En un tiempo más ya nadie se acordará de ella ni la llorarán, sólo su familia y sus mejores amigos. La vida va a seguir, la rutina, el estudio, las fiestas. Lima no se va a detener porque ella se haya suicidado y por eso, lo odia con todas sus fuerzas porque sabe que la vida de él no se alterará ni por un segundo. Y todo sigue igual, ya es demasiado tarde.

Sobre el autor:

Gabriel García Rodríguez (Lima, 1985)
Obtuvo una mención honrosa por Crónica Periodística en 2008 y ganó el primer lugar del concurso «Cuento Ilustrado» en 2012. Este texto pertenece a Confesiones de invierno, publicación hecha por Azul Editores (2010). Actualmente es redactor en Tucampus.pe.

 

 

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